Defender la igualdad entre hombres y mujeres en España es una causa que debía haber quedado obsoleta de forma natural hace décadas. Muchos miembros de mi generación pensábamos, de hecho, que el feminismo era un movimiento en decadencia, innecesario una vez suscrita la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1977, aprobada la Constitución Española en 1978, e incorporado nuestro país como miembro de pleno derecho a la Unión Europea – entonces Comunidad Europea – en 1986, con todo lo que esa incorporación llevó aparejada en materia de equiparación de sexos a cualquier nivel político, económico y social.
Mi generación es la del “boom de los sesenta” y he vivido en democracia desde que era una niña. Nunca en mi adolescencia o en mi juventud me planteé la necesidad de ser feminista. ¿Para qué? Si ya éramos una sociedad moderna… ¡Ni se me pasó por la cabeza! Mis hermanos y yo fuimos al colegio “Estudio”, un centro mixto con un modelo educativo marcadamente liberal, pionero en España, donde las diferencias entre niños y niñas, más allá de lo biológico, eran completamente irrelevantes a efectos académicos.
Defender la igualdad entre hombres y mujeres en España es una causa que debía haber quedado obsoleta de forma natural hace décadas.
En ese momento competíamos todos ya en régimen de igualdad, lo mismo que en la carrera universitaria, en mi caso en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, donde el alumnado era valorado por sus conocimientos, independientemente de su sexo, un dato que jugaba, una vez más, un papel irrelevante. O al menos eso me parecía a mí. El hecho de que la mayor parte de los profesores y casi todos los catedráticos fueran hombres no me llamó entonces especialmente la atención. No tanto, desde luego, como sí me la llama ahora, cuando contemplo con desilusión el desequilibrio que aún en 2024 persiste, especialmente en las posiciones más visibles, mejor retribuidas y con mayor poder de decisión.
Tampoco el acceso al mundo laboral me pareció al terminar la universidad llamativamente discriminatorio, aunque tuve en mis primeros años algún encontronazo, por ejemplo, con un jefe que me sugirió mediante persona interpuesta que fuese al despacho vestida con falda mejor que con mi habitual pantalón. Una sugerencia que fue convenientemente ignorada por mi parte, y amortizada sin más tensiones por la suya. Tampoco entonces me planteé que ser feminista era necesario; la falta de respeto, que hoy sin duda me provocaría una respuesta muy poco simpática, me pareció entonces una anécdota sin mayor trascendencia.
Muchos años más tarde, en 2021, mientras hacíamos el trabajo de campo previo al I Informe de Igualdad en el Sector Legal elaborado por la Fundación Aranzadi LA LEY, Abogacía Española y el foro Women, Business & Justice, descubrí que el mío no era un caso aislado y que muchas de las doscientas abogadas de toda España que entrevistamos para ese estudio habían sufrido situaciones como la que describo y otras mucho más graves, perseguibles incluso ante los tribunales, derivadas de su condición femenina.
Ser feminista para entonces ya me parecía una obligación. Y no serlo, una falta de responsabilidad. Hace muchos años ya que contemplo cómo compañeras y amigas se quedan por el camino, abandonando sus carreras al casarse, al tener hijos o al requerir sus padres mayor atención por su edad avanzada. Ni las juzgué entonces ni lo hago ahora, visto el desigual reparto en las responsabilidades domésticas que aún prima en nuestra sociedad donde, según el Observatorio Social de la Fundación ”la Caixa”, las mujeres dedican a esas tareas 780 horas al año más que los hombres. Compatibilizar con éxito la vida profesional y la carga doméstica es para muchas un ejercicio de malabares imposible de superar sin perjuicio grave de su propia salud física y mental.
Compatibilizar con éxito la vida profesional y la carga doméstica es para muchas un ejercicio de malabares.
La realidad es tozuda, como lo son los datos objetivos que reflejan, un año tras otro, que múltiples brechas entre hombres y mujeres siguen más que abiertas en la España del siglo XXI, a punto de cumplirse el 40º aniversario de nuestra asimilación en Europa con los países política y culturalmente más avanzados del mundo. Cito, por ejemplo, el informe del Colegio de Registradores de España, que refleja que, de los 300.000 cargos directivos de todas las sociedades mercantiles (grandes y pequeñas) inscritas en nuestro país, sólo un 23% son ejercidos por mujeres.
Las cuotas para provocar una aceleración del proceso de incorporación de más mujeres a los consejos de administración de las grandes empresas, una solución que, en forma de Directiva, tardó nada menos que diez años en ser aprobada por las instituciones europeas, se han demostrado eficaces pero deben considerarse una medida temporal. Así lo defendía hace unas semanas la propia Viviane Reding, promotora de esa regulación en su calidad de comisaria de Justicia, Derechos Fundamentales y Ciudadanía y vicepresidenta de la UE entre 2010 y 2014, en la mesa redonda que compartimos ambas con el secretario de Estado de Justicia y la presidenta de CEOE Internacional en la Cumbre de Mujeres Juristas del Colegio de la Abogacía de Madrid. “No nos gustan las cuotas, es cierto, pero sí los efectos que producen”, dijo Reding. Y los demás ponentes coincidimos con esa opinión.
Más allá de las cuotas, la Asociación Española de Ejecutiv@s y Consejer@s que tengo el honor de presidir propone algunas soluciones prácticas para conseguir el cambio cultural necesario para facilitar el acceso equilibrado de hombres y mujeres a las posiciones de mayor responsabilidad. Algunas están recogidas en nuestro Código de Buen Gobierno (“Código EJE&CON”) para la mejora de la competitividad de las empresas: compromiso auténtico de la alta dirección con la igualdad de oportunidades, transparencia en las políticas y procesos, reconocimiento del mejor talento, sin sesgos de género, o la promoción de una cultura corporativa que favorezca la relación equilibrada entre la organización y las personas.
Podría citar muchas otras propuestas concretas, pero quiero destacar aquí la iniciativa #AquíEstánEllas por ser una iniciativa abierta a cualquier organización preocupada por mejorar la presencia femenina en los paneles de expertos, mesas redondas y medios de comunicación. Hay miles de mujeres sobradamente preparadas para intervenir en actos públicos en su condición de expertas en cualquier campo del conocimiento: ingenieras, arquitectas, informáticas, cirujanas, catedráticas, pilotos,… En EJE&CON las hemos reunido para facilitar su localización inmediata, y estamos abiertos a incorporar al proyecto a todas las que, con el perfil adecuado, estén dispuestas a dar el paso de mejorar su propia visibilización de forma proactiva.
El nacimiento hoy de un medio de comunicación que pone el foco en la mujer y sus múltiples dimensiones no puede estar más en línea con los valores que defendemos desde la Asociación.
Gracias a Artículo 14 por darme la oportunidad de compartir mi opinión, y mi más sincera enhorabuena a Pilar Gómez y todo el equipo del periódico por alumbrar un proyecto tan ambicioso, necesario e ilusionante.
Cristina Sancho. Presidenta de la Fundación Aranzadi LA LEY y de EJE&CON (Asociación Española de Ejecutiv@s y Consejer@s)