Historia de

Wilma Rudolph, una voluntad por encima del destino

Descubre la historia de la atleta que llegó a ser la más rápida del planeta tras haber superado la polio

El atletismo es, sin duda, un deporte en el que la palabra ‘superación’ se adapta como un guante. Para poder ser fondista, ya sea de media o de larga distancia, debes superar a tu mente, que está siempre poniéndote trampas para que pares. Para poder ser velocista, debes superar a tu cuerpo, que constantemente te manda mensajes de que no puede darte lo que le exiges, que tiene un límite que no puedes superar. Quien quiere ser atleta debe pelear contra su cuerpo y mente, su voluntad y convicción deben ser mucho mayores que sus (en teoría) capacidades físicas y mentales. Así se concibe la ‘superación’, el concepto que define a este deporte, a esta disciplina tan exigente.

Y si hay una atleta que dio sentido a este concepto de manera inigualable, esa fue Wilma Rudolph. Pero seguro que ese nombre no suena a muchos de los lectores que leen estas líneas. Por fortuna, esta injusticia se va a remendar hoy. Aquí van a descubrir quién era y lo que supuso Wilma para el Atletismo en una época en la que este deporte estaba muy lejos de ser atractivo o multitudinario entre las mujeres.

La hermana 20 de 22

Wilma nació en el seno de la familia Rudolph en Clarksville, en pleno Tennessee, Estados Unidos, en 1940, una época difícil para familias de raza negra y de clase baja. Su padre era mozo de estación, su madre era sirvienta, y Wilma tenía 21 hermanos. Sí, los Rudolph trajeron al mundo a 22 vástagos. Para complicar más la existencia de Wilma en sus primeros años de vida, nació de manera prematura, con apenas dos kilos de peso, y con tendencia a contraer enfermedades.

Su lucha contra la enfermedad

A los cuatro años de edad, contrajo la polio, una enfermedad que paralizó la mitad de su cuerpo, y no se pudo valer de sus piernas durante cinco largos años. Por fortuna, con algo de ayuda, perseverancia familiar y mucha suerte, superó esta primera gran prueba de vida que pusieron en su camino. Antes de cumplir los 10 ya había temido por su vida, se había quedado sin poder andar, había conseguido sobrevivir, había recuperado poco a poco el movimiento de piernas y había usado y superado aparatos y zapatos ortopédicos. Pero el destino tenía crueles planes para ella en el futuro.

Con doce años, llegó a su vida la escarlatina. Sin embargo, algo tenía la pequeña Wilma Rudolph que, mientras una parte del destino perseguía y atacaba a su cuerpo y salud de forma cruel, otra energía, algo más poderosa, la llevaba a curarse, a seguir adelante, a mirar al frente y pensar en que todo era posible. Ese algo tan poderoso podría llamarse, perfectamente, espíritu de superación. Una implacable convicción de que ella tenía que vivir, tenía que superar cualquier obstáculo, porque había llegado al mundo para escribir su nombre con letras de oro en algún lugar, en algún trabajo, en alguna actividad. Curiosamente, su nombre llegaría a lo mas alto en algo que, allá por los años 50, cuando Wilma contaba apenas doce años, nadie podría imaginarse: en el atletismo.

Porque sí el bebé prematuro y enfermizo, la niña con polio y las piernas paralizadas que vivió con aparatos ortopédicos media infancia, la preadolescente que convivía con las enfermedades, iba a acabar siendo la mujer más rápida del planeta. En el Instituto quiso competir en un deporte, y eligió el baloncesto. Pero cuando la vieron correr detrás del balón… tardaron muy poco en considerar que debían hacerla una prueba como velocista. Brilló con luz propia desde los primeros metros.

Wilma Rudolph había nacido con un don, el de la velocidad, y el cruel azar del destino había querido ocultarlo durante toda su infancia. Pero desde ese momento ya nadie pudo frenarla nunca más. Solo necesitó dos años de entrenamiento y pruebas estatales para acabar formando parte del equipo norteamericano de atletismo que participó en los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956. Con apenas 16 años, Wilma volvió a casa aquel verano con una medalla de bronce colgada de su cuello. Cuatro años después, el bronce quedaría en anécdota: en una calurosa Roma, en el verano del año 1960, en los que ya eran sus segundos JJOO, y con 43 grados en los termómetros del estadio, Wilma Rudolph corrió los 100 metros lisos en 11 segundos (récord histórico que no fue acreditado por culpa del viento). Al día siguiente, hizo los 200 en 23,2 segundos (récord olímpico en aquella época). Para terminar su participación, también formó parte del equipo de relevos de 4×100, prueba en la que Estados Unidos se impuso. Con 20 años, una víctima de poliomelitis, la hija número 20 de 22 hermanos, la prematura Wilma Rudolph, acababa de ganar 3 medallas de oro en unos Juegos Olímpicos, y 4 medallas en su corta carrera.

Este nombre quedó, desde ese momento y por el resto de la eternidad, ligado a la palabra ‘superación’. Porque es muy difícil encontrar un ejemplo de constancia, perseverancia, lucha y superación tan claro y con un final tan exitoso como el de la gran atleta norteamericana Wilma Rudolph que, como una premonición incontrolable ya parecía adelantar cada vez que la vida le ponía un obstáculo, estaba predestinada a inscribirse con letras de oro en el Olimpo del deporte olímpico planetario.

 

 

 

 

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