La semana que termina ha estado teñida de incidentes en diferentes estadios españoles. La violencia ejercida por los ultras del Frente Atlético, lanzando mecheros y otros objetos desde el anillo bajo del fondo sur hacia el portero del Real Madrid Courtois, provocó que el árbitro que pitaba el derbi madrileño, Busquets Ferrer, parase el partido durante más de 10 minutos. Una decisión tan acertada y necesaria como dolorosa, por lo que supone para el fútbol español.
La noticia dio la vuelta al mundo, y la imagen de los capitanes del At Madrid, Giménez y Koke dirigiéndose al fondo para hablar con los ultras, hombres, algunos de ellos con verdugos para ocultar su rostro, fue bochornosa. No fue el único incidente protagonizado por ultras.
En Anoeta, el jueves, pudo ocurrir una desgracia. Esta vez fueron los aficionados radicales visitantes del Anderlecht ,ubicados en una zona alta de la grada, quienes lanzaron con total impunidad sillas rotas, trozos de metacrilato y otros restos de mobiliario que, convertidos en lanzas, pudieron causar un grave daño a los aficionados que se encontraban debajo. Solo la suerte impidió una desgracia, ya que al colegiado que pitaba el partido, el rumano Marian Barbu, los incidentes no le parecieron suficientemente graves como para detenerte el partido, pese a que varios jugadores de la Real le avisaron de lo que estaba ocurriendo.
Para el estreno en Champions de Montilivi, este miércoles, Girona asumió un despliegue de fuerzas de seguridad sin precedentes ante la amenaza que suponía la llegada a la ciudad de los seguidores ultras del Feyenoord conocidos como Het Legioen, “La Legión”. Para entender la amenaza que suponía su visita, basta decir que en 2007 el club llegó a ser expulsado de la UEFA por las reyertas e incidentes que protagonizaron en Nancy, Francia. El año pasado arrasaron la zona ViP del Metropolitano en su visita al Atlético de Madrid. Este miércoles, enjaulados en una esquina de Montilivi, lanzaron objetos a los aficionados del Girona e incluso un niño recibió un impacto en la cabeza, que no pasó a mayores.
La víspera en Montjuic, el Barça se estrenaba en casa ante el Young Boys suizo, que también fue acompañado por un grupo radical situado en la parte alta de uno de los fondos. Durante algunos minutos prendieron bengalas, aunque afortunadamente no llegaron a lanzarlas al campo, como sí ocurrió hace unos días en Roma, cuando un grupo de hinchas del Athletic lanzaron una bengala en dirección al los “tifosi” romanistas. “No me cabe en la cabeza que una persona pueda tirar una bengala sabiendo que puede matar a otra”, reflexionó Ander Herrera, condenando el hecho igual que hicieron los capitanes y en técnico Ernesto Valverde.
Bengalas, lanzamiento de objetos, incidentes de todo tipo, reyertas en la calle, quedadas callejeras para pegarse, y hasta asesinatos. Los grupos ultras comparten actividad, a veces ideología. Nazis unos, de extrema izquierda, otros. También comparten género. No hay mujeres en la foto de grupos ultras. En ninguno.
La incorporación de la mujer a las peñas de los diferentes equipos españoles, bien como socias, bien como aficionadas, ha sido ascendente en las últimas décadas. Basta darse una vuelta por cualquier estadio de la liga para comprobar que la mujer es una más, aunque las cifras aún no sean igualitarias. Lo mismo ocurre en los desplazamientos. Pero no en los grupos ultras, donde la testosterona define a sus miembros.
En algunos grupos ultras está incluso delimitada su presencia. Los “Irriducibili” laziali, ultras de extrema derecha situados en la “Curva Nord”, no permiten presencia de mujeres en las 10 primeras filas. Esa es zona para hombres.
Las mujeres tampoco son protagonistas en las “gradas de animación”, esos grupos impulsados por algunos clubes para desterrar a los ultras, pero impulsar los cánticos y el tifo. Allí la presencia femenina es muy marginal.
¿Qué ocurre en el futbol femenino? Un dato revelador nos pone sobre la pista. Ningún partido ha sido considerado de alto riesgo en la Liga F, ni siquiera cuando se han llenado San Mamés o el Metropolitano, lo que refleja que los grupos ultras no han invadido ese espacio, de momento tranquilo, donde conviven aficionadas en su mayoría y aficionados que entienden el fútbol como un espectáculo y no como un campo de batalla donde verter odio o exhibir violencia. El fútbol sin testosterona es más saludable.