El título de esta tribuna es polisémico y, como tal, tiende a la confusión. No se refiere a las mujeres españolas, quienes, seguro que construyen de todo y, además, bien. Se refiere a nuestras empresas de construcción e infraestructuras que, como decía un legendario anuncio de Cervezas San Miguel, triunfan por dónde quiera que vayan.
Las empresas españolas son auténticos gigantes internacionales que compiten en los mercados de tú a tú con cualquiera. Posiblemente, se trata del sector de la economía que ha alcanzado una mayor competitividad en esta sociedad globalizada. Y, además, en cualquier parte del mundo. No solo en América Latina, región habitual de la expansión de las firmas españolas. Lo hacen en los mercados más exigentes como puedan ser los Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Europea o Australia. Y lo hacen a pleno pulmón, sin apoyo de los poderes públicos, con sus propios recursos, iniciativa y capacidad.
Las razones de este éxito hay que buscarlas en la conjugación del altísimo nivel técnico de la ingeniería española, sus soluciones constructivas, su capacidad de gestión de obras de elevada complejidad, sus credenciales y su habilidad para articular estructuras financieras que permitan acometer proyectos de varios miles de millones de dólares. No cabe duda de que este éxito internacional se cimentó en el desarrollo de las infraestructuras y de la obra civil que caracterizó a España en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo. Son los años de la red ferroviaria, del AVE, de los aeropuertos, de túneles y viaductos, de las autovías y autopistas, de la renovación de los puertos, de todas aquellas obras que permitieron el desarrollo económico y social del país. Adquirieron una experiencia y una capacidad para abordar proyectos de ambición y de dificultad que llamaron la atención del mundo entero. El soterramiento de la M30 es uno de ellos. Autoridades e ingenieros de medio mundo lo visitan y no salen de su asombro al verlo con sus propios ojos. Y tantos otros. Pero aquellos años dorados se acabaron en el 2007 para dar paso a una noche negra que echó el candado a la construcción y a la renovación de la obra civil en el país, hasta el punto de que algún alto responsable de Fomento no dudaba decir en privado que “todo está hecho en España, no hace falta más”.
Afortunadamente, algunas empresas se adelantaron y ya en los años noventa empezaron a concursar y ganar proyectos internacionales. De no haber sido así, algunos de los actuales campeones españoles estarían descansando en el cementerio de las empresas arruinadas y desaparecidas. Como todo en la vida, las cosas no pasan por casualidad y tienen nombres y apellidos. Algunas ganaron proyectos icónicos como Ferrovial con el aeropuerto londinense de Heathrow o la autopista canadiense 407ETR. O Sacyr con el Canal de Panamá. O FCC con la Alta Velocidad Meca-Medina. O Acciona con el puente atirantado de Cebú. O compraron grandes constructoras como hizo ACS con la alemana Hochtief o la australiana Cimic.
Recientemente, la revista especializada ENR ha confirmado a ACS como la segunda referencia mundial entre las constructoras internacionales, con 41 mil millones, aguantando el pulso a la francesa Vinci. ACS encabeza el área de edificación y se posiciona en telecomunicaciones, transporte e industria. Ferrovial, con 9 mil millones, aparece como la décima del mundo, y con una muy fuerte posición en Estados Unidos y Reino Unido. Le siguen Acciona, FCC, Sacyr, OHLA y algunas más pequeñas como Comsa, San José o Sener.
En el primer semestre del año, sus carteras de proyectos concesionales y de construcción se acercan a los 240 mil millones de euros, con un ACS que dispone un potencial superior a los 85 mil millones.
Esto demuestra que las constructoras siguen en plena forma y ganando proyectos urbi et orbi. ACS y Acciona acaban de adjudicarse una autopista en Atlanta. FCC, una línea de metro en Oporto. Ferrovial y Sacyr, el Anillo Vial Periférico de Lima, que transformará por completo la capital peruana. La misma Ferrovial, la reforma del aeropuerto JFK, de Nueva York. Y la lista se puede alargar hasta el infinito.
Cualquier español que viaje por el mundo y compruebe que un aeropuerto, una autopista, un gran recinto deportivo, un megahospital, un macropuente o cualquier otra obra lleva la firma de un compatriota sentirá un motivo de orgullo. Y más teniendo en cuenta el efecto de arrastre que sobre otras pymes españolas tienen estos gigantes.
Una generación de grandes empresarios se encuentra al frente de estas corporaciones. Florentino Pérez, Rafael del Pino, José Manuel Entrecanales o Manuel Manrique han encabezado este éxito de la construcción española. Se dice que un país es tan grande o tan bueno como lo sean sus empresas. En un país tan huérfano de grandes empresarios, dónde a menudo son denostados por los exegetas de lo público, no está de más que de vez en cuando sus nombres y su labor merezca un reconocimiento, aunque sea modesto.