La historia de Sarah esconde uno de esos casos médicos que ocurren en contadas ocasiones y que nunca deberían darse. Pero también es una historia increíble de superación constante de las que enseñan a valorar cada minuto que pasamos en esta vida.
Porque Sarah era una joven entusiasta, (en eso no ha cambiado), amante del surf que con 18 años tenía todas las ganas de comerse el mundo. Pero en su camino se cruzó una enfermedad despiadada: la meningitis. Un día, se levantó con dolor de cabeza, fiebre y vómitos. No era una gastroenteritis. Tenía meningitis meningocócica, una bacteria que le ocasionó un fallo multiorgánico y por la que tuvo que ser ingresada de urgencia en la Unidad de Cuidados Intensivos. Permaneció 10 días en coma. Además durante esos días sufrió varias paradas cardiacas que los médicos consiguieron estabilizar. Cuando despertó los facultativos le comunicaron que tenían que amputarle los pies y las manos. Ella misma ha contado en varias entrevistas que lo primero que pensó es que por qué le sucedía a ella, que ella se portaba bien con todo el mundo y que además era una persona sana y deportista: “si soy buena persona, por qué me pasa a mí, hay gente peor que yo que no hace deporte…”.
La frase que la ayudó a despertar
Pero sus padres consiguieron que Sarah encontrara el modo de adaptarse a su nueva vida. Su padre de hecho le donó un riñón, porque tras el coma no acaban de funcionar los suyos. Fueron muchos meses de lucha en un hospital que desmoralizaron a la joven. Hasta que su madre le dijo una frase que le hizo cambiar el chip. Así lo contaba la joven:
“Una vez, llorando, le dije que iba a ser inútil para siempre, que nadie me iba a aceptar, y ella me respondió: ‘¿era Stephen Hawking un inútil?’. Aquellas palabras fueron un punto de inflexión y, a partir de entonces, decidió que por supuesto, iba a seguir adelante.
Su difícil nueva vida
Las prótesis que podían permitirse en su familia le impedían tener una vida digna que le permitiera valerse por sí misma. Gracias a una campaña de crowdfounding consiguieron la financiación para comprarse las que lleva actualmente que cuestan 200.000 euros y con las que puede ser casi independiente. Y de este modo ha podido conseguir volver a practicar el deporte que le apasiona. Gracias a la ciencia y también a la bondad de la gente que la ha ayudado.
Sarah lo cuenta así: “Una persona que surfeaba en la misma playa que yo se enteró de lo que me había pasado y me dijo: ‘Yo voy a hacer que vuelvas a surfear’. Cuando podía recibir visitas en casa, vino a visitarme y me convenció”. Pero como todo en su vida tampoco fue tarea fácil. Tuvo que empezar de cero, en una piscina y con miedo a no ser capaz de hacerlo.
Al peso de su cuerpo, se le suma el kilo y medio que pesa cada prótesis de su brazo y los dos y medio de cada prótesis de pierna. Un total de ocho kilos extra. Además cuando surfea las olas se las tiene que quitar porque pueden estropearse. Por lo que el entrenamiento de fuerza es vital en su día a día.
De hecho en su cuenta de Instagram que acumula 145 mil seguidores, la marbellí comparte sus rutinas de entrenamiento con ese humor y esa que la caracterizan. En este video la joven se ríe de cómo las olas se ceban con ella cuando se cae de la tabla y la arrastran sin piedad.
Las sentadillas, ejercicios de cuello, de tren superior forman parte de su rutina. Es capaz de realizar cualquier modalidad de fuerza como si no llevara prótesis. De ahí que Sarah sea la vigente campeona de surf adaptado en España y de que siga trabajando y peleando por ser paralímpica.
Además la malagueña, estudia Derecho y da charlas motivacionales por todos los rincones de la geografía española. No soporta que le tengan lástima ni que la traten de discapacitada. Según Almagro: “A base de cabezonería cabeza y corazón se consigue todo”.
Y sin duda tiene más argumentos que nadie para afirmar que merece siempre la pena seguir recorriendo el camino por muchas piedras que encontremos a nuestro paso.