Hace once años “con mucha tranquilidad y haciendo las cosas bien” como decía en sus primeras palabras como medallista olímpica, Mireia Belmonte conquistaba al mundo entero con su eterna sonrisa, sus tablas y su modestia al contar que el mismísimo Rafa Nadal la había felicitado. “Choca que me felicite un grande como él, cuando tenía que ser al revés”.
Era el discurso de una trabajadora nata, de una joven mujer que aún no era consciente de que había levantado a todo un país del asiento, y emocionado con sus lágrimas al mundo entero con su primera medalla de plata en Londres 2012 en la prueba de 200 metros mariposa.
La “sirena de Badalona” tenía mucho que demostrar aún en la cita londinense donde sumó una medalla más en los 400 metros estilos.
Tras conseguir elevar la natación española al más alto nivel, la actuación de Mireia en la siguiente parada olímpica en Río de Janeiro acaparaba todas las miradas. Ella misma había dicho que iba a por todas. Y la nadadora se superó a sí misma demostrando que a tesón y esfuerzo no tenía rival. En una prueba emocionante y ajustadísima, Mireia se vació para lograr su primera medalla de oro con la que hizo historia y engrandó aún más si cabía su leyenda como reina del mariposa. No contenta con ello, se trajo una cuarta medalla en bronce en los 400 estilos.
Con esta consagración olímpica, Mireia estaba en su mejor momento deportivo. Su nombre sonaba en todas las radios, ocupaba todas las portadas y las marcas luchaban por hacerse con su imagen. Todas las niñas querían ser como Mireia. Sus millones de brazadas y su esfuerzo para lograrlo todo, la habían convertido en la atleta más querida y respetada. Y entonces algo muy familiar para los deportistas de alta competición y no por ello menos cruel como son las lesiones, se cruzaron en su camino.
Su arma más poderosa, sus hombros ya le habían dado un toque antes de Río de Janeiro pero ella tiró de garra y de juventud para hacer caso omiso al dolor, porque tal y como ella siempre dice, no hay deportista que no compita sin sentir alguna molestia.
Pero en su caso, su cuerpo dijo basta. Mireia sufría desde 2015 lo que los traumatólogos denominan “hombro del nadador”. La dolencia, es el resultado de forzar la articulación de manera antinatural durante años realizando movimientos repetitivos que acaban por desgastar los tendones.
Y el dolor primero en uno y luego en otro, se convirtió en ese amigo fastidioso dentro de tu grupo con el que tienes que convivir.
La de Badalona llegó a experimentar tal sufrimiento que no era capaz de realizar actividades tan cotidianas como peinarse o conducir. Mireia no lo quería reconocer ni a los suyos, “ahí voy, tirando” le respondía una y otra vez a sus padres cuando la llamaban para ver qué tal estaba.
Los años años pasaban y llegaron los Juegos de Tokio, pero ahora los tiempos de la nadadora los marcaba su cuerpo y no su mente.
En los Juegos de Japón, el COI introducía por primera vez la obligatoriedad de que fueran los dos, hombre y mujer los que portaran la bandera del país representado y la catalana tuvo el honor junto a Saúl Craviotto de portar la bandera del país que ansiaba verla de nuevo en lo alto del casillero. Mireia era consciente de las expectativas que como la mujer con más medallas que era, había puestas en ella. Pero también lo era de la falta de preparación con la que llegaba, y no por falta de ganas ni de trabajo. Detrás de la felicidad de su anuncio como abanderada olímpica, los Juegos Olímpicos de Tokio escondían el ocaso de la mejor nadadora española de la historia.
Aun así se dejó todo en las calles de Tokio haciendo caso omiso al dolor en sus hombros y acarició el bronce. Pero faltaban horas de preparación. Habían sido años muy duros para Mireia. Y es que desde el Mundial de 2017, donde celebró dos platas, Belmonte no disfrutaba de una gran competición. En 2018 unos mareos la sacaron del agua durante meses y regresó en el Mundial de 2019 lejos de su mejor forma. En 2020, después del parón por culpa del coronavirus, no pudo entrenar aquejada de una lesión en la ingle. En 2021 volvió a estar parada por ese recurrente ‘hombro del nadador’. A eso se le sumaba el desgaste de la competición y del hecho de estar tantos y tantos años en la cresta de la ola. Un montón de condicionantes que han impedido seguir engordando su palmarés.
Mireia pasó de conseguir el reto de conseguir un oro, a que el reto fuera poder competir y tirarse al agua. Había pasado demasiado tiempo dentro de una piscina pudiendo solo hacer pies.
Ella misma lo contaba a comienzos de este año: “Para mí ha sido un año duro, no ha sido fácil, yo siempre tenía la rutina de entrenar, de decir: “Hoy me toca estilos, hoy me toca mariposa”. Pero este tiempo sabía que el menú de cada día era hacer pies, siempre era hacer pies, y mentalmente no ha sido fácil, pero teniendo el objetivo de los Juegos tan cerca, merecía la pena intentarlo.
Por eso, clasificar para París se antojaba difícil, pero si hay alguien podía era ella, la única en conseguir 4 medallas en 3 citas olímpicas y la que se deja el alma hasta el final por muy imposible que parezca. Y este sábado en el Campeonato de España se ha dejado una vez más todo lo que tenía en esa sexta posición.
Por eso hoy no es día para lamentaciones. No hay que pensar en los 13 segundos que la han privado de estar en París 2024, en los que hubieran sido sus quintos Juegos Olímpicos. Tampoco es día para pensar si volveremos a ver a Mireia pudiendo ejercer como reina de la natación en plenas facultades. Hoy es día para agradecerle el haberlo intentado. Hoy más que nunca hay que aplaudir el ejemplo de lucha, entrega y sacrificio que medallas aparte, nos deja como legado.