Los Juegos Olímpicos no son solo el mayor evento deportivo del mundo. Se trata también de un acontecimiento capaz de escribir páginas en la historia. Las luchas sociales han encontrado muchas veces el impulso y la inspiración en las hazañas de los atletas. Sin ir más lejos, el caso del beso no consentido de Rubiales a Jenni Hermoso hizo retumbar los cimientos del deporte en España y obligó a la política, por una vez, a poner los ojos en las federaciones.
A falta de un mes para que arranques los Juegos de París, Ana Peleteiro encara la cita como una de las principales candidatas a medalla de la expedición española, bronce en los Juegos de Tokio, en el Mundial, y campeona de Europa. Sin embargo, tiene que soportar los insultos racistas de parte de la afición, que no la tolera solo por su color de piel.
Peleteiro sufre una lacra que repugna en pleno 2024. Sin embargo, a mediados del siglo pasado, era el pan de cada día de las mujeres negras que osaban alzar la cabeza. En un país como Estados Unidos, donde los problemas raciales siguen en auge, una pionera se atrevió a llevar la contraria a todo un sistema y se convirtió en una leyenda del deporte.
El próximo 14 de julio se cumplirán 10 años desde que falleció Alice Coachman (Albany, Estados Unidos, 1923) la primera mujer negra que ganó una medalla de oro en unas Olimpiadas. Fue en 1948, en Londres, en los primeros Juegos después de la Segunda Guerra Mundial, en la disciplina de salto de altura. Coachman se elevó hasta los 1,68 m., el récord olímpico en ese momento. Un salto que consiguió solo gracias a su perseverancia y tenacidad, ya que jamás contó con ningún apoyo institucional, e incluso familiar.
Saltar todos los muros
La época que le tocó vivir estuvo marcada por la segregación racial y la discriminación de género, una doble combinación que la desterraba a lo más bajo de la sociedad. Como la quinta de diez hijos en una familia pobre del sur de Estados Unidos, su infancia estuvo llena de desafíos, teniendo que trabajar desde muy joven. Pero eso no impidió que se enamorase del deporte y empezara a practicar todo tipo de disciplinas atléticas. Una situación que le causó problemas en casa. “En aquella época, se pensaba que las mujeres no debían hacer deporte. Mi padre quería que sus hijas fueran delicadas y estuviesen sentadas en el porche”, relató Coachman al The New York Times.
Pero más allá de las posibles broncas en casa, Coachman se encontró con que la sociedad también le daba la espalda por su condición de mujer negra. Las instalaciones deportivas y las oportunidades de entrenamiento eran casi inexistentes para los niños negros, especialmente para las niñas. Pero nunca le faltó el ingenio y la tenacidad. Corrió descalza en caminos de tierra y utilizó materiales caseros para practicar el salto de altura, como cuerdas y postes hechos a mano. Su determinación llamó la atención de la comunidad local, y pronto recibió apoyo para perseguir sus sueños deportivos gracias al Tuskegee Institute, en Alabama.
De ahí en adelante su progresión fue meteórica, arrasando en los campeonatos nacionales. Durante su carrera universitaria, ganó diez campeonatos consecutivos de salto de altura, una marca que no ha podido igualar ningún atleta estadounidense hasta el momento. La guerra obligó a posponer las Olimpiadas en los años en los que Coachman dominaba con una superioridad apabullante, y no fue hasta 1948 cuando, con 24 años, afrontó el reto que ninguna había logrado antes: lograr el Oro siendo una mujer negra.
Una campeona discriminada
Coachman lo logró, y su gesta resonó en la sociedad estadounidense como un triunfo social. Fue recibida como una heroína por el presidente de entonces, Harry Truman, y se organizó un desfile en honor. Sin embargo, por mucho éxito que hubiese conseguido, Coachman seguía siendo una mujer negra y, por muy campeona olímpica que fuera, la sociedad seguía considerándola una ciudadana de segunda.
En la ceremonia que se organizó en Albany, su ciudad natal, Coachman no pudo compartir escenario con las autoridades, todos blancos, separada de la zona centras. Además, tuvo que usar una puerta diferente para entrar y salir. Ni siquiera el alcalde del momento se dignó a darle la mano para felicitarla. “Teníamos segregación, pero para mí no era un problema, porque había ganado el oro. Era cosa suya aceptarlo o no”, le restó importancia Coachman años después.
Tras lograr el oro con 24 años decidió retirarse de la competición, pero su influencia no desapareció. Se convirtió en maestra y entrenó a jóvenes atletas, inspirando a generaciones de deportistas afroamericanos. Además, fundó la Fundación Alice Coachman, que proporciona apoyo financiero y educativo a jóvenes atletas en dificultades. En 1975, fue incluida en el Salón de la Fama del Atletismo Internacional, y en 1994, fue honrada en el Salón de la Fama del Deporte de Georgia. Su legado también se celebra en el Museo de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Estados Unidos. En 2012, durante los Juegos Olímpicos de Londres, la ciudad que vio su triunfo histórico, se le rindió emotivo homenaje.
Alice Coachman falleció el 14 de julio de 2014 a los 90 a causa de un paro cardiaco. Semanas antes había sufrido un derrame cerebral. Hoy, en Albany, la ciudad que la vio crecer y que no supo darle la bienvenida de campeona que se merecía, cuenta hoy con una calle y una escuela que llevan su nombre. Coachman no solo dejó una marca imborrable en el atletismo, sino también en la lucha por la igualdad y la justicia, asegurando que su historia seguirá siendo contada y celebrada por generaciones venideras.