Una realidad persistente y a menudo ignorada en el mundo laboral moderno: las mujeres obesas y con sobrepeso ganan mucho menos que sus homólogas más delgadas. Mientras que la cuestión de las diferencias salariales entre hombres y mujeres recibe una atención generalizada, la «brecha de peso» -la desventaja económica a la que se enfrentan las mujeres en función de su índice de masa corporal (IMC)- permanece en gran medida envuelta en el silencio o en los tabúes.
Reconocer y cuestionar los prejuicios sociales que perpetúan la discriminación por el peso es un paso fundamental para construir un futuro en el que las mujeres puedan prosperar, independientemente de su talla.
Un 10% menos
Un estudio publicado en el Journal of Health Economics revela una cruda realidad: las mujeres obesas ganan, de media, un 10% menos que las mujeres con un IMC saludable. Esta disparidad trasciende los sectores, los niveles profesionales e incluso los niveles educativos. Desde las dependientas de un comercio minorista hasta las directoras ejecutivas, la brecha de peso persiste, arrojando una larga sombra sobre las oportunidades económicas de las mujeres que luchan, sufren o están satisfechas con su peso.
En las memorias de Virginia “Ginni” Rometty, la primera CEO de la historia de IBM, narró cómo en sus inicios en la compañía su jefe la exhortó a ponerse en “buena forma física” si quería llegar a ser una ejecutiva de alto nivel. Pero esto no fue un obstáculo para Rometty, de hecho, tras esa conversación hasta ganó peso, como cuenta en “Good Power” (El buen poder: Liderando el cambio positivo en nuestras vidas, en el trabajo y en el mundo, en español). Sin embargo, se dio cuenta de que su aspecto físico podría truncar su carrera como ingeniera. Un escrutinio al que las mujeres están sometidas permanentemente a pesar de su currículum.
Aunque las razones de esta disparidad son complejas y polifacéticas, los prejuicios sociales contra las personas con sobrepeso, especialmente las mujeres, desempeñan un papel importante. Las investigaciones sugieren que tanto la discriminación implícita como la explícita contribuyen a la diferencia salarial.
- El sesgo implícito:
Los prejuicios implícitos, creencias y estereotipos inconscientes que tienen las personas, influyen en cómo percibimos a los demás e interactuamos con ellos. Los estudios han demostrado que los prejuicios implícitos contra las personas con sobrepeso son frecuentes, ya que muchos asocian la obesidad con rasgos negativos como la pereza, la falta de autocontrol y la incompetencia. Estas percepciones inconscientes pueden traducirse en acciones sutiles, pero impactantes, en el lugar de trabajo.
Por ejemplo, una mujer obesa puede ser descartada para un ascenso debido a un prejuicio inconsciente de que carece del empuje y la dedicación necesarios para los puestos de liderazgo.
Del mismo modo, es posible que se la critique con más frecuencia o que se le asignen tareas menos exigentes, lo que obstaculizaría su progresión profesional.
- El sesgo explícito:
El sesgo explícito, por su parte, implica un prejuicio consciente contra un grupo de personas. En el contexto del peso, puede manifestarse en prácticas de contratación discriminatorias, desigualdad salarial por un trabajo similar o incluso acoso e intimidación en el lugar de trabajo.
Algunos estudios han documentado casos en los que los empresarios expresaron explícitamente su preferencia por los candidatos más delgados durante los procesos de contratación. Otras personas han denunciado comentarios discriminatorios de compañeros o supervisores relacionados con su peso, lo que les ha provocado sentimientos de vergüenza, aislamiento y pérdida de confianza en sí mismas.
- Más allá del lugar de trabajo:
La diferencia de peso va más allá del entorno laboral inmediato. Las normas sociales y los medios de comunicación a menudo perpetúan el estereotipo negativo de que las mujeres obesas son poco atractivas, poco saludables e incluso indeseables. Este prejuicio social puede conducir a una disminución de la autoestima, a una mayor timidez y a una reticencia a asumir riesgos o a abogar por uno mismo en entornos profesionales.
- Consecuencias económicas:
La diferencia de peso tiene importantes consecuencias económicas para las mujeres obesas, ya que contribuye a un ciclo de pobreza e inestabilidad financiera. Un menor potencial de ingresos se traduce en menos ahorros, menos oportunidades de crecimiento financiero y una mayor dependencia de las ayudas públicas.
Además, la diferencia de peso perpetúa la desigualdad de género. Aunque los hombres que se enfrentan a prejuicios de peso similares también pueden experimentar desventajas financieras, el impacto es a menudo menos grave, lo que pone de relieve la interseccionalidad de la discriminación de género y de peso.
Más efectos en las mujeres
A pesar de que la mayoría de los estudios reflejan que son las mujeres las que más lo sufren un estudio de Suecia descubrió que los hombres obesos cobraban menos, pero no así las obesas. Con todo, en un profundo artículo en “The Economist” recuerdan que “las investigaciones realizadas en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Dinamarca indican que las mujeres con sobrepeso tienen salarios más bajos. La penalización para una mujer obesa es significativa: le cuesta alrededor del 10% de sus ingresos”.
David Lempert, investigador experto en las causas y consecuencias económicas del sobrepeso y la obesidad en Estados Unidos, asegura en una de sus disertaciones, que los “resultados muestran que, en el caso de las mujeres, los efectos de la composición corporal sobre los niveles salariales son mayores que en el de los hombres, y que un nivel salarial más alto se asocia a una mayor penalización salarial por sobrepeso”.
Si bien, “cabría esperar un descenso de la penalización debido al aumento del porcentaje de individuos con sobrepeso, porque se ha vuelto más normal”. En cambio, “el estigma contra las personas con sobrepeso ha crecido con su número; casi se duplicó entre 1980 y 2000“, concluye Lempert.