Canastas y goles contra el cáncer infantil

Con motivo del Día Mundial contra el Cáncer Infantil conocemos la historia de Ana García, una niña que conoce la palabra cáncer en primera persona

Hoy, con motivo del Día Mundial contra el Cáncer Infantil, los clubes de fútbol y baloncesto de la Comunidad de Madrid se suman a la iniciativa solidaria ‘Goles y Canastas Contra el Cáncer Infantil’, propulsada por la Fundación Unoentrecienmil. Esta es la única fundación en España centrada exclusivamente en la investigación contra la leucemia infantil. Por ellos, hasta 570 clubes participarán este fin de semana en la recaudación de fondos para luchar contra el cáncer infantil. El año pasado reunieron 187.000 euros. Este año, esperan que la cifra aumente.

Con este incentivo, Artículo14 ha entrevistado a María Abajo y Ana García, dos mujeres que conocen muy bien el significado de la palabra cáncer.

La historia de Ana

Ana es paciente oncológica desde los 14 años, ahora tiene 17 y está curada. Nosotros éramos de asociaciones del cáncer infantil antes de que Ana enfermara”, narra María, madre de Ana.

“Me salió un bulto en la ingle en 2020, en junio o así. El bulto fue creciendo y creciendo y yo me acostumbre a verlo. Un año después, en un viaje, mi madre me lo vio y me dijo tenemos que ir al hospital. Yo no le di ningún tipo de importancia. Fuimos al médico, me hicieron la ecografía y nos dijeron que esperásemos un momento fuera”, recuerda Ana.

María prosigue: “Después, empezaron a hacer muchas preguntas. Ahí empecé a sospechar que algo podía estar pasando. Nos mandaron al edificio de enfrente, diciéndonos que era el de hematología y que ahí nos atendería otra doctora. Al cruzar es cuando leí hematología y oncología pediátrica y entonces, por dentro, se me cayó el mundo. Ana entraba completamente inconsciente de la situación y salimos de ahí con diagnóstico. Fue súper directo, le hicieron una punción y salimos con el Linfoma de Hodgkin diagnosticado, faltaba saber el estadio”.

Ana, al no escuchar la palabra cáncer no lo asimiló de inicio, pero sabía que algo no iba bien. “Me dijeron no te metas en Internet y es lo primero que hice. En la primera página vi American Cancer Society y fue cuando me di cuenta de lo que tenía y de la gravedad de la enfermedad”.

“La doctora le dijo: ¿Ana, tienes preguntas? Ana asintió. Sus preguntas fueron ¿tengo cáncer?¿Se me va a caer el pelo? Y termino diciendo, ¿me tengo que preocupar?, recuerda su madre”.

La recaída, el momento más duro

“Esto fue un viernes, el lunes me hicieron pruebas y el martes fui a quirófano. Después empecé con la quimio. En principio con esos 6 ciclos estaba limpia y me dieron el alta, pero el 7 de noviembre de 2022 recaí,” prosigue Ana.

“Tuvo una recaída precoz. El Linfoma de Hodgkin seguía ahí. Entonces empezó un proceso más complejo porque se empezaba con una quimio muy fuerte. Estaba 6 días 24h con quimio, era muy bestia. Todo el proceso terminó el 9 de enero de 2024 y lleva ya un año limpia. Ha sido un proceso pues… lo difícil que es que una niña de 14 años viva todo esto”, relata María.

Ana García durante su tratamiento ingresada en el hospital.

Ana ha sido un ejemplo

“Ella lo ha hecho muy fácil. Ha habido momentos muy difíciles. A veces llegábamos al hospital y no le podían dar la quimio porque estaba muy floja, o se ponía malísima en casa y tenía que ingresar porque estaba bajísimas de todo, o le tenían que alimentar por sonda. Todo eso también ha pasado”.

“No sé si Ana se ha tragado lo malo, porque aparecían sus abuelos por la puerta y ponía una sonrisa, aunque se encontrara mal y estuviera dolorida. Era una sonrisa para que ellos no se preocuparan, cosa que dices, ¡qué hija más fuerte tengo! Yo sé que ha llorado, pero ha sido en silencio. Delante de nosotros le he visto llorar dos veces”, cuenta una orgullosa María.

Ana replica: “Delante de mi familia la vez que más vulnerable me he visto fue el día que me rapé por primera vez. Ese día fue muy complicado. Yo llevaba el pelo por la cintura y se me empezó a caer mucho, pero quise alargarlo. De hecho, mi padre me despertó diciéndome que me tenía que rapar y yo me cogí un berrinche y no quise. Esa tarde me duché y me vi el pelo y le dije a mi madre súbeme la maquinilla que me rapo”.

“Ana llegó un momento que me dijo que si volviera atrás no se lo quitaría (haber pasado la enfermedad) y yo le dije jope Ana…yo me lo quitaría seguro y me contestó yo soy quien soy por todo esto, esto te hace ser quien eres”.

El baloncesto, su refugio

“El baloncesto ha sido una vía de escape durante toda la enfermedad. Era el momento en el que yo desconectaba. El 25 de marzo, cuando me diagnosticaron, mis padres me dijeron, oye, ¿quieres ir a entrenar? Mi respuesta fue, ¿cómo no voy a ir a entrenar? Mi oncóloga les dijo que para mí el deporte era como un salvavidas. Al principio no noté los cambios, pero con la recaída y las quimios fuertes ahí sí que empecé a notar mucho cansancio. Tuve que parar un poco, pero intentaba ir, aunque me sentara en una silla. Cogía un balón y lo botaba”.

Ana con su equipo de baloncesto.

Una lección de vida

“Al principio tú ves a una persona con cáncer y en general causa rechazo, todos te miran. Hacía bromas en el súper y se quitaba el gorro y entonces veías que somos todos cotillas por naturaleza. Todos la miraban, algunos se asustan, a otros le das pena…todos somos así. Es horroroso y no lo tendría que pasar ningún adulto ni ningún niño, pero en niños es… aunque los niños tienen un ángel y lo aceptan mucho mejor que los adultos”, reflexiona María.

“Al haber visto lo importante que es vivir y tener salud acabas aprendiendo a disfrutar de las cosas. La primera vez que tuve la enfermedad intenté obviar que esa era mi realidad. Llegaba me daba la quimio y me iba a casa. No me relacionaba con nadie e intentaba estar lo menos en contacto posible con gente del hospital. La segunda vez decidí disfrutar del proceso, disfrutar del hospital, de la gente que me rodeaba, de las enfermeras, las doctoras… Al final, cuando tú normalizas el poder salir con tus amigos, el poder ir al colegio…acabas quitándole el valor que realmente tiene. Siempre le he dicho a mi madre que si me ha tocado a mí es por algo y era para enseñarme. Ojalá todo el mundo pudiese ver eso sin tener que pasar por la enfermedad”.

Esta es la lección de vida que nos han regalado María y Ana. Una madre y una hija que, hoy, miran la vida con otros ojos. Una niña que con 14 años comprendió el valor de la vida y que actualmente, con 17 y ya curada, aprecia lo que muchos de nosotros no somos capaces de ver.

La familia de Ana es una más de las muchas que han donado a la Fundación Unoentrecienmil para que los niños que sufran esta enfermedad cada vez sean menos. Todos juntos somos más fuertes.

 

 

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