A Eva Díaz hay que escucharla, y no es fácil. Habla con la velocidad de quien tuvo prisa por escapar de un cuerpo que la amargó. Dejó de ser Enrique a los 52 años, aunque desde la adolescencia, y siempre a escondidas, se permitía ser la princesa en el baile.
Imaginen a un ingeniero industrial con americana y corbata. CEO de una gran empresa y ocupando altos cargos en consultoras como Accenture y Deloitte. Un hombre divorciado que ejercía de padre de dos hijos en custodia compartida con una vida absorbida por las reuniones. “Y un drama que me amargaba la vida”, relata.
El drama
Un deseo que convirtió en juego. El juego de ser mujer. Un juego que transformó en experimento. Un proceso solitario -el de la hormonación- “más impulsivo que racional”, asegura. Y un certificado, el que le permitía ser mujer, que le llegó dos años después sin esperarlo. “Nunca pensé seriamente la posibilidad de afrontar mi cambio definitivo de identidad. Solo jugaba a ser mujer”, confiesa. Pero tras una lucha interna y solitaria, una Eva empoderada terminó conquistando el entorno y el espacio de Enrique.
—¿Y cómo se presentó Eva ante el mundo?
—Ante mis hijos y amigos, vestido de hombre. Lo más complicado fue el día después. Me costó unas semanas reunir el valor para mostrarme vestida de mujer.
—¿Y en el trabajo?
—Dejé la empresa. No era capaz de seguir donde había estado dirigiendo con chaqueta y corbata, aparecer al día siguiente con vestido y tacones.
Imaginen ahora a una mujer mayor de 50 años, con vestido y tacones, trans y sin trabajo. Una mujer divorciada que ejercía de “padre” en custodia compartida, sin reuniones a las que asistir. “El miedo era absolutamente salvaje. No sabes cómo te va a recibir el mundo”, explica.
El mundo
Sus hijos y amigos la recibieron con sorpresa, pero con cariño. Su entorno profesional, con respeto. Volvamos a Enrique, el CEO tiburón. Lo explico. Enrique ejercía un liderazgo jerárquico. Pocos le cuestionaban. “Esa categoría me permitía tomar decisiones directas sin necesidad de consultar”, recuerda. Después de su transición, cuenta, le costó un año -y un despido- volver a ocupar un cargo de CEO. Fue en Exaccta. Parece mucho, pero fue un logro. Aunque tuvo que cambiar su estilo de liderazgo porque, aunque el cargo era el mismo, dejaron de percibirla igual.
—¿Dejaste de ser la CEO tiburón?
—Como mujer lo que sientes es que no transmites esa jerarquía que da la posición. Cuando eres hombre, generalmente no se cuestiona, es lo que dice el CEO y ya está, se acabó. Cuando empecé a dirigir como mujer, era cuestionable. Ya no puedes liderar igual porque no te reciben igual.
—¿Cómo lidera Eva?
—Ejerzo un liderazgo más empático y colaborativo. Pregunto. Escucho. Sin testosterona. El de Eva, ya pueden hacerse una idea, ha sido un viaje vital complejo y solitario. “He llorado muchísimo. Me he pasado 52 años sin vivir. Sin ilusiones, sin pasiones… pasando por la vida, sin más”. Un cambio vital que ha relatado en el libro Buscando a Eva (Ed. Media Luna).
—¿Tuviste que deconstruirte?
—Tuve que saber qué parte de mis pensamientos, reacciones, ilusiones y sueños era mía y cuál me venía impuesta. Tuve que ir encontrando qué era mío y qué me habían metido en la mochila. Esos “tienes que” que nos meten desde niños.
—¿Cuándo encuentras la mujer que eras?
En 2018, cuando me nombran CEO de Exaccta. La primera empresa en la que tuve trabajo estable después de la transición. Cuando la encuentras te sientes muy libre y cuando te sientes muy libre eres muy feliz. Quienes han sobrepasado los 50 reconocen que el cinco les cambia.
En el caso de Eva dejó de cumplir años y empezó a cumplir sueños. Ahora, cuando celebra una década siendo la princesa del baile, ha dejado la empresa privada para ayudar a jóvenes mujeres del norte de África a potenciar sus capacidades de liderazgo y empoderarlas para que se conviertan en las líderes del futuro. Porque como advirtió Tolstói, todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.