Rebecca Roberts es la mujer más fuerte del planeta. Y no lo dicen sus músculos o sus 193 centímetros de altura; ni los seis títulos mundiales que atesora; ni siquiera los vídeos en los que se puede ver, no sin asombro y fascinación, cómo mueve camiones, levanta columnas o consigue realizar un ‘peso muerto’ con 300 kilos.
Rebecca, la chica galesa, la mediana de cinco hermanos nacida en Bangor, es la mujer más fuerte del planeta porque la vida la ha maltratado casi desde que tiene uso de razón, pero ella, lejos de conformarse o rendirse, ha transformado la desdicha en nutrientes para crecer y hacerse más dura, tanto por dentro como por fuera.
Una historia de película
A pesar de nacer en el seno de una familia numerosa y humilde (su madre era minusválida y su padre hacía grandes esfuerzos en tres trabajos para poder mantener a sus pequeños), los primeros años fueron felices. No era fácil ir creciendo mucho más que el resto de compañeros de clase, chicos y chicas, porque eso la convertía en el centro de la diana de los comentarios más hirientes y las burlas más feroces que un niño puede idear. Pero Rebecca no daba mayor importancia a estos momentos: en casa siempre era recibida con amor y comprensión. Hasta una mañana de domingo cuando tenía 12 años.
Su madre descansaba en el sofá, tras una mala noche de dolores en las piernas. Su padre se fue a trabajar. Los niños, como cualquier otro domingo, salieron a jugar. Cuando volvieron a mediodía, les extrañó no percibir el olor a comida habitual. Entraron en casa, y su madre seguía donde la habían dejado: en el sofá. Ahora dormida. O eso creían.
Rebecca quiso despertarla, pero no fue capaz. Preocupada y sin saber muy bien qué hacer, pidió ayuda a sus vecinos, que comprobaron que su madre no respiraba y llamaron enseguida a una ambulancia. Nada pudieron hacer los servicios médicos por ella. Paro cardíaco. Rebecca Roberts y sus 4 hermanos se quedaban sin madre, y su padre se quedó sin esposa y sin brújula. La vida de la familia Roberts cambió para siempre.
El padre, ahora único cabeza de familia, perdió el norte.
Cabeza de familia con 12 años
Entró en una espiral de perdición y adicciones, dejó de atender las obligaciones más básicas con sus hijos, que iban al colegio sin duchar, sin comer, sin ropa limpia. Rebecca, como la mayor de las mujeres en una familia chapada a la antigua, tuvo que hacerse cargo de una casa sin rumbo. Duró un año y medio, hasta que la alarma social de los vecinos provocó que cuatro de los cinco hermanos (el mayor ya era adulto y no vivía con ellos) fueran recogidos por los servicios sociales galeses, separados y enviados a familias de acogida.
Desde entonces, su vida no paró de cambiar: de casa en casa, de familia en familia y de grupo en grupo, sin nada estable a lo que aferrarse, y sin ninguna influencia positiva alrededor. Una adolescente sin madre, separada de sus padres y hermanos, y en ambientes muy poco recomendables.
Pero Rebecca tenía mejores planes para ella que perderse en las drogas, las bandas o la pobreza; la fortaleza de la mediana de los Roberts ya era considerable, y su afición por el deporte hizo el resto: se centró en ser una gran atleta, y con apenas 16 años ya destacaba en varias disciplinas de fuerza. Su determinación por salir de un destino catastrófico fue la gasolina del motor que guiaba su vida.
Y Rebecca ganó. A pesar de su soledad. A pesar de tener que cambiar de techo cada año. A pesar de tener que hacerse cargo de los cuidados de su padre, demente, durante sus últimos meses de vida. A pesar de que, una vez más, el horror volvía a acechar al girar la esquina, cuando apenas tenía 18 años.
Superar una violación
Fue en su primer verano como universitaria. Una noche como otra cualquiera. Una celebración con amigos. Un teléfono móvil sin batería. Un regreso en soledad. Una cara tapada, una navaja y una amenaza de muerte. Rebecca fue violada en plena calle y abandonada a su suerte. La policía la encontró veinte minutos más tarde y la llevó al hospital. Las heridas físicas duraron unos días; las psicológicas perduran a día de hoy.
Rebecca asegura que aquel verano no pudo salir de casa ni un solo día, sólo planteárselo le provocaba un ataque de pánico. A día de hoy, cada vez que sale de casa se asegura de que tiene batería en el móvil.
A pesar de su dramático incidente, y tras ganar la batalla al pánico, volvió a la vida cotidiana, a la universidad y al rugby, su nueva gran afición. Pero también el deporte que tanto le había dado, estaba a punto de quitárselo todo: en un partido, un mal golpe con dos compañeras hizo que cayera en mala postura y se dañara nervios, ligamentos y vértebras de la espalda.
Un mal golpe que casi la deja en silla de ruedas para siempre; tuvo que permanecer inmóvil seis meses. Había pasado poco tiempo desde la violación, y este nuevo revés de la vida fue demasiado para ella. Sufrió una profunda depresión que, mezclada con la inmovilización y la soledad, provocó que se hiciera más huraña y duplicara su peso.
Sentía que su vida social había terminado por culpa del daño psicológico a raíz de la violación, y que su vida deportiva había terminado por culpa de la grave lesión. Perdió toda esperanza tres veces durante el siguiente año: las tres veces que intentó acabar con su vida. Pero, de nuevo, Rebecca peleó contra las cartas que le había repartido la vida y, de nuevo, ganó la mano.
Un ángel llamado Paul
La culpa del renacimiento la tuvieron un gimnasio y un nombre propio, Paul Savage. Desde el primer momento en que, por accidente, Rebecca pisó el centro en el que estaba Paul, tuvieron un flechazo: amantes del rugby y de los deportes de fuerza, Paul era un apasionado del strongman. Él creyó en su potencial y se convirtió en su entrenador personal.
Ella sintió que había encontrado a la persona de su vida. Ninguno de los dos se equivocaba; a los dos meses estaban viviendo juntos y visitando el gimnasio cuatro noches a la semana. En apenas unos pocos meses Rebecca, estaba rehabilitada de sus lesiones y fortalecida en sus músculos.
Paul lo vio claro: sentía que podría convertirse en la mujer más fuerte del planeta, sólo necesitaba buen entrenamiento y algunos años de preparación. Cinco bastaron. Tras un lustro de mucho esfuerzo, pequeños triunfos en competiciones amateur y títulos del Reino Unido, y tras debutar en el ‘World’s Strongest Woman’ de 2019 con una meritoria séptima plaza, en 2021 nadie consiguió ser más fuerte que ella. Cumplió con su sueño y con la premonición de Paul, su pareja. Era la mujer más fuerte del planeta.
La felicidad, por desgracia, no es algo que la vida le permita a Rebecca por mucho tiempo. Un año más tarde, su querido Paul fallecía a su lado, en su cama, mientras ambos dormían, por culpa de un ataque al corazón. Ella fue la primera en intentar reanimarle, pero para cuando llegaron los servicios de emergencia, nada se podía hacer por él. La desgracia volvía a atacar a Rebecca Roberts, víctima de una macabra convicción del destino en poner obstáculos prácticamente insalvables en su vida. Pero nada puede con ella.
Entrar en la historia
Rebecca Roberts es la mujer más fuerte del planeta. Y no lo dice su trofeo que así lo acreditó en 2021; ni la musculatura que tapa las lesiones de columna provocadas por el rugby.
Rebecca, la chica galesa, la mediana de cinco hermanos nacida en Bangor, es la mujer más fuerte del planeta porque la vida le arrebató a su madre cuando ella apenas tenía 12 años, a sus hermanos cuando eran unos niños y a su marido cuando vivían un feliz sueño; porque su padre la abandonó; porque tuvo que sufrir el horror de una violación.
Pero ella, lejos de conformarse o rendirse, se ha levantado con más fuerza y determinación para superar los peores reveses del destino, crecer y hacerse más dura, tanto por dentro como por fuera.
¿Su próximo reto? Hacer historia ganando cinco campeonatos de ‘World’s Strongest Woman’, algo que ninguna mujer ha conseguido jamás. Pero, como decía su querido Paul Savage, “Rebecca es, simplemente, imparable”.