Rosario Sierra es la primera mujer que LinkedIn fichó en España. Pero Rosario tiene más vidas y te arrastra por ellas con la pasión de quien no tiene miedo de volver a empezar. Porque su historia está llena de primeras veces. Dejó la psicología hace años, pero cuesta notarlo. Cuenta las cosas con el pulso preciso de quien se maneja bien entre psiques.
Intento ver la unidad de fibromialgia del Hospital Gómez Ulla en sus ojos, porque se abren tanto cuando me habla del grupo de trabajo con el que empezaron a investigar la enfermedad, que me parece que solo apagando las luces, podría verla junto a sus pacientes. Hablamos del año 2000, cuando la fibromialgia era aún más invisible. “Se estaban empezando a definir los once puntos diagnósticos”, cuenta.
Llegó a montar una consulta para ayudar a pacientes con estas patologías, porque para ella la fibromialgia siempre fue visible. Esa fue una de sus vidas, de la que tuvo que escapar -a pesar de la vocación- para reinventarse. “O lo hacía o moría de hambre. La gente no iba al psicólogo, la práctica estaba demonizada. Era estar loco o no, no había nada en medio. Los problemas emocionales no existían”, confiesa con la añoranza de quien tuvo que dar la espalda a los sueños de niña.
Estrenando vidas
“Y pensé, ¿qué se me da bien? Y me formé en temas de marketing y ventas”. Y empezó a vender móviles por teléfono. Muchos. Tantos que saltó a Orange. Pero ella quería otra vida. Y emprendió. “Monté una empresa de externalización de servicios para poner personal a Ono y a Telefónica”. En pocos meses tenía a su cargo a 26 trabajadores, cuenta. Le fue bien, tanto que se compró un piso en la plaza Mayor de Madrid, pero al año, cerró -a pesar de que la empresa seguía creciendo- porque no era feliz. Y se puso a vender zapatillas -muchas- en una zapatería de Londres. Otra vida a estrenar, pero esta vez con 30 años.
“Quería trabajar en grandes corporaciones y toda la gente que trabajaba en compañías como Google o Microsoft hablaba inglés, así que muy fui a allí a estudiar inglés”. Le bastaron seis meses para dominar bien el idioma y algo más de un año para conseguir el número de teléfono de quien le permitiría empezar otra vida.
Hola, soy Rosario Sierra. Al otro lado del teléfono -casi sin poder hablar-, el director de Google España. Alguien que no tiene miedo a volver a empezar -a cualquier edad- es una persona con carácter, de las que no cede. ¿Pero de dónde has sacado mi teléfono?, le insistió el capo de la tecnología en nuestro país.
Rosario seguía vendiéndose cómo hacen los buenos, sin que se notara. Como cuando vendía móviles. O servicios logísticos. O zapatos. Y lo que podría ser la trama de una peli de Woody Allen en la que una desconocida aborda por teléfono al máximo ejecutivo de una compañía, que casualmente se encuentra en Londres por unas horas, y que ante su insistencia decide tomarse un café con ella -si algo hemos entendido ya es que Sierra es de las que vende un boli a un manco-, y entonces, la desconocida le hace esperar más de una hora -porque calculó mal los tiempos-, pero aun así se acaban cayendo bien, ríen y termina fichándola para Google España en la vida real, porque esto no es cine.
Es otra de las vidas de Rosario Sierra. La que empieza con una mudanza, once horas después de la llamada, de nuevo a Madrid. “La marca era espectacular, éramos como los dioses de la tecnología, todo el mundo quería trabajar ahí, nos pagaban fenomenal”.
El miedo a empezar de cero
Era 2008, cuando España entraba en crisis. “Era paradójico, la gente estaba pasándolo muy mal y yo estaba trabajando como responsable de marketing de Google. Fue una época muy feliz”. Pero a los cuatro años, con treinta y muchos, decide volver a empezar. Y coge la mochila y se marcha, solo con billete de ida, a Indonesia. “El sudeste asiático siempre me había llamado la atención y empecé a viajar sola durante seis meses con mi mochila. Fue muy revelador. Revisé cosas y batallas que no tenía ganadas”, confiesa.
Y, allí, en Bali, consiguió conquistarlas. “Fue una aceptación plena de mi sexualidad. Mi familia me había aceptado, mis amigos también, pero yo no. En Indonesia conseguí conquistar esa seguridad personal respecto a mi sexualidad”. Y a los seis meses, volvió. Y en la fiesta de bienvenida que le organizaron sus amigas conoció a su mujer. Y estrenó otra vida, la de madre. “Ahí supe lo que es el miedo”, confiesa. Pero no el miedo a empezar de cero. “Soy de pueblo, andaluza y lesbiana… ¿Cómo voy a tener miedo a empezar de cero?”, pregunta.
Nos plantamos en 2012. LinkedIn está a punto de abrir oficina en España y Rosario ve en la red social la empresa que reúne todo lo que ella es: recursos humanos, marketing, ventas… Así que abrió un perfil y envió este mensaje a su responsable en Europa: “Hola, me decido a escribir porque también he decidido dar un cambio en mi vida profesional…”. Otro cambio. Les persiguió durante meses hasta que la contrataron. “Es que no les di opción”, nos confiesa riendo.
Rosario ríe mucho. Ríe y convence. “Te prometo que cuando haya un puesto te llamo”, le dijo el jefe de LinkedIn en Europa. Al mes y medio, la llamó. Y volvió a llegar una hora tarde a otra entrevista de trabajo. “Me habían dado mal la dirección”, se justifica. Pero llegó, le contó la historia de su(s) vida(s) y tres horas después acabó con él de cervezas y risas. Y -como ya hizo el capo de Google- el de LinkedIn también la contrató, convirtiéndose en la primera mujer que fichó en España por la compañía.
Personas, no negocios
Y doce años después, aquí estamos, paseando con Rosario por las tripas de la red social en la que cada segundo se dan de alta tres nuevos miembros. Me enseña con una pasión que no ha tenido nunca un comercial inmobiliario, la bodega de vino. En esta oficina hay mucho vino porque -nos cuenta- aquí se celebra casi todo. “Mi trabajo es sostener el ambiente y la energía de la oficina. Cuando alguien entra por la puerta ya sé cómo está”, confiesa.
Y Rosario sale disparada hacia la cocina, el punto neurálgico de la empresa. Donde pasa todo, porque cómo en las fiestas, las mejores terminan en la cocina. En esta hay jamón, dulces, fruta, cereales, zumos… y un futbolín. “He querido una traer una cultura empresarial que tenga sentido, unos valores íntegros de cercanía y familiaridad, esto es una familia que va bien”, me cuenta. Y se nota. Aquí todo está diseñado para que el equipo fluya. “No manejas un negocio, manejas personas”, afirma.
Le pregunto si ha fracasado en algo. “En no ser capaz de ser psicóloga. Fracasé porque desistí”, responde. Pero me confiesa que lo consigue casi todo. “Persigo lo que quiero”, añade. Por eso hoy está aquí. Y es posible que esta tampoco sea su última vida, porque a sus 48 años no le dará miedo volver a empezar, otra vez. “No vengo de una élite que se autoexige estar en un sitio de privilegio. Si mañana tengo que volver a vender zapatos, me da igual”, afirma. Y le dará igual, de verdad. Y lo hará. Y saldrá bien. Porque todas las vidas de Rosario encajan como un puzzle.