Separados pero no del todo: la convivencia por conveniencia

‘Broken Happy family’ son un centenar de apartamentos diseñados específicamente para matrimonios divorciados de Noruega. Una nueva realidad

El amor puede no tener precio, pero una separación sí. Terminar una relación se ha convertido en un asunto inmobiliario: el precio de la libertad es poder afrontar un alquiler o una hipoteca en solitario. Expectativas y cuentas en números rojos. “Es como si estuviéramos esperando a que la economía nos ofrezca una salida que, emocionalmente, encontramos hace tiempo”, confiesa Irene, divorciada desde hace casi un año y ahora compañera de piso de su exmarido. “Nos desvinculamos en enero, pero seguimos compartiendo el mismo piso porque ni él ni yo podemos permitirnos pagar el alquiler solos. Al principio parecía que podríamos manejarlo, pero con el tiempo se ha vuelto agotador. Es como vivir en un limbo perpetuo. No somos pareja, pero tampoco hemos terminado del todo. No hay espacio para que ninguno de los dos siga adelante”. Una separación a plazos, con un interés altísimo, que también paga Dagné. “Nos organizamos lo mejor que podemos por los niños. Él tiene su propia habitación y yo la mía, y compartimos las zonas comunes. No es fácil. A veces me siento como si fuéramos socios en quiebra tratando de mantener a flote un negocio que ya no funciona”.

Lo que antes podía ser un hogar, ahora se convierte en una especie de trinchera emocional. “Es como estar en una propiedad compartida donde las emociones ya no son lo que importan, sino cómo sobrevives al día a día bajo el mismo techo”, lamenta Irene.

Según el INE, en 2023 se registraron un total de 76.685 divorcios en España, un 5,7% menos que en 2022; casi 50.000 divorcios menos que en 2007, el año de los pelotazos inmobiliarios, en el que el único déficit que conocimos fue el de las preocupaciones.

Un muro separa la vivienda de algo más de 200 metros de Carolina y Joaquín, ahora convertida en dos apartamentos reacondicionados de 100 metros cada uno. “La idea de dividir la casa surgió como una solución práctica. No se trataba solo de dividir bienes, sino de preservar un mínimo de estabilidad emocional. Decidimos hacerlo así para que cada uno pudiera tener su intimidad”, explica Carolina. “Este tipo de soluciones arquitectónicas evita el bloqueo del bien fundamental de una familia: la casa”, añade Joaquín, que además es abogado de familia.

‘Broken Happy family’ es mucho más que un eslogan de vivienda disruptivo; son un centenar de apartamentos diseñados específicamente para matrimonios divorciados de Noruega. Están construidos como tres unidades independientes: una zona para los niños, que incluye sus habitaciones y al menos un baño, y dos áreas separadas para cada progenitor, con habitación, despacho, cocina, baño y acceso propio desde la calle. Este tipo de soluciones se está convirtiendo en una demanda social, aunque en ciudades como Madrid o Barcelona, son pocos los que viven en pisos de más de 80 metros. Si además hay niños, el espacio individual, que no llega a vivienda, se reduce a 20 metros.

“Cada día es un recordatorio constante de lo que ya no somos. Tenemos que seguir conviviendo, organizando la vida diaria y viéndonos en los mismos espacios donde antes lo compartíamos todo. No hay manera de desconectar ni de crear la distancia necesaria para procesar lo que pasó. Mientras otros pueden cerrar una puerta y empezar de nuevo, nosotros seguimos atrapados en la misma rutina, pero con el peso de una relación rota”, cuenta Dagné. “No hay espacio para el duelo ni para la sanación emocional”, añade Carolina.

“El duelo tras una separación es un proceso necesario para aceptar la pérdida de la relación y reconstruir la identidad individual”, explica la psicóloga Natalia Morales.

La convivencia dificulta la distancia emocional necesaria para asimilar la ruptura. “La exposición constante al otro mantiene abiertas las heridas y a menudo perpetúa dinámicas de conflicto o incomodidad, generando más estrés y ansiedad. Además, la falta de espacio para un duelo individual retrasa el cierre emocional”, añade Morales.

Se me sigue haciendo extraño tener que planificar cuándo usar la cocina o coordinar las tareas domésticas cuando ya no somos pareja. A veces, me sorprendo al ver que seguimos manteniendo ciertas rutinas, como si la vida cotidiana no hubiera cambiado. La línea entre la convivencia y el distanciamiento emocional se vuelve difusa”, confiesa Irene. “Los pequeños detalles cotidianos, como compartir rutinas o ver a la otra persona actuar como si nada hubiera cambiado, refuerzan el apego emocional, complicando la separación psicológica. Esto puede generar frustración, resentimiento e incluso depresión, al sentirse atrapados en un limbo emocional. Establecer límites claros en casa y contar con un espacio propio, aunque sea simbólico, es clave para recuperar la individualidad”, concluye la psicóloga.

Terminar una relación ya no es solo cuestión de corazones rotos y despedidas emotivas. Hoy la gente sale a por tabaco y vuelve a los metros cuadrados compartidos que les recuerdan que, aunque el amor se acabó, la deuda sigue viva. Porque cuando las cuentas aprietan, el adiós puede esperar.

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