Sara Hurtado, agonía y éxtasis tras su pasión por el hielo

La vida de Sara Hurtado como patinadora no ha sido fácil, forzada por las circunstancias a abandonar su carrera, decidió abrir su propia academia para que los futuros patinadores tenga una historia un poco más amable.

La historia de Sara con el patinaje sobre hielo responde a aquello de que lo mejor siempre está por llegar. Sara decidió que en vez de lamentarse por lo perdido iba a ilusionarse por lo que puede venir.

Pero no fue fácil, tras años en la élite del deporte, de un día para otro, su vida dio un giro inesperado que nunca formó parte de ninguna de sus coreografías. Vivía en Rusia, con su pareja de baile y el estallido de la guerra de Ucrania, les obligó a hacer las maletas de manera precipitada para ponerse a salvo en España. 

Sara se vio en Madrid, sin entrenador, sin recursos para poder volver a competir, y con una crisis de identidad que nunca había experimentado. “Si no compito no soy nadie” era el pensamiento recurrente en su cabeza. “No sabía ni cómo presentarme, hola soy Sara Hurtado, patinadora… pero ya no, bueno, no lo sé, no compito, pero patino…” 

Aunque vayamos por partes, porque a pesar de que ella lo dudara en algún momento, esta mujer de 32 años tiene mucho recorrido y una extensa carta de presentación. 

De la pasión por el hielo, al frío de la soledad

Rompió el hielo con su deporte a los 8 años. Su madre la llevó a una pista de patinaje como un plan más para entretener a una cría, y Sara se enamoró de la sensación de danzar sobre cuchillas. Se dio cuenta de que ya no concebía la vida sin deslizar su cuerpo sobre el hielo. 

Sin embargo, en un país donde apenas nieva y no existe cultura de nieve, ni de patinaje, si quería dedicarse a ello, iba a tener que hipotecar el hecho de estar cerca de casa y de los suyos. Primero se fueron él y su pareja de danza a Londres, y luego a Montreal donde se establecen los mejores entrenadores. Allí Sara empezó a crecer y a convertirse en toda una profesional, pero fue allí también donde conoció la verdadera soledad. “Montreal era todo oscuro, frío, tenía que organizar con mi madre las llamadas por skype en plan, venga el lunes trasnochas tú y yo madrugo el miércoles…Si me pasaba algo, tenía que esperar a que amaneciera en España para poder escuchar una voz cercana que me diera un poco de aliento. Me sentía muy sola, al margen de todo. Tampoco se me estaban dando los resultados, y cada vez estaba más triste. Las sensaciones con mi pareja no eran buenas. Porque aunque desde fuera pueda parecer un deporte con más visibilidad para la mujer y con mayor número de patinadoras que de patinadores, esta diferencia es precisamente un lastre para ellas. El hecho de haber tan pocos hombres, hace que ellos se suban a un pedestal al que ellas pelean por llegar. 

Sara nos explica: “algunos están tan endiosados y saben que los necesitamos que exigen a las patinadoras que les costeen todos sus gastos. Y lo peor es que muchas veces están tan desesperadas, que acceden. Por lo que en este deporte también los hombres llevan la voz cantante y esa escasez de hombres los empodera”. 

La luz al final del túnel: una vida mejor en Rusia

Cuando todo estaba a oscuras en 2016 una llamada devolvió a Sara a la luz. El patinador Kiril Jaliavin le propuso ir a vivir con él a Rusia para competir y prepararse los Juegos Olímpicos juntos. Él se había quedado sin su pareja de baile que era su propia mujer y fue ésta la que lo animó a llamar a Sara al conocer que buscaba pareja. Fue todo un acto de amor por parte de la mujer de Kiril: “ella estaba muy afectada por lesiones varias que le impedían entrenar y competir sin dolor y necesitaba alejarse de las pistas, pero sabía que su marido quería seguir con su carrera,”nos cuenta la patinadora.

A diferencia de Canadá, en Rusia Sara sí que pudo ser feliz. “Kiril y su familia me acogieron como un miembro más de la suya, me sentí como en casa”. Además Kiril aceptó nacionalizarse en España para que Sara pudiera competir por su país. “Fue un gesto de generosidad increíble por su parte porque al hacerlo renunciaba a su sueldo como empleado público en Rusia, donde la danza sobre hielo está considerada como un puesto de funcionario”. En el país soviético la madrileña sí pudo encontrar su sitio. Y encima, recuerda Sara entre risas, “podía hablar con mi madre a horas mucho más normales, fui muy feliz”. 

El esfuerzo de ambos mereció la pena e hicieron historia como pareja. Su mayor logro juntos fue la medalla de plata lograda en la Rostelecmo 2018 , la primera medalla para nuestro país en danza, además representaron a España en los Juegos Olímpicos de PyeongChang en 2018, en dos Campeonatos del Mundo, cinco Campeonatos de Europa y seis ISU Grand Prix.

La guerra que rompió los esquemas

Pero la vida de nuestra protagonista es una montaña rusa de emociones y llegó la guerra. “De la noche a la mañana nos dimos cuenta que no era seguro vivir en Rusia representando a un país de la Unión Europea. Además Kiril, aunque tenía la doble nacionalidad, podía ser llamado a filas en cualquier momento. No era seguro estar allí”. 

La embajada en España los ayudó para salir a marchas forzadas del país. “Fue muy duro porque no pudimos despedirnos del equipo, de nuestro entrenador. Me fui sin poder darle un abrazo y sin saber qué sería de ellos a partir de entonces.”

Pasaron mucho miedo hasta que consiguieron aterrizar en Madrid. “Cuando al fin llegamos y pude ver a mi madre estuvimos llorando abrazadas durante horas. Aún tenía el susto en el cuerpo”. 

Aunque el mundo que ahora le esperaba también se le antojaba de lo más hostil. “Cuesta mucho pedir ayuda cuando no has conseguido una medalla olímpica, parece que no está justificado. La federación me quitó todo tipo de ayuda, incluida la de terapeuta que para mí en esos momentos de incertidumbre era vital”. No era una situación fácil para la pareja de patinadores que ya atravesaba un bajón moral tras un par de temporadas sin buenos resultados.

La vida después de la competición

Por suerte la gente buena también aparece en los momentos clave y un buen amigo del pasado que ahora era el gerente de la pista de hielo de Majadahonda les dejó entrenar a primera hora cuando aún no estaba abierta al público. Podían hacerlo gratis a cambio de hacerlo a oscuras. “Con la guerra de Ucrania las tarifas de la luz estaban por las nubes y mi amigo me dijo que no podía encender una pista entera para dos personas”. Así que imagínanos, a las 6 de la mañana, muertos de frío y a oscuras. Lo estábamos pasando mal, y encima suspendieron el espectáculo. Llegó un momento en el que nos dijimos, ¿para qué estamos patinando? Ya no tiene sentido.”

Lo único que mantenía viva nuestra llama por seguir adelante con la danza eran unos cursillos que estábamos impartiendo a chavales para ayudar a nuestros clubes. Nos daba mucha alegría enseñar a los jóvenes. Y entonces a Sara se le pasaron todos los años vividos por la cabeza. Pensó en todas las renuncias que tuvo que hacer por el deporte que amaba. Tanto tiempo viviendo fuera, tantas ausencias, tanta soledad… Pensó en que ojalá los jóvenes patinadores del futuro no tuvieran que renunciar a tantas cosas por perseguir sus sueños. El deporte exige renuncias, pero no deberían ser tantas como las que ella tuvo que afrontar. 

Un nuevo camino: la SK Internacional Ice Dance School

Un día quedó a tomar un café con Kiril y tomaron una decisión que supuso el comienzo de un nuevo viaje. Iban a colgar los patines pero para ayudar a otros a ponérselos. Juntos abrieron una academia para formar a patinadores, para que lo tengan un poco más fácil que ellos. Porque a pesar de su buen hacer queda mucho camino por recorrer para asentar las bases de su deporte:  “Todavía tengo que explicarle a la gente que nosotros no vamos a los Juegos Olímpicos de París, que nosotros competimos y luchamos por medallas en los de Invierno”. 

Sara nos cuenta que el patinaje sobre hielo está perdiendo muchos espectadores porque las entradas son cada vez más caras y el espectáculo pese a ser uno de los más bellos del mundo, resulta muy sobrio y aburrido, sin ninguna interactuación ni show para el público. “Hay que tener en cuenta que las normas del deporte son antiguas y los jueces del patinaje son gente muy mayor que llevan toda la vida ahí y que son muy reacios a cambiar nada de lo tradicionalmente estipulado”. Y añade que como sucede en todos los minoritarios, hace falta inversión, más pistas, más becas, más visibilidad en los medios…”Lo de siempre vaya, pero un poco más si cabe”.

No obstante su academia SK International Ice Dance School, está haciendo mucho bien y han conseguido muy buenos resultados con su cantera de patinadores en muy poco tiempo. Estos días la ya ex patinadora y su equipo de coaches están en Lituania hasta agosto en un intensivo de verano. Han logrado tener un espacio acondicionado con horas de hielo y fuera del hielo, una estructura para que se prepararen y puedan ser profesionales.

En su nueva etapa como entrenadora hay mucho efecto espejo y le resulta muy terapéutico: “sé exactamente por lo que van a pasar los chicos…, ya lo he vivido yo antes. Es bonito atravesar cosas difíciles juntos, porque sientes que tu propia carrera trasciende más allá de tu persona. Siento que mi carrera ha tomado un sentido superior a cualquier medalla. Los más pequeños te miran con los ojos de eres olímpica y ahí es cuando sientes que eres referente. Al decirles que has pasado por ahí, que yo también me caí mil veces, les hace creer que es posible. Eso es la gasolina más potente que existe para un deportista”.

Por eso en este vaivén constante, en este eterno devenir en el que se ha convertido la vida de Sara, cuando le preguntamos a modo de conclusión si volvería a elegir esta profesión, asegura que fue el patinaje quien la escogió a ella y que no concibe otro modo de entender el mundo que no sea subida a los patines y deslizando su cuerpo sobre el hielo. 

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