Mujer y joven. De Zaragoza. Una rara avis en el mundo del camión. Empezó como chófer con 21 años y con 24 ya se convirtió en autónoma. Pidió un préstamo para comprar su propio camión. Una vivienda con ruedas porque le costó 220.000 euros que tiene que devolver al banco en cinco años. “Es un camión de 15 metros de largo y 41 toneladas con el que hago de media más de 100.000 kilómetros al año. Así que a los cinco años lo suyo es acabar de pagarlo y comprar otro. Pago una letra mensual de 3.000 euros”.
Necesitó que sus padres la avalaran para que el banco le concediera el préstamo. Y ahora paga religiosamente todos los meses, con una visión de futuro y compromiso que sorprende para su edad. “Tengo muchos gastos. Por ejemplo, pago 6.000 euros de gasoil todos los meses, cada rueda que se cambia son 600 euros más IVA. Si salgo a la carretera y tengo un accidente, el seguro no cubriría el 100% del coste del camión. Y por supuesto, como autónoma, cuando estoy de baja tengo que seguir pagando”.
Siempre ha contado con el apoyo de su familia, que conoce muy bien los sinsabores de la profesión. “Mis padres siempre me han apoyado para que me convirtiera en camionera. Primero me saqué el carné de camión, también estudié mecánica como formación profesional y finalmente me saqué el título de transportista. Estudias para poder llevar tu propio negocio aunque ahora, en la práctica, las cuentas las lleva la gestoría”.
Sus jornadas son agotadoras. Trabaja de media 15 horas al día. “Normalmente me levanto a las seis menos cuarto de la mañana, arranco el camión a las siete, puedo hacer dos viajes largos o tres medianos a lo largo del día transportando pienso para cerdos. Cuando regreso son ya las nueve de la noche y es cuando preparo el camión para el día siguiente. O sea que es muy duro. Te tiene que gustar mucho porque esto, si no, no se aguanta. De lunes a viernes y un sábado sí y otro no”.
Pese a ser una excepción dentro del gremio, no se siente discriminada por ser mujer. La respetan. Pero sí confiesa que es difícil mantener una pareja con un trabajo como el suyo. Ha tenido experiencias de celos por rodearse siempre de hombres. “Me relaciono en un mundo mayoritariamente de hombres y he tenido algún encontronazo por celos. Tampoco me planteo tener hijos con estas jornadas. Con tantas horas es muy difícil conciliar”.
Quizás por eso se entiende que cada vez son menos los interesados en dedicarse al transporte. Según datos de la Organización Internacional del Transporte por Carretera (IRU), se estima que se necesitan alrededor de 20.000 camioneros para cubrir la creciente demanda del mercado. Además, de los que están en activo, el 70% supera los 50 años. No hay relevo generacional. Y el porcentaje de mujeres es minúsculo, apenas el 2% del total.
Alexandra pertenece también a la Asociación de Transportes de Aragón. De los 800 miembros, solo hay cinco mujeres y ella es la más joven. Y entiende que cada vez haya más deserciones. “Estoy viendo mucha gente que está abandonando la profesión. A raíz de la pandemia, más. Porque han subido los precios del gasoil, las ruedas… y te pagan lo mismo. Antes el margen que te dejaba el camión era mayor. No tienes un vehículo tan caro para que no te quede beneficio”.
Pero no todo son sombras. A Alexandra le encanta conducir. No lo ve como un trabajo. “Me gusta pegarme 15 horas en el camión. Tienes libertad, nadie te mira a ver lo que haces como en una oficina, vas a tu ritmo y realizas el trabajo como quieras, sin horarios. Yo no digo me voy a trabajar; yo digo que me voy con el camión. Ahora además los camiones son todos automáticos, no tienes problemas para hacer maniobras, antes los camioneros lo tenían más complicado, con carreteras peores pero ahora es todo autovía y autopistas”. Si tropiezan por la carretera con una mujer conduciendo su propio camión, con aspecto de satisfacción, de desfrutar de la travesía, sepan que quizás se hayan topado con Alexandra.