Entrevista

“Hay miedo a que nuestra identidad sexual eclipse nuestro talento”

Izaro Assa es la primera mujer de la banca en dar un paso al frente. Lucha por los derechos LGTBI en su sector, pero avisa: “Salir del armario no es abrir una puerta y salir”

Izaro Assa de Amilibia Artículo14

Hubo un tiempo en que Izaro era invisible a los ojos de los demás. Unos años en los que sólo era alguien cuando sonaba una alarma. Ante sus ojos, miles de personas caminaban con la prisa de quienes no renuncian a estar en dos sitios al mismo tiempo. Y entre los pasos largos y atropellados, los de Ángel. Un hombre casi centenario, que acompañado de su bastón, desafiaba las secuelas de esa generación a la que sólo le enseñaron a hacer una cosa como salvajes: trabajar. Su nobleza, sin casta y pura, le empujaba a entrar a diario por la única de las tres puertas del Corte Inglés de Bilbao, que tenía peldaños. Once. Para él, muchos más. Ayudándole, una chica rubia de 19 años, con chaqueta roja -algo grande-, medias tupidas y zapatos de hombre. A la que, Ángel sí, no sólo le daba los buenos días, sino que le hizo ver que ella podía ser algo más. “Desde pequeña me habían dicho que fuera responsable, que me buscara un sustento, y ese trabajo de vigilante me permitía mantenerme a mí misma. Con 19 años había encontrado un trabajo y no quería perderlo. No me planteaba otra cosa. Pero él despertó en mí esa curiosidad que había quedado olvidada”, recuerda Izaro.

P. ¿Dónde se quedó?

R. En el colegio de monjas. Tuve una época en la que los estudios me fueron muy mal, me sentía con las alas sujetas. En el colegio me aburría. Yo sólo deseaba llegar a casa para coger la enciclopedia. Tiraba un dado y elegía una palabra según la letra que me salía. Todo me llevaba a algo que me interesaba.

Empezó a surfearse la vida pronto, sin freno, como si tuviera hambre. “Tenía hambre por descubrir el mundo, pero mi familia no tenía capacidad para enviarme a Canadá, cómo sí hacían con algunas de mis amigas. Así es que Espasa -la enciclopedia- era mi ventana al mundo”, relata.

Izaro creció entre Bilbao y Villafrea de la Reina, una aldea de apenas cincuenta habitantes en la que hay verde, pero no hay cariño. “En esos pueblos no hay cariño porque la gente no tiene tiempo de dar abrazos. Allí lo importante es lo básico en la vida; tener un techo y comida, y no me vengas con historias”, cuenta con los ojos brillantes de quien, desde muy pequeña, tuvo que demandar un beso. Y añade: “Mi madre tuvo una vida dura, creció sin padres, renunció a oportunidades laborales por cuidar de mí. Con el tiempo, he aprendido que no puedes dar lo que no tienes. Pero me dio mucho más: me dio lo que soy. Y el valor del orden y de ocuparse de las cosas, como el mejor de sus cuidados”.

P. ¿Qué pasiones tenía esa niña?

R. Tenía mucha curiosidad por la filosofía, la antropología y la biología, pero no tenía ninguna pasión, porque vengo de un lugar donde la pasión no estaba presente en ningún sitio, lo importante era llevar comida a casa.

Y la llevó, trabajando como una bestia. De vigilante en la puerta del Corte Inglés -y ser temida sólo cuándo sonaba la alarma- a vigilante de seguridad en el estadio San Mamés. De proteger su templo -es más del Athletic que la Gabarra- a vigilar pueblos fantasma devorados por la fiebre del ladrillo. “De vigilante prosperé porque las empresas de seguridad empezaron a profesionalizarse, y necesitaban personas que entendieran la ley de seguridad privada para aplicarla. Como era muy espabilada, me la empapé, y ahí encontré una oportunidad”, explica. Que aprovechó. Tanto, que el BBVA la contrató para dirigir el área de seguridad en Canarias. “Fui la primera persona que contrataron en el banco sin tener carrera universitaria”, matiza. Fue en 2012, un mes después de enterrar a su padre. De él aprendió que pocas cosas son imposibles y que los prejuicios nos cierran puertas.

P. ¿Cuáles fueron los suyos?

R. Pensar que no tenía capacidad para estudiar una carrera.

Y los rompió. Y se licenció en derecho. Y se demostró a sí misma, que podía, que por algo era de Bilbao e hija de María Ángeles y Andrés. “Trabajaba de día y estudiaba de noche”, explica. “Y en medio, amamantaba a mi hija”.

El suyo fue un proyecto de familia monomarental en un entorno, el de la seguridad, muy masculinizado. “No fue nada fácil. Eran realidades distintas”, confiesa. De aquellos años se queda con la perspectiva que te da vivir a otro ritmo.

De Canarias saltó a Madrid. Y allí, en la ciudad del BBVA, empezó a comprender cuál era su lugar en el mundo.Y alzó la mano. Y se visibilizó, convirtiéndose en la primera mujer de la banca en salir del armario. Y creó ‘Be Yourself’, un proyecto de intraemprendimiento con el que consiguió transformar la cultura corporativa de una empresa donde hay más de cien mil trabajadores.

P. ¿Cómo se consigue eso?

R. Observando mucho, escuchando necesidades, agradecimientos y andando. Dándome cuenta de que es mejor pedir perdón, que pedir permiso. Las culturas de empresa no se mueven, son estáticas, pero la gente no. La vida está en movimiento y la cultura tiene que acoger.

Y empezó a comunicar los asuntos que importan. A poner en valor las diferencias. A recordar que la diversidad es un hecho y la inclusión, una actitud. A ayudar a miles de compañeros a quitarse el uniforme y la máscara que nos hace a todos iguales. “Al final las cosas ocurren porque tienen que ocurrir”, apunta.

Ahora podría añadir que ‘Be Yourself’ arrasó dentro y fuera del banco, o que ha recogido más de una veintena de premios, o que el programa ha sido replicado por decenas de organizaciones en todo el mundo. Pero no. Ella sonríe, porque la felicidad también es una actitud.

P. Y la hicieron directora de Diversidad del BBVA y presidenta de REDI.

R. -asiente-.

P. ¿Por qué a las lesbianas nos cuesta tanto salir del armario en el entorno laboral?

R. Hay mucho miedo, pavor a que por un prejuicio nos quiten del medio, a que no nos vean como alguien a quien ascender, a que nuestro talento se vea eclipsado por nuestra identidad sexual. Y no es un miedo irracional, es real.

P. Ese famoso, ¿y para qué?

R. ¿Qué gano yo transparentándome? Si yo ya he aprendido a vestir este uniforme, ya me he inventado una doble vida, ya me he acostumbrado a estar así. Lo que la gente no sabe es que cuando realmente tienes la posibilidad de ser tú, dentro y fuera, se respira de otra manera.

P. ¿Cómo respira?

R. Me llega el aire hasta aquí -y señala la tripa-. Respiro hasta abajo, ahora me entra el aire. Antes respiraba a medio pecho. Y tenemos derecho a respirar, aunque nos hayan hecho creer que con el medio pecho ya nos vale.

P. Imagino que para usted, visibilizarse, no fue fácil…

R. No, no lo fue. Mi sector es muy conservador y tiene una parte muy estereotipada. El banquero es un hombre con traje y corbata.

P. ¿Cuántas mujeres la contactan para que las ayude a salir del armario?

R. Muchas. Se acercan y preguntan. Leo y respondo.

P. ¿Qué le dicen?

R. Me explican sus miedos al rechazo familiar, a perder el trabajo…

P. ¿Y qué les aconseja?

R. Que hagan un análisis previo, porque salir del armario no es abrir una puerta y salir. Es uno de los mayores proyectos que van a hacer y tienen que pensarlo bien. No porque ellas no estén preparadas, sino porque el entorno igual no lo está. Vas a desarmar cosas, tanto a nivel profesional como personal. También es muy importante la gestión de las expectativas, tú no puedes prever cómo va a reaccionar tu entorno.

El camino hay que hacerlo caminando, e Izaro ha caminado muchos kilómetros. Tantos, que su historia inspira a miles de mujeres en todo el mundo. Y cómo no puede -ni sabe- estar quieta, en 2022 fundó el Instituto para el desarrollo del auto-liderazgo. “Va de ti, ¿qué te limita?, ¿qué necesitas?, de descubrirte a ti en tus necesidades y carencias, en tu luz y en tu sombra”, explica.

Una de sus alumnas, que resultó ser mujer de un importante narcotraficante mexicano, salió tan enchufada del curso que le ofreció una cantidad indecente de dinero para que fuera a México y empoderara a su grupo de amigas, todas mujeres de narcos. Izaro no se atrevió. Es la única vez, en sus 42 años, que no echó a andar. Consciente de que aún tenemos muchos caminos que transitar, acompaña a las mujeres y a las organizaciones para que lo hagan juntas.

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