Usar las convenciones del cine de terror para hablar de los cambios físicos y psicológicos que la pubertad acarrea a las mujeres es algo que a estas alturas han hecho ya incontables películas, de El exorcista a La bruja pasando por Carrie y Ginger Snaps, y es del todo lógico si se considera que la adolescencia femenina ha sido motivo de miedo, repulsa y superstición a lo largo de la historia, y lo sigue siendo en determinados contextos. En Tiger Stripes, la directora Amanda Nell Eu revitaliza el concepto aplicándole referentes tan dispares como el cine de David Cronenberg y el de Apichatpong Weerasethakul.
Tan solo su primer largometraje, la cinta obtuvo un premio en el Festival de Cannes y fue elegida para representar a Malasia en la lucha por el Oscar en la categoría de Mejor Película Internacional; por otra parte, fue censurada de forma tan severa con motivo del estreno en su propio país que Eu decidió renegar de la versión presentada al público malaya.
Su protagonista es una niña llamada Zaffan (Zafreen Zairizal, magnífica), probablemente la más gamberra y díscola de todas las alumnas del colegio femenino en el que buena parte de la acción transcurre; desde el principio se hace evidente su proclividad a ignorar algunas de las restrictivas normas que les son impuestas a las chicas de su edad. Tampoco tarda en quedar claro que Zaffan se halla en ese momento específico de su vida en el que empieza a cobrar conciencia de su propio cuerpo y considerarlo como algo más que el instrumento que usa para moverse, bailar y bañarse en el río. Aunque Eu no alude a ello explícitamente, resulta casi inevitable vincular a su floreciente sexualidad el afán por experimentar nuevas sensaciones que parece guiarla.
La niña, dicho de otro modo, está empezando a dejar de serlo, y la llegada de su primera menstruación la hará comprender a las malas los problemas que crecer conlleva. De repente, pasa a ser tratada como algo parecido a una paria en el represivo entorno de las escuela, e incluso algunas de sus mejores amigas le dedican burlas, desprecio y celos. Similar incomprensión recibe de sus padres y desde el mundo de los adultos en general, que llega a recurrir a los servicios de un chamán para tratarla. Todos a su alrededor la tratan como a una criatura extraña, incluso antes de que se convierta efectivamente en una.
Somatización del cambio
La protagonista de Carrie, recordemos, desarrollaba el poder de la telequinesis; la de Ginger Snaps (2000) se convertía en un licántropo, y la de Red (2022) se transformaba en un oso panda enorme y furioso a causa del descontrol hormonal. Zaffan, por su parte, empieza sufriendo erupciones cutáneas y pústulas faciales, y luego pierde el cabello y las uñas al tiempo que su cuerpo empieza a despedir un olor desagradable; llegado el momento, le crecen bigote, garras y hasta una cola.
Tiger Stripes contempla su metamorfosis con curiosidad y ciertas dosis de humor, y recurriendo a efectos especiales deliberadamente rudimentarios que probablemente funcionan a modo de homenaje a las películas malayas de serie B de los años 50. Entretanto, asimismo, la película se sirve de la mutación afrontada por la joven para difuminar las líneas que separan el mundo natural del sobrenatural, contrastar la belleza misteriosa de la jungla con la corrompida racionalidad que impera en el mundo civilizado y oponer la comunicación moderna encarnada por los vídeos de TikTok con la retórica de los mitos ancestrales y el folklore autóctono del sudeste asiático.
En cualquier caso, la experiencia de Zaffan resultará comprensible para cualquiera, porque todas y todos hemos pasado por la adolescencia y afrontado la incomprensión y hasta el escarnio que los cambios consustanciales a ese periodo. Lo que la distingue a ella y la dota de buena parte de su magnetismo es su negativa a avergonzarse de sí misma, a esconderse y asumir sin protestar su condena al ostracismo, o a dejarse intimidar lo que los demás le digan o piensen de ella. Todo lo contrario, de hecho. Cuando Tiger Stripes la observa por última vez, la joven ha perdido toda la vergüenza y el miedo a su propio cuerpo, y lo celebra con euforia como el principal atributo de su nueva identidad.