Entran en la habitación de un hospital dos sanitarios con bata blanca. Una mujer y un hombre. Es habitual que el paciente piense que él es el médico y ella, la enfermera. Se dirigirá a la mujer de forma coloquial y al hombre de usted, en señal de mayor respeto.
Es el día a día de un hospital. Cada vez sucede menos, pero sucede. En parte porque la profesión de enfermería es eminentemente femenina. Del total de 346.200 enfermeros colegiados en España, casi el 85% son mujeres. Y sin embargo solo un 3% ocupan puestos de dirección.
Según Carmen Guerrero, portavoz del sindicato de enfermeras Satse, “es una profesión muy condicionada por el género porque el acto de cuidar tradicionalmente está muy vinculado a la mujer y creemos que nos lastra en cuanto a desarrollo profesional, demostrar que somos profesionales, que somos ciencia y que nos dedicamos de forma profesional. Eso nos lastra en nuestro desarrollo”, explica.
Conforme asciende la cadena de mando, nos encontramos con menos mujeres. Dentro de la profesión de enfermería, por ejemplo, no pueden optar a puestos de gerentes de un hospital porque la propia administración se lo impide. “Tenemos una clasificación como empleados públicos que no corresponde a nuestro nivel académico y no podemos acceder a ciertos puestos de dirección y gestión”, aclara.
En el grupo A1 se engloban los antiguos licenciados y en el A2 las diplomaturas. Y aunque con el plan Bolonia se reagruparon todas las categorías y todos los títulos son grados, se mantiene esta clasificación en los empleados públicos y esto marca quién puede acceder a ciertos puestos.
“El caso de la enfermería es llamativo porque somos la principal fuerza laboral en un Hospital. Como empleada pública no puedo acceder a los puestos de gestión, de dirección de alto nivel en un hospital, algunos grupos de investigación y docencia, son los puestos donde se toman las decisiones. Las decisiones que nos incumben como primera fuerza laboral y no estamos presentes”, explica Guerrero, que es además secretaria de la comisión de igualdad de Satse.
Consecuencias
Esa brecha provoca una serie de consecuencias en cadena. Por ejemplo, que no tengan acceso a mejores sueldos porque no pueden ascender, no pueden alcanzar los puestos de trabajo mejor remunerados. “Por el hecho de cuidar siempre se nos tiene como colaboradoras secundarias de otras categorías, pero eso está muy lejos de la realidad: una enfermera de un centro de salud tiene su propia consulta, lleva la gestión de salud de pacientes y de su cupo de población”, detalla.
Tampoco es considerada una profesión de prestigio. Quizás por este motivo, no resulte atractiva para los hombres. Marino Barona tiene 42 años y es enfermero. Decidió estudiar esta carrera porque le gusta cuidar. En su clase había 15 hombres de un total de 170 alumnos. No es casualidad. “La profesión siempre se ha visto vinculada al cuidado y a la mujer, pero es que somos profesionales del cuidado y esas habilidades las podemos desarrollar todos”, puntualiza.
A él le confunden con el médico. “Me llama la atención, los pacientes creen que yo soy el médico y las mujeres las enfermeras, un paciente se dirigía a mí, y yo le tuve que decir que la médico era ella”. También reconoce que son las propias mujeres las que en ocasiones se autoimponen obstáculos para crecer. “La mujer tiene que cambiar el chip porque a veces renuncian porque tienen en la cabeza a su familia e hijos”, cuenta Marino.
Para que pudieran acceder a esos puestos de dirección, habría que hacer una reforma del estatuto básico del empleado público que permita que todos los graduados estuvieran en el grupo A. También exigen desde el Satse poder acceder a la jubilación anticipada como los bomberos o los policías porque la enfermería también se enfrenta a una dureza física y riesgos emocionales fuertes al estar siempre en contacto con el sufrimiento y la muerte.
Purificación García está jubilada. En 40 años de profesión han cambiado algunas cosas, pero los avances son lentos. “Cuando yo empecé a trabajar de enfermera había muy pocos enfermeros, en quirófano había uno y cuando me jubilé en quirófano ya había por lo menos seis o siete, aunque todavía las mujeres éramos mayoría”.
Ha vivido varios momentos tensos en los que la han tratado como una profesional de segunda división. “Siempre se nos ha considerado como ayudantes del médico en lugar de tener un lugar propio. Incluso a veces nos pedían que les lleváramos el desayuno de la cafetería, algunos nos trataban como sus sirvientas”. Un trato injusto para una mujer que ha colaborado a salvar las vidas de muchos pacientes trabajando en quirófano mano a mano con el cirujano.