Mientras el Mutua Madrid Open celebra su tradicional Máster 1000 y disfrutamos de las mejores raquetas en ATP y WTA, se cumple hoy una efeméride que avergüenza y entristece al mundo del tenis. El duelo entre Magdalena Maleeva y Mónica Seles no tenía visos de pasar a la historia por su ninguna excepcionalidad deportiva. Era un emparejamiento más del torneo de Hamburgo en el que la por entonces número 1 del mundo con estaba haciendo lo de casi siempre. Vencía por 6-4 y en uno de los descansos, durante la segunda manga fue apuñalada por la espalda.
Consciente del ataque que había recibido en su omóplato derecho, se desvaneció y mientras la atendían, la seguridad del torneo consiguió detener al agresor, un alemán de 38 años. Aunque en un principio se pensó en un trasfondo político por la nacionalidad de la tenista, pronto se descubrió que Gunter Parche, buscaba retirar del circuito a la joven en beneficio de su ídolo Steffi Graff.
Mónica Seles tenía algo que ahora mismo es complicado de ver en el tenis femenino. En el momento del ataque llevaba 178 semanas en lo más alto del ranking. Sin haber cumplido los 20 años ya cosechaba con 8 Grand Slams y 32 títulos en total. Un talento emergente que había eclipsado al resto, pero en especial a Steffi Graff quien sólo había conseguido ganarle en una final de un grande de las que les habían enfrentado entre 1991 y 1993.
El levísimo castigo con el que la sentencia judicial fallaba por el delito, fue una puñalada quizá peor que la primera para Monica Seles. El alemán fue condenado a sólo dos años de libertad vigilada. La propia tenista llegó a pronunciar “Parche reconoció haberme acuchillado y volverá a su vida normal mientras yo aún me recupero de una agresión que me pudo haber matado”.
Nunca pudo volver a ser la misma. Aunque se recuperó con relativa facilidad de sus heridas, las secuelas psicológicas fueron devastadoras. A los dos años del ataque, y tras mucha ansiedad e incertidumbre, volvió al circuito y lo hizo ganando en Montreal. Sin embargo, tal como ella misma relata en su autobiografía “Getting a grip”, el sobrepeso ocasionado por los trastornos alimenticios y sus problemas de salud mental le impidieron reencontrarse con su versión anterior.
La bulimia era la forma en que su cuerpo manifestaba todo el miedo incapacitante que sentía. Aun así, fue capaz de ganar su noveno Grand Slam y aunque no fue hasta el 14 de febrero del año 2008 cuando puso fin a su carrera, con ese Open de Australia acabó todo. Era el año 96 y solo hacía seis que había levantado su primer Roland Garros con 16 años, un récord de precocidad, por cierto, que aun sigue vigente .
Hoy, más veinte años después de su último partido, Seles relata sus memorias desde una posición fuerte y segura, sus heridas al fin se han curado. Su libro es también un llamamiento a las extremas exigencias que el tenis brinda a sus jugadoras. También, a los peligrosos cánones estéticos con los que se encasilla a las deportistas y que hace pocos días hemos asistido en los Laureus cuando Garbiñe Muguruza tuvo que explicar a la prensa su aumento de peso.
Ella pudo recomponer su mente, y volver a sentirse libre, pero la duda que dejó aquel terrible episodio quedará siempre.
Nadie sabe qué hubiese sido del tenis femenino si aquel fatídico día no se hubiese producido. La gran Martina Navratilova ha declarado en más de una ocasión que, de no haber ocurrido nada, estaríamos ante la mayor ganadora de la historia por delante incluso de Margaret Court, que atesora 24 Grand Slams, siendo la deportista con mayor títulos obtenidos por encima de Novak Djokovic . Lo que el tenis hubiese sido sin la doble puñalada de Seles, desgraciadamente nunca lo sabremos.