La historia que cuenta Vermiglio –ganadora del premio Especial del Jurado en la pasada Mostra de Venecia, y representante de Italia este año en los Oscar– empieza en invierno con una muerte y concluye en primavera con un nacimiento y, entre ambos acontecimientos, se centra en retratar la particular agitación que azota a una de las familias que, a finales de la Segunda Guerra Mundial, habitan el aislado pueblo alpino que da a la película su título, comunidad que se rige según la estricta ley católica y en la que, por tanto, se censuran el descubrimiento sexual y la independencia femenina; los roles de género se imponen en algunas ocasiones con sutileza y en otras de forma abierta. En cualquier caso, allí la gente aquí no conoce alternativa a lo que perciben como una apacible vida bucólica, al menos inicialmente.
Toda la autoridad en casa de los Graziadei emana del patriarca, Cesare, que además es el maestro de la escuela del pueblo. Se trata de un hombre autoritario de voz potente que, en cuanto que única persona con verdadera educación de la comunidad, posee un poder unilateral sobre ella. Ser padre de nueve hijos –y con otro en camino– significa que una buena parte de sus alumnos pertenecen a su progenie, y no todos están a la altura de sus exigentes estándares. A algunos, él está seguro, les espera un futuro brillantes; otros, en cambio, estarán condenados a una vida de trabajo doméstico o rural. Cesare lee el periódico por las mañanas en busca de noticias del frente mientras su esposa, Adele, cumple diligentemente con sus obligaciones en casa y sus hijos juegan o hacen sus tareas diarias y, en general, obedecen a sus padres por la cuenta que les trae.

Madres que cuidan solas a sus hijos en la Guerra, uno de los temas de ‘Vermiglio’
Mientras la narración avanza, la directora Maura Delpero va centrando nuestra atención en tres de las hijas para hablar tanto de las limitadas opciones que se les presentan a ellas como de la presencia –y la ausencia– de los hombres en su mundo. Flavia, más inteligente que cualquiera de sus hermanos, está destinada a ganarse una educación adecuada; Ada es una chica extraña, que posee un cuaderno lleno de plegarias ideadas por ella misma para expiar los pecados que comete cada vez que se esconde tras la puerta del armario para darse placer; la mayor, Lucía, no tarda en enamorarse de Pietro, un silencioso soldado siciliano que salvó la vida de su tío y luego desertó con él para esconderse en el pueblo.
Secretos susurrados
Las tres hermanas duermen en la misma cama, y por las noches se susurran pensamientos y se hacen preguntas privadas que no se atreverían a verbalizar durante el día; la estrecha relación que mantienen entre sí les servirá de apoyo cuando las complicaciones empiecen a cernirse sobre la familia en cuanto Lucía empiece un romance con Pietro, inicialmente clandestino, y especialmente después de quedarse embarazada, algo que su madre intentará mantener en secreto hasta que su hija se case. Llegado el momento, secretos devastadores sobre el pasado de aquel joven serán revelados, y eso extinguirá los últimos rescoldos de paz familiar.

Póster de la pelñicula ‘Vermiglio’, de Maura Delpero
Maura Delpero en todo momento opone el drama de la familia con el imponente paisaje de la región, poniéndolo en perspectiva y a menudo enmarcando a las personas ya sea a través de vastas extensiones de ladera nevada o, al llegar la primavera, de una cortina verde de montañas distantes. La directora nos ofrece una sucesión de magníficas composiciones que incluyen majestuosas vistas de la bruma que envuelve edificios fríos y duros, de figuras solitarias recortadas contra radiantes puestas de sol, y también tomas interiores en las que la sombra y la luz parecen competir por intimidar a los personajes.
Entretanto, Vermiglio exhibe gran contención a la hora de estimular nuestra respuesta emocional a las pequeñas alegrías y grandes desgracias que sus protagonistas experimentan mientras buscan una felicidad que parece estar fuera de su alcance, y eso hace que el impacto de sus momentos más explícitamente dramáticos sea aún más potente.
La película va transformándose en un retrato de orgullo y vergüenza, de culpa y perdón y de traición y lealtad, atento tanto a las dificultades que amenazan con destruir a sus personajes como a la resiliencia que estos necesitan para sobrevivir. En su último tercio, Delpero nos da motivos para el optimismo a través de la figura de Lucía, finalmente consciente de que el único medio de escapar a su melancolía es confrontar el motivo que la causa, y cuyo viaje se resuelve con la toma de conciencia de que, lejos de estar sola, forma parte de un enorme grupo de mujeres que, a causa de la tradición y las circunstancias, han sido relegadas a una situación de marginalidad que se repite tan implacable como las estaciones.