Hay un hechizo particular en el formato breve que no todos los géneros logran aprovechar del mismo modo. El thriller, sin embargo, encuentra en la miniserie un aliado natural. En apenas unos episodios puede desplegar su magnetismo narrativo sin perder el foco, sin desviarse ni caer en la repetición. Es una cuestión de ritmo, de saber cuándo empezar y, sobre todo, cuándo parar. Por eso, cuando una obra como El bosque aparece entre las opciones del catálogo de Netflix, merece atención inmediata. Tiene seis episodios, apenas seis horas de duración, y sin embargo se siente como una inmersión total en los abismos del misterio.
Un thriller francés con alma propia
El bosque no es una serie cualquiera. Es francesa, lo que ya la dota de cierta particularidad tonal. Pero sobre todo es una historia que logra mezclar el realismo policial con elementos de inquietud casi sobrenatural. La acción comienza en Montfaucon, un pueblo pequeño y aparentemente apacible situado en la región de las Ardenas, cubierto por una vegetación densa que convierte a el bosque en algo más que un simple escenario.
Es un personaje más, un lugar vivo que respira secretos y que envuelve todo lo que sucede con una capa de tensión invisible.
La profesora Eve Mendel, que arrastra un pasado traumático vinculado también al bosque, empieza a notar un cambio en sus alumnos. Algo se mueve bajo la superficie de lo cotidiano, un temblor sutil que irá creciendo conforme avance la historia. Una adolescente desaparece. La policía investiga. Pero lo que parecía ser un caso más en una comunidad cerrada pronto se convierte en una espiral de revelaciones incómodas.
El misterio de la memoria y la herida que no cierra en ‘El bosque’
Una de las decisiones narrativas más interesantes de El bosque es cómo entrelaza el pasado y el presente. La desaparición de la adolescente no solo remueve los cimientos del pueblo, también reactiva un recuerdo silenciado durante décadas. Eve Mendel, la profesora, fue hallada en el bosque veinte años atrás, sin memoria, sin poder explicar qué le había pasado.
La conexión entre ambos casos es inevitable. La tensión se construye precisamente sobre ese paralelismo. Los traumas que no sanan, las preguntas que nunca se formularon, los silencios impuestos por miedo o por culpa.
La estructura de la serie se despliega con inteligencia. Cada episodio aporta una nueva capa de profundidad, y la intriga se sostiene sin fisuras. Hay giros, sí, pero también una apuesta por el desarrollo de personajes que no siempre se ve en thrillers más convencionales. Aquí, los policías no son héroes infalibles ni estereotipos.

El trabajo interpretativo de Samuel Labarthe y Suzanne Clément aporta gravedad y matices, mientras que Alexia Berlier, como Eve, brilla con una mezcla de fragilidad y determinación.
Una atmósfera envolvente
La gran virtud de El bosque está en su atmósfera. El ritmo es pausado, pero constante. Y la sensación de peligro inminente nunca desaparece. El paisaje de las Ardenas —con sus árboles altísimos, sus senderos difusos, su luz tamizada— se convierte en el reflejo físico de la oscuridad interior de sus personajes. La miniserie de Netflix, en este sentido, es una metáfora potente. Representa aquello que no se dice, lo que se esconde en las grietas de la memoria colectiva.
Es interesante cómo la serie introduce pequeñas dosis de ciencia ficción sin romper el tono general. Lo hace con sutileza, como una insinuación. No se trata de alienígenas ni de portales interdimensionales, sino de una percepción alterada de la realidad que refuerza el desconcierto. Todo en la serie apunta hacia lo desconocido, hacia la inquietante posibilidad de que el horror tenga raíces más hondas de lo que queremos admitir.