Alemania sabe muy bien lo que es afrontar una guerra y su industria tiene mucha experiencia en cómo gestionar una economía bélica. Reminiscencias del pasado que se repiten en el presente impulsadas por la administración de Trump y la guerra en Ucrania. La multinacional alemana de armamento Rheinmetall, la mayor del país y la décima europea, está ya replanteando sus prioridades ante una mayor inversión en defensa en todo el Viejo Continente combinada con la fuerte crisis que atraviesa el sector del automóvil. La compañía piensa reestructurar dos fábricas que actualmente se dedican a la producción de componentes de vehículos para reconvertirlas en divisiones de armas y fabricación de munición. Son industrias que están situadas en las ciudades de Berlín y Neuss y que pretenden aprovechar las nuevas oportunidades de negocio que ofrece la defensa en un momento en el que todos los líderes europeos van a destinar millones de euros para ese fin.
La compañía insiste en que en esas fábricas no se manipularán explosivos sino que servirán para la producción de otros componentes militares. Una forma de tranquilizar a los trabajadores y a los alemanes, que ya han vivido otros momentos en los que tuvieron que adaptar sus fábricas al servicio de la guerra.
“Por encima de todo, las plantas se beneficiarán de la fuerza industrial que tiene el Grupo Rheinmetall como uno de los principales proveedores de equipos militares, así como de la gran demanda de los clientes en Alemania y en todo el mundo”, explicaban fuentes de Rheinmetall a Reuters. “Estamos bien preparados y no tenemos por qué ser tímidos: hay que actuar ya por la seguridad en Europa“, decía Armin Papperger, director general de la compañía.
No es la única empresa que plantea este viraje hacia la fabricación de armas. A principios de febrero, el grupo franco alemán KNDS Deutschland anunció que iba a transformar su planta de fabricación de vagones de trenes de Goerlitz, que se encuentra ubicada al este del país, para producir vehículos blindados como el carro de combate Leopard 2 y el vehículo de combate de infantería PUMA.
Son movimientos empresariales que nos trasladan con la memoria a la primera mitad del siglo XX. Hasta entonces, la mujer se dedicaba a la casa y a sus hijos pero la guerra provocó un cambio de paradigma. Los hombres tuvieron que acudir al frente así que se produjo, por necesidad, una incorporación masiva de las mujeres a las industrias, sustituyendo el trabajo que hasta entonces habían desarrollado los varones.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, las grandes potencias europeas enviaron a más de 75 millones de hombres a las trincheras y las mujeres, en la retaguardia, se convirtieron en la única alternativa para mantener vivas las fábricas y las empresas de sus países de origen.
También se produjo una reconversión de la industria orientada a la guerra y a lo que se necesitaba en cada momento. Por ejemplo, ya no tenía sentido que las empresas textiles se dedicaran a la confección de vestidos de fiesta pero sí a la elaboración de uniformes militares. El sector metalúrgico se pasó también a la fabricación de armamento y en todo momento fueron ellas las que estuvieron al mando.
Con la Segunda Guerra Mundial, cuando Reino Unido entró en guerra, las mujeres británicas se convirtieron en parte fundamental de la fuerza laboral del país. Incluso el Gobierno utilizo películas propagandística, como My Father’s Daughter, para reclutarlas. El argumento era sencillo pero muy convincente: una joven quiere trabajar en la fábrica de su padre pero el progenitor piensa que las mujeres no pueden afrontar el trabajo pesado. Hasta que un capataz le demuestra que su hija es uno de los empleados más valiosos de la compañía y se eliminan todos los prejuicios.
La historia ha demostrado que las guerras no aportan nada bueno a la sociedad pero las mujeres, obligadas por las circunstancias en muchos casos, han aprovechado esos momentos tan difíciles para dar un paso al frente y ocupar los espacios reservados, hasta entonces, por los hombres.