El musical ‘Wicked’ es, sin duda, uno de los montajes teatrales más célebres jamás estrenados. Inspirado en el clásico cinematográfico ‘El Mago de Oz’ (1939) y concretamente centrado en relatar cómo dos amigas llamadas Glinda y Elphaba acaban convirtiéndose en la Bruja Buena del Sur y la Bruja Mala del Oeste, respectivamente, lleva más de dos décadas representándose en Broadway y ha acumulado más de 65 millones de espectadores, y su legión de fans promete aumentar exponencialmente gracias a su adaptación a la pantalla homónima, dirigida por John M. Chu y protagonizada por Cynthia Erivo y Ariana Grande, promete ampliar su legión de fans pese a que solo esporádicamente logra el tipo de energía trepidante que exuda el mejor trabajo de Chu detrás de la cámara -’Street Dance’ (2008), ‘En un barrio de Nueva York’ (2021)- y que define los grandes musicales cinematográficos modernos. Después de todo, es una película tan agresivamente chillona, y tan insistente a la hora de imponer su agenda temática, que prácticamente aplasta cualquier reticencia del espectador contra ella. Y eso resulta especialmente meritorio si se tiene en cuenta que, en realidad, no es una adaptación completa sino tan solo su primera mitad.
En efecto, y aunque en su material promocional y de ‘merchandising’ no se especifique, la nueva película lleva por título original ‘Wicked: Part 1’, y su continuación no verá la luz hasta dentro de un año. Los productores del proyecto sin duda decidieron diseñarlo a modo de díptico por motivos económicos -dos partes recaudarán mucho más dinero en taquilla que una sola, debieron pensar-, pero seguramente también opinen que su versión es tan profunda e importante que necesita durar más de cinco horas -solo esta primera parte dura 160 minutos, lo mismo que toda la obra teatral-, y eso deja claras dosis considerables de presuntuosidad por su parte habida cuenta que la nueva película no resulta nada convincente al respecto.
Su peripecia argumental arranca en el punto justo donde acababa el largometraje de 1939, la muerte de la Bruja Mala del Oeste, y el largo ‘flashback’ que compone el resto del abultado metraje se dedica a contar las desventuras que tanto ella como su antagonista vivieron hasta entonces. Más concretamente, descubrimos un tiempo pretérito en el que la bruja mala aún es una joven idealista llamada Elphaba (Erivo), blanco habitual de burlas y escarnio tanto porque nació con piel verde como porque posee poderes extraordinarios. En la universidad de Shiz conoce a Glinda (Grande), una chica totalmente opuesta a ella -rubia, alegre, vanidosa, amante del color rosa- que inicialmente le hace la vida imposible. Para cuando Elphaba empieza a aprovechar todo su potencial como bruja, eso sí, ambas jóvenes ya se han hecho amigas inseparables, y llegado el momento viajan juntas a la Ciudad Esmeralda. Allí conocen al Mago de Oz (Jeff Goldblum, sobreactuando como si le fuera la vida en ello), un fanfarrón que resulta tener una agenda totalitaria.
Mientras contempla a su protagonista, ‘Wicked’ reniega de cualquier atisbo de sutileza. El verdor congénito de Elphaba es un significante agresivamente obvio de cualquier diferencia de raza, sexualidad, identidad de género o creencia que se nos ocurra, y Chu lo maneja insistentemente para subrayar una y otra vez los principales mensajes del cuento -que no hay nada de malo en ser diferente y que no debemos maltratar a quienes lo son, y que la gente malvada lo es porque el mundo la ha hecho así-, ambos tan genéricos que carecen por completo de valor. Al mismo tiempo la película va acumulando subtramas a medio trazar y personajes secundarios infrautilizados -ya tendrán más utilidad en la segunda parte-, y entretanto sus personajes principales no llegan a mostrar emoción o humanidad suficientes para lograr que nos interesemos en ellos por algo más que su condición de iconos.
La mayoría de quienes vayan a ver ‘Wicked’, en cualquier caso, lo harán no en busca lecciones ni de hondura psicológica sino, sobre todo, por las canciones, el vestuario y los escenarios. Y lo cierto es que la película contiene una cantidad extenuante de números de canto y baile, en los que casi todo ha sido diseñado para apabullar: sus decorados son grandiosos, sus canciones son increíblemente dramáticas, las tropas de bailarines que aparecen por ellos son gigantescas y, a buen seguro, innumerables artistas han trabajado durante días en cada peluca y cada vestido. Son grandes y son muchos, pero es su mediocridad -combinada con sus aires de importancia- lo que acaba pesándole a ‘Wicked’ como una losa. Resulta llamativo que una película cuya canción principal celebra el placer de desafiar la gravedad -el himno ‘Defaying Gravity’- sea tan plomiza.