Cine

Una película rara, rara, rara: ‘El sueño eterno’ y su aroma de mujer

Howard Hawks, el director más cristalino, poseedor del estilo visual más depurado, ofrece una obra ensimismada, laberíntica, farragosa, indescifrable y que vuelve una y otra vez al punto de partida

'El sueño eterno' (1946), dirigida por Howard Hawks
'El sueño eterno' (1946), dirigida por Howard Hawks

“Le pedí a Raymond Chandler que me explicara quién mataba a quién. Me envió un cable diciendo que era un tal George no-sé-cuántos; le dije que no podía ser (…) Me mandó otro cable diciendo: ‘Entonces yo tampoco lo sé’” (Howard Hawks).

Vi por primera vez el clásico de cine negro El sueño eterno (The Big Sleep, Howard Hawks, 1946), basado en la novela homónima de Raymond Chandler, en uno de esos ciclos que la proto Antena 3 programaba a principios de los noventa. Por supuesto, coloreada (gracias, Ted Turner). Y no me enteré de nada. Desde entonces hasta ahora han pasado solamente treinta y tantos años y las ocho o nueve veces que la he revisitado (o sea, vuelto a ver) me ha pasado lo mismo: no entiendo nada. He de decir que esto me sucede a mí y a los trillones de personas que a lo largo de estos casi ochenta años se han acercado a ella. No he hablado con todos, pero tampoco hace falta.

El sueño eterno es, según los críticos que parece que saben de lo que hablan, “icónica”, “mítica”, “magnética”, “paradigmática”… Sí, sí. Lo que no dicen (y lo saben) es que por encima de todos los calificativos es rara. Pero rara, rara, rara.

Mira que se han hecho películas raras a lo largo de la historia del cine: desde los juegos arqueológicos de Méliès, nuestro homo antecessor, hasta los experimentos de Warhol y su Sleep (1963) -cinco horas y media de un tío durmiendo- o John Waters y la ‘divina’ Pink Flamingos (1972), pasando por Que vienen los socialistas (Mariano Ozores, 1982). Todo muy raro.

Cartel original de 'The Big Sleep' ('El Sueño Eterno')

Cartel original de ‘The Big Sleep’ (‘El Sueño Eterno’)

Pero ninguna tan rara como El sueño eterno, precisamente por eso, por no querer serlo. Al menos aparentemente: el argumento, por llamarlo de alguna manera, no deja de ser el arquetípico del cine negro en sus años dorados, los cuarenta del siglo XX: la pareja icónica, un detective Marlowe (Humphrey Bogart) y una femme fatale con boina (Lauren Bacall) en su segunda colaboración, noche alevosa, coches con gente dentro que van y vienen sin saber muy bien a dónde ni por qué, diálogos como aguijonazos, pistolas y gabardinas, muertos que están vivos, vivos que están muertos, lluvia negra, un guion que apesta a güisqui y un desbarre narrativo (y esta es la novedad) en forma de trama laberíntica, críptica, que va y viene sin ningún sentido, hasta convertir la cinta en algo tan absurdo como vestir a un mono de flamenca.

Más allá de los egotrips: una mujer

De lo que sí me he enterado, ya digo, 33 años después, y gracias al estupendo libro recopilatorio de José Luis Garci Telegramas cinéfilos (Reino de Cordelia, 2022), es que, entre sus guionistas y enterrada bajo los totémicos egotrips de William Faulkner y Raymond Chandler, va y se encuentra una mujer, Leigh Brackett, de la que desconocía su existencia.

Resulta que Leigh Brackett (Los Ángeles 1915-1978) fue una notoria escritora de ciencia ficción derivada en guionista tan diletante como brillante: suyos son los guiones de, entre otras obras maestras, Río Bravo (Howard Hawks, 1959), Un largo adiós (Robert Altman, 1973) y, atención, El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980). ¿A ver si resulta que todo ese pringue anestesiante, ese je ne sais quoi embriagador, esa piel enigmática que recubre toda la película fue creada por Brackett sobre el esqueleto noir estándar de Faulkner&Chandler?

Porque El sueño eterno es una obra rara por contestación, lo que mola mucho más. En las películas, digamos experimentales, hay una clara vocación transgresora, a veces directamente gratuita (el ya mencionado John Waters y la dieta de Divine), otras veces en su pura abstracción y renuncia narrativa hacen evolucionar al conjunto del cine dando un paso más allá, y cuyo mayor exponente probablemente sea 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), pero siempre plenamente conscientes de sí mismas.

Sin embargo, en el caso del filme de Hawks no hay nada de esto en apariencia: el director más cristalino, poseedor de un estilo visual más depurado (para mí incluso superior a Ford) y más fiable que el motor de un Golf, va y entrega una obra ensimismada, laberíntica, farragosa, indescifrable y que vuelve una y otra vez al punto de partida como si del laberinto de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) se tratara. Solo se me ocurre una explicación posible a semejante delirio: o la dupla amanuense Faulkner&Chandler escribió el guion en una montaña rusa o ‘la chica’ Leigh Brackett pintó su manzanita hasta convertirla en una aromática y turbadora Black Diamond.

Howard Hawks, Leigh Brackett, Lauren Bacall y Humphrey Bogart en el set de 'El sueño eterno' (1946)

Howard Hawks, Leigh Brackett, Lauren Bacall y Humphrey Bogart en el set de ‘El sueño eterno’ (1946)

Por supuesto que, desde el punto de vista de la crítica más academicista, El sueño eterno no hay por donde cogerla: es inexacta, inverosímil, inconexa, todas las ‘in’ que quieras… pero sobre todo, es indispensable: es probablemente el mayor exponente del género negro, una película de culto y fundacional a partes iguales. Porque a ella, al igual que con las vanguardias, hay que acercarse de otro modo, más perfilado, casi como un banderillero ante el toro: de la misma manera que nadie puede ver 2001: Una odisea del espacio sin una postura abierta ante la experiencia sensorial que transcurre ante sus ojos, El sueño eterno no se ajusta a los moldes del cine tradicional: te envuelve en su maraña de nocturnidad, te mece y te devuelve confuso a la realidad, eso sí, sin enterarte de nada: como una buena anestesia raquídea.

Ahora que me estoy despertando y como bien dice Marlowe, “ya es hora de bajar de las nubes”, empiezo a entender: resulta que El sueño eterno es una película de ciencia ficción. Phillip Marlowe (Boggie) es un pobre terrícola contratado por el alienígena jefe, el general Sternwood, que vive escondido en su nave en forma de invernadero y es engañado para dejarse devorar en todos los sentidos por su hija (Bacall), otra marciana antropófaga (pero solo de detectives privados) de largas pestañas y carnosos labios con el objetivo de conquistar y dominar el planeta conocido como Noir: ahora entiendo todo. Gracias Leigh Brackett, en el planeta que quiera que estés.

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