No estamos acostumbrados a ver a mujeres en los máximos puestos de poder y mucho menos si tienen edad de estar jubiladas. Por eso, la reelección de Kristalina Georgieva como directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) es llamativa. Porque tiene 70 años y sigue estando al pie del cañón y porque además su mandato es de cinco años más así que la economista búlgara seguirá trabajando, al menos, hasta los 75 años.
No es difícil encontrar ejemplos masculinos que ostentan cargos muy relevantes en todo el mundo y en diferentes áreas pese a estar en la senectud. El actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, tiene 81 años pero es que su adversario republicano, Donald Trump, está camino de las 78 primaveras. El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell tiene 71 años y es cierto que su homóloga en la Unión Europea, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, es mujer y también peina canas con 68 años.
Son mujeres preparadísimas. Georgieva es doctora en Ciencias Económicas y máster en Economía Política y Sociología por la Universidad de Economía Nacional y Mundial de Bulgaria y Lagarde es abogada, fue ministra de Comercio Exterior en Francia y también fue directora gerente del FMI. Ambas se caracterizan por querer, voluntariamente, seguir trabajando más allá de la edad de jubilación habitual. No trabajan por necesidad.
Pero si en lugar de fijarnos en estos casos excepcionales, examinamos los datos sobre cuántas mujeres españolas trabajan a partir de los 65 años, nos llevamos una sorpresa. Según el informe de brecha salarial de UGT, hay más mujeres que hombres mayores trabajando, de hecho, es la única franja de edad en la que ellas son mayoría, suponen el 56% del total de trabajadores y la brecha salarial con los hombres es enorme, del 27%.
En el resto de franjas de edad desde los 20 años ellas son minoría y también cobran menos que ellos. Según explica Cristina Antoñanzas, Vicesecretaria general de UGT, “sí que es verdad que pese a lo que se podría pensar, que los hombres alargan más su vida laboral porque están en profesiones menos penosas, los datos son bien claros, en el único tramo de edad donde las mujeres tienen más presencia en el mercado laboral es a partir de los 65 años. Pensamos que es así porque las mujeres tenemos vacíos en nuestra etapa de cotizaciones, porque hemos sido madres, cuidadoras de hijos o de padres y a la hora de poder jubilarnos tenemos que ampliar para tener los años cotizados mínimos para tener una jubilación decente”.
“También si analizas la administración pública y privado, se ve más presencia de mujer en el sector público y sectores más feminizados con más contratos a tiempo parcial pues hay mucha más presencia a partir de los 65 años, pero en otras profesiones más técnicas, científicas, el número de mujeres mayores trabajando disminuye. Nosotras para tener una jubilación decente, porque la brecha salarial en pensiones es del 30%, o, al menos, para tener los años cotizados para tener una pensión contributiva, tenemos que alargar nuestra vida laboral”.
Dos vidas laborales
Carmen Riveiro Ferreiro tiene 75 años y sigue trabajando. Es incansable. Ha tenido dos vidas laborales. Dedicó veinte años a trabajar en un aserradero de madera y cuando ya había cumplido cuarenta años, comenzó como artesana y así lleva otros treinta y un años en el oficio, recuperando el lino, desde la semilla hasta la prenda terminada y lo vende en el Castillo de Vimianzo, en A Coruña.
No piensa en jubilarse por el momento. Si lo hiciera, como autónoma, le correspondería una pensión que no llegaría a 900 euros al mes. Trabajando le va mucho mejor y se mantiene activa.
Ella forma parte de ese 56% de mujeres que sigue trabajando más allá de la edad habitual de jubilación. En su caso hay dos razones: una económica pero también tiene una explicación personal. “Yo recuperé el trabajo del lino, desde la semilla hasta tener la prenda terminada, hacemos hasta trajes de novia. Llevo tres décadas realizando este trabajo, que estaba totalmente perdido en España. Así me siento bien, tengo un grupo de personas con las que comparto el espacio, algunas jóvenes que tienen patronaje, bordadoras, haces lo que puedes. También la aldea donde vivo es tan mísera, que no pasa ni un autobús, y quedarse allí sin trabajar es morir en vida. Así que mientras pueda, no me adapto a eso. Podía haber cotizado más para tener una mayor pensión, pero el trabajo de artesanía no da para mucho más”, explica.
Se mantiene ágil, ocupada, gana más dinero que si ya estuviera jubilada y la salud le acompaña. Y no ha pensado en una fecha límite. Mientras el cuerpo aguante.