Los italianos usan una expresión para hablar de la muerte de una persona, de una forma mucho más sutil, que va como anillo al dedo a lo que ocurrió hace tres años cuando, el 5 de julio de 2021, Raffaella Carrà abandonaba este mundo: se n’è andata, se ha ido. Se fue con 78 años, tras haber ocultado un duro cáncer de pulmón que dejó a millones de italianos, también españoles, huérfanos de su icono más festivo pero, a la vez, también más reivindicativo.
En su manera de vivir la vida con completa libertad dejó una potente herencia de rebeldía. Fue un referente femenino, de defensa de los derechos LGTBIQ+ y una convencida votante de izquierdas. En 1977 dijo, sin complejos, que había votado siempre al Partido Comunista italiano. Cuando las calles de Roma se llenaron de aplausos para despedir a su reina en un funeral de masas, los periódicos escribieron: “Raffaella Carrà: diva comunista que cantaba a la libertad sexual”.
Cuando entonaba “en el amor todo es empezar” o cuando decía que si te dejaban tenías que buscar a otro más guapo, como en el famoso Tanti Auguri, Raffaella estaba contribuyendo a conformar un país. A través de sus letras y de su libertad con el famoso ombligo al aire cambió una sociedad. Así lo ve la cantante italiana de origen palestina Laila Al Hashab, que puso una foto de Raffaella hasta en la portada de uno de sus discos. “Era enormemente transgresiva. Tanto que ha sido el personaje de la cultura italiana que ha sabido, con delicadeza, jugueteando y con levedad, romper mayores barreras, esas que dominan la italianidad más tradicionalista. Era como un viento fresco”, dice.
“Aún a día de hoy creo que Italia tiene mucho que aprender de Raffaella Carrà”, añade Laila, que considera que era una mujer adelantada a su tiempo como ha habido pocas. La artista considera que el país está atravesando un momento político y social donde las canciones de Raffaella nazionale, como muchos la llaman para decir “nuestra Raffaella”, en Italia son más actuales que nunca. “Nos ha enseñado que la mejor manera de cuidar un país es a través de la resistencia”, añade. Y eso encaja perfectamente, dice la cantante, con el icono que ha sido para la comunidad LGTBIQ+. Ella solía decir: “Creo que le gusto a los gays porque soy la muñeca que nunca pudieron permitirse cuando eran niños”.
No hay ninguna fiesta italiana que se precie en la que en un momento de la noche no suene una canción de Carrá. La escena de La gran belleza de Paolo Sorrentino en la que los amigos del protagonista, Jep Gambardella, bailan de forma desenfrenada el remix discotequero de A far l’amore comincia tu de Raffaella con Bob Sinclar representa perfectamente lo que ocurre cuando alguno de sus himnos suena en este país. “Ella es una artista completamente transversal para la que la alegría ha sido el componente central de lo que tenía que decir.
“Eso ha ayudado a que el público, tanto español como italiano, haya canalizado sus mensajes políticos o de liberación corporal de una manera casi celebrativa, que ha hecho que la gente lo codifique de otro modo”, dice Lidia García, investigadora y divulgadora, autora del podcast ‘¡Ay, campaneras!’, que ha profundizado durante su año de estudio en la Academia de España en Roma sobre figuras del folclore español e italiano como la propia Carrà.
De hecho, Raffaella Carrà vivió siempre entre España e Italia, donde su fama y sus formatos televisivos más famosos se fundían casi en uno, como por ejemplo el maravilloso Hola Raffaella que imitaba el italiano Pronto Raffaella. Cuando aterrizó en Madrid en la segunda mitad de los 70, explica Lidia García, llegaba en un momento perfecto de la Transición española donde hacía mucha falta incorporar iconos internacionales. “Allí no lo tuvo fácil entre las folclóricas, que se celaban, la que siempre la defendió fue Lola Flores”, añade la divulgadora.
Y desde entonces sus temas españolizados, en un itañol que solo Carrà sabía defender como nadie, se convirtieron también himnos de su público ibérico. “Es increíble pero me derrito por ti”, decía en la versión española de su glorioso Tuca Tuca con su magnético baile que tocaba las rodillas, la cadera, la espalda y luego la frente del que teníamos enfrente. Su expresión física era también un mensaje. Gestos de libertad que, aunque ahora prevalezca su intocable imagen de una de las mujeres italianas más amadas, le costó su precio en una época enormemente machista donde muchos, según confirmó ella misma alguna vez, se quejaban porque cobraba “demasiado”.
Madrid se lanzó pronto a un homenaje a la cantante cuando, un año después de su muerte, le puso su nombre a una plaza a medio camino entre Malasaña y Chueca. Sin duda, en Italia, la figura de “la Carrà” está, aún más si cabe, siempre presente; sus letras llenaron el centro de Bolonia pocos meses después de su muerte entre las luces navideñas de la ciudad italiana y espectáculos de todo tipo se repiten localidades de todo el país para recordar su música. Este mismo fin de semana Roma acogerá un evento para recordar a la diva en el que invitan a todos en la capital a bailar sus canciones. Temas que han acompañado a generaciones tras generaciones y que se han convertido en la banda sonora de la rebeldía y de la libertad de ser quién queremos ser.
Il tuo silenzio fa rumore, tu silencio hace mucho ruido, decía un cartel sobre el ataúd que tantos fueron a besar para decirle adiós a su diosa. Acompañado de banderas LGTBQI+, de fotos con su inseparable sonrisa y con su media melena rubia y sus canciones que sonaban ininterrumpidamente mientras estuvo abierta su capilla ardiente. Esa es una gran metáfora de este año III tras Raffaella Carrà: su música sigue sonando de forma ininterrumpida para recordar siempre la importancia de la alegría y de la libertad. Parece aún que el rumor de las miles de personas que aplaudieron hace tres años al paso del coche fúnebre por las calles de Roma aún se escucha de fondo. Aquella imagen seguramente resume a la perfección el amor de un país por su embajadora internacional más genial.