La incertidumbre económica dispara el culto a la delgadez

Estudios alertan de la relación causa efecto entre la recesión económica y el aumento de dietas u operaciones de estética

La delgadez, índice de la economía.
KiloyCuarto

Es probable que hayas vuelto a ver los pantalones pitillo y tiro bajo en tus tiendas de ropa favoritas. Esas que habían decidido apostar y empezar a mostrar, tímidamente, variedad de cuerpos, tallas, razas, morfologías. Las tiendas de “tallas grandes” (si bien en España la talla más vendida en mujer es la 44) se habían empezado a extinguir en aras de una asimilación de un mayor rango de tamaños en las colecciones normales. Pero hemos dado un paso atrás (o un salto): vuelve la delgadez como máximo ideal estético. El problema es que no es solo un “problema estético”.

La delgadez es, en realidad, un indicador de recesión económica. En épocas de bonanza económica, la sociedad tiende a abrazar la diversidad y la inclusión. Sin embargo, cuando la incertidumbre financiera se cierne, resurge un ideal estético rígido y excluyente: la delgadez extrema. Este fenómeno no es nuevo; a lo largo de la historia, los estándares de belleza han oscilado en respuesta a las condiciones económicas.​

Y aunque no es el único ámbito en el que se refleja, sí es el que más facilidad de análisis presenta. Patricia Moreno, comunicadora y docente de moda, lo explica para Artículo14: “Entre 2017 y 2022 el mundo de la moda abrazó casi unánimemente una diversidad global que también abarcaba la corporal. A modelos llamadas plus-size como Ashley Graham, las agencias de modelos sumaron la talla considerada in-between, que básicamente era la talla 38-40, con nombres como Jill Kortleve o Paloma Elsesser. Se empezó a ampliar el espectro de tallas representadas en pasarelas y revistas”.

Ashley Graham y Paloma Elsesser protagonizaron la portada de Vogue Arabia en 2018
Ashley Graham y Paloma Elsesser protagonizaron la portada de Vogue Arabia en 2018

La representación de cuerpos no normativos empezó a penetrar en todos los ámbitos de la vida: la moda, el cine, la música, la cultura de Internet. “Para mí, un indicador de que esa representación es real ocurre cuando una de estas modelos protagoniza una portada de revista o campaña en solitario. Y durante esos años empezó a ser una realidad”, añade Moreno, que también es periodista. “A todos se suma un caldo de cultivo que hizo que firmas históricamente asociadas a un canon hiperdelgado como Victoria’s Secret, sufriera una denostación, incluso cierta cancelación. A eso también contribuyó la toma de conciencia feminista global. Pese a ello, hubo aspectos de la industria que nunca mejoraron: los maniquíes con los que estudiantes de moda trabajan seguían teniendo medidas estandarizadas (y el ojo, la técnica, todo, se educa y construye en base a esa silueta) y las prendas de showroom –las que terminan cedidas a celebridades o revistas para sus editoriales– continuaban teniendo una talla casi cero”, explica la experta. La talla cero corresponde a una talla 30 en España.

El ciclo gordofóbico y la recesión

La moda Y2K (la moda de los 2000) dominó el escenario en su momento, pero 17 años después de la recesión de 2008 vuelve el “skinny sentiment” en un revés que no es casual. En la última década la prosperidad económica ha ido pareja a la diversidad, al progreso, a la inclusión. En una economía boyante, “todo cabe”, y fue ese el caldo de cultivo para los movimientos body positive y body neutrality. “Esa resistencia sin duda era un síntoma de que quizás lo que parecía un cambio definitivo podría sufrir una regresión en cualquier momento. Para mí, el desfile de primavera verano 2022 de Miu Miu, presentado en octubre de 2021, marcó un antes y un después. Volvían las minifaldas tableadas de tiro bajo y ninguna modelo del desfile mostraba una imagen por la que este tipo de prenda se pudiera asociar a una corporalidad diferente a la normativa. Personalmente fue una gran decepción, porque detrás de esa elección está una diseñadora disruptiva en sus ideales y propuestas estéticas como Miuccia Prada, y una estilista como Lotta Volkova, que representa cierta disidencia. Que dos mujeres que gozan de una sensibilidad contemporánea corrompieran los logros de diversidad corporal en ese desfile fue sin duda una señal de que podría precipitarse una vuelta al canon corporal imperante años atrás. Y la posterior viralización del desfile, el aprobado general de la colección y propuesta estética por parte de la industria, terminaron de provocarlo”, añade Patricia Moreno.

El desfile de Miu Miu primavera / verano 2022
El desfile de Miu Miu primavera / verano 2022

El ciclo gordofóbico y la recesión

Si uno estudia la historia, incluso más allá de la moda, descubre que durante las recesiones se observa un aumento en la obsesión por la delgadez. La moda ajustada, los pantalones pitillo y la preocupación por la nutrición resurgen con fuerza. Según un estudio publicado por Vogue Business, “el progreso se ha estancado y estamos enfrentando un preocupante retorno a la utilización de modelos extremadamente delgadas, en medio del boom de Ozempic“. En el mismo estudio analiza las grandes pasarelas mundiales, concluyendo que  solo el 1% de las 9.000 modelos eran “plus size” y más del 94% estaban entre las tallas 0-4 (en España corresponden a las tallas 30-34). ¿La conclusión? A pesar de todos los esfuerzos, la industria de la moda no ha cambiado (de hecho, las marcas de fast fashion están cada vez más enfocadas en las tallas más pequeñas, como demuestra el auge de Pretty Little Thing). Y si no lo ha hecho es porque la sociedad no lo ha hecho.

⁠Todo tiene que ver con el llamado “conservative cultural sentiment”, que se refleja en tendencias como el de la “clean girl” y el “lujo discreto” (“quiet luxury”): mujeres delgadas, normativas y guapas vistiendo moda discreta en tonos tierra y beige. Todo ello ligado al auge de la narrativa “hiper femenina”, de las mujeres conservadoras y “trad wives” cuyo objetivo es es ser estéticamente perfectas, lo que enlaza con dinámicas históricas de control del cuerpo de la mujer (y la expresión y su lugar social) de la mujer.

La moda es reflejo de la sociedad de su tiempo y puede ser un vehículo de la propaganda, como el éxito de la “feminidad tradicional” que hemos visto en el último año, con la viralización de vídeos sobre el demure (la modestia) y el puritanismo que define a cierta parte de la Generación Z. También vuelve el “New Look” que creó Dior en 1947, tras la Segunda Guerra Mundial, con una cintura estrecha, que marcó la silueta femenina de la mujer tradicional de los años 50, arreglada en su casa cocinando para su marido. Un ejemplo que ahora retoman instagrammers como Nara Smith, lo que lleva asociado, de manera indisoluble, roles de género anticuados.

Contexto histórico: del “Hemline Index” al Crack del 29

La relación entre recesión económica y aumento del conservadurismo encuentra su eco en la teoría del Hemline Index  (Índice del Dobladillo). Propuesta inicialmente en 1926 por el economista George Taylor, esta teoría sugiere que la longitud de las faldas femeninas está correlacionada con el estado de la economía: en tiempos de bonanza, las faldas tienden a acortarse, mientras que en períodos de recesión, se alargan.​

Esta teoría ha servido como una metáfora cultural para ilustrar cómo las tendencias de la moda pueden reflejar el clima económico y social de una época. Por ejemplo, durante los “Felices Años Veinte”, una época de prosperidad económica, las faldas se acortaron significativamente, reflejando una actitud más liberal y optimista. Además, las mujeres se cortaron el pelo, comenzaron a llevar pantalones y llevaban vestidos amplios que les permitía libertad de movimientos. En contraste, tras el desplome de Wall Street en 1929 y durante la Gran Depresión, las faldas se alargaron, simbolizando una vuelta a la modestia y la prudencia.​

La "trad wife" Nara Smith propone una vuelta al conservadurismo, también en el vestir
La “trad wife” Nara Smith propone una vuelta al conservadurismo, también en el vestir

Este fenómeno se puede observar también en la evolución de los arquetipos femeninos. La “Gibson Girl”, popular en las décadas de 1890 y 1900, representaba el ideal de belleza femenina de la época: alta, esbelta pero con curvas, y siempre elegantemente vestida con corsés y peinados elaborados. Este ideal reflejaba una sociedad que valoraba la feminidad tradicional y la clase alta.​ Aunque estas mujeres eran de clase alta y estaban educadas, su objetivo vital era buscar marido.

Sin embargo, con la llegada de los años 20 y el surgimiento de las “flappers”, se produjo una ruptura con estos estándares. Las flappers, que nacen por oposición, adoptaron un estilo más andrógino y rebelde: vestidos sueltos y cortos, peinados bob, y una actitud desafiante hacia las normas sociales establecidas. Este cambio en la moda reflejaba un deseo de libertad y autonomía por parte de las mujeres, en consonancia con los cambios sociales y económicos de la época.​

Un anuncio de medias de los años 20 que enfrenta a la Gibson Girl y a una Flapper
Un anuncio de medias de los años 20 que enfrenta a la Gibson Girl y a una Flapper

La Gran Depresión de los años 30 trajo consigo una vuelta a la estética conservadora. La moda femenina se volvió más recatada, con faldas más largas y siluetas más estructuradas. Este cambio reflejaba una sociedad que, en tiempos de incertidumbre económica, buscaba seguridad y estabilidad en los valores tradicionales.​ “Hay una aceptación extendida de que la moda, como la economía o la política, funciona por ciclos. La moda no deja de ser una expresión artística por parte de quienes la crean, económica, por quienes la dirigen y compran; y social, por quienes la lucen. El mundo oscila entre tensiones opuestas: la Edad Media da paso al Renacimiento y este, al barroco; la Primera Guerra Mundial es la antesala de los locos años 20; la Segunda, de los revolucionarios 60. También hay un patrón que indica que, tras una etapa de grandes avances sociales, suele haber una respuesta reaccionaria y conservadora que, de los tres pasos dados, logra hacer retroceder uno o dos”, analiza Patricia Moreno.

“Eso puede explicar que, después de un periodo de conquistas en representación, cuestionamiento de preceptos y modelos hegemónicos, relativización de la belleza y celebración de la diversidad, llegue una etapa que tienda a lo que entendemos como normativo. Una parte de la sociedad sigue encontrando cierto confort en lo conocido, forme parte de ello o no. Una representación no diversa del mundo es una falta a la verdad, pero esa representación hegemónica —aunque afecte al sentido crítico o al bienestar personal— ofrece un territorio familiar que, en tiempos convulsos, y especialmente en esferas sociales conservadoras, puede suponer un alivio”, añade la experta en moda.

Con ella coincide la influencer Nikita Redkar.“Tiene lógica que con una mala economía haya una estética conservadora: cuando tienes dinero en el banco te la juegas más, asumes más riesgos, piensas y hablas y opinas y levantas la voz. No pasa nada si te echan del trabajo porque hay empleo, sales a bailar… pero en una economía mala es mejor pasar desapercibido, no llamar la atención, ser una ‘buena chica’, ocupar poco espacio, hablar bajito y no tener opiniones muy fuertes. En un momento de incertidumbre, hay que optar por certezas: y la mayor certeza está en la tradición”.

Una de las tendencias del momento es el 'old money'
Una de las tendencias del momento es el ‘old money’

‘Clean look’, ‘old money’, ‘quiet luxury’… vuelta al conservadurismo

Las tendencias que han dominado los últimos años, como el lujo silencioso, el old money o el make-up no make-up, proyectan ideales de belleza aparentemente inofensivos, donde se premia la naturalidad. “Pero esa naturalidad es canónica y privilegiada. ¿Se premia la naturalidad en los cuerpos gordos? ¿En los rostros con el llamado hirsutismo? ¿O solo se aprueba la naturalidad cuando se asemeja al look depurado de Carolyn Bessette Kennedy en los 90?”, se pregunta Moreno. Y añade: “Por otro lado, hay una búsqueda tampoco libre de intereses de que la moda pueda volver a ser vista como aspiracional, donde las clases bajas se proyectan e idolatran a las clases altas, sus maneras y estilo, y efectivamente eso se traslada a la política, donde las masas sociales precarias aúpan a líderes billonarios”.

Y así, como un péndulo que no deja de oscilar, la moda vuelve una y otra vez sobre sus pasos, disfrazando de novedad lo que ya fue norma. El cuerpo femenino, convertido en termómetro silencioso del estado del mundo, vuelve a tensarse bajo las costuras de lo normativo. La diversidad, que hace apenas unos años parecía una conquista definitiva, se repliega en el retrovisor de un sistema que nunca dejó de premiar la obediencia estética. Como si la historia no advirtiera, como si no supiéramos ya que cada vuelta del “new look”, cada resurrección del lujo discreto o de la silueta contenida, no son más que síntomas de un orden social que se defiende. Y es que, en tiempos de incertidumbre, el cuerpo se convierte en frontera: lo que puede mostrar, lo que puede pesar, lo que puede ocupar, es de nuevo una cuestión política. Porque el problema nunca fue la estética. El problema es quién decide cuál es la forma correcta de existir.

 

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