“Es perfecta”, “no puede ser humana”, “¿cómo va a llevar tres horas cantando y seguir inmaculada?”, “no ha perdido ni una nota, ni se la ha notado respirar”. Estos han sido sólo algunos de los cientos de comentarios que se oían en el Estadio Santiago Bernabéu, donde esta noche una Taylor Swift emperatriz de la música pop se ha elevado, una vez más, a los cielos.
A las 20:14 h. empezaba uno de los conciertos más esperados del año, del que hablará una generación (o dos, porque recordemos que se trata de un fenómeno transgeneracional) durante los próximos años. Tras romper los registros de taquilla mundiales, The Eras Tour ha dado lo que prometía, convirtiéndose en el show más totémico y deslumbrante que se recuerda, por encima de grandes hits como el de U2 en The Sphere de Las Vegas o el rodaje de cine en directo que suponían los de C. Tangana en su gira ‘Sin cantar ni afinar’.
El renovado estadio Santiago Bernabéu, a pesar de las vallas de obra que aún perduran en el exterior, se ha vestido de gala el 29 de mayo para su estreno como templo de grandes citas musicales ante 65.000 personas (y otras tantas este próximo jueves), como ha confirmado la propia artista. Pese a la fugacidad de la industria musical actual, al menos en mayo de 2024 la estadounidense se ha confirmado como uno de los escasos artistas de la generación milenial capaz de levantar el fervor mastodóntico de las viejas leyendas, así como de convocar a rostros famosos como los de Aitana, Blake Lively o Ryan Reynolds.
Como sabrán quienes hayan visto la película homónima, The Eras Tour, o los usuarios habituales de redes sociales que tengan en su feed a swifties acérrimos, está todo pensado al milímetro. Cada segundo, cada transición, cada luz, cada imagen en la pantalla; también cada outfit, cada paso de baile, cada sonrisa o guiño o saludo o beso lanzado al aire de Taylor Swift: todo ha sido diseñado, pensado y está orientado a un fin concreto, el de que crezca el culto a esta religión moderna.
Porque eso es lo que supone la taylormanía: una fe (no ciega, sino apoyada en el talento –y en el marketing–) construida a base de trabajo, pero también de luces y focos. ¿Merecida? Absolutamente. ¿Algo artificial? También. Taylor Swift se mueve constantemente por un escenario que cambia de forma, con plataformas que se elevan (y la elevan) y descienden, con pantallas que conjugan unos efectos especiales dignos de James Cameron, con fuegos artificiales y hogueras, con cabañas de bosque encantado y pirotecnia, llamaradas temerarias y una realización audiovisual maestra que, sin embargo, no revela nada, ninguna emoción: es ella, esa chica perfecta que no se inmuta ante nada, entrenada, hierática, sonriente. Porque la emoción ya la ha volcado en sus canciones. Y ya es de todos sus seguidores, que se han encargado de hacer de esos temas algo suyo.
Repaso al pasado, pero no reescritura
A medida que Swift pasa de una época a otra (de una “era” a otra: aquí puedes entenderlas todas), no intenta actualizar sus viejas canciones, ya sea el romanticismo sincero de You Belong With Me o el hastío milenario de 22, sino que las adopta de nuevo. Está dando ejemplo de autoaceptación radical en uno de los escenarios más grandes del mundo, ofreciendo al público un espacio para revisar su propia alegría o dolor, una vez descartados u olvidados.
“Cada parte de ti que has sido, cada fase por la que has pasado, eras tú resolviéndola en ese momento con la información de la que disponías en ese momento. Hay muchas cosas que, cuando miro hacia atrás, digo: ‘Vaya, hace un par de años esto me habría dado escalofríos’. Deberías celebrar quién eres ahora, adónde vas y dónde has estado”, explicó Taylor Swift en la portada de Time en la que la declaraban Person of the Year 2023.
Llegar a este punto de armonía con su pasado le ha costado mucho trabajo (y muchas lágrimas); de hecho, hay una ironía dramática en el éxito de la gira. Porque los dos grandes momentos de su carrera han llegado cuando le sucedieron dos de las cosas más horribles que ha tenido que atravesar: la cancelación de un contrato y el robo de su trabajo por su exmánager, Scooter Braun. Por eso regrabó todos sus discos con el apellido “Taylor’s version”. Y por eso montó esta gira.
Como viene siendo habitual desde que este tour arrancara en Estados Unidos hace más de un año, el exhaustivo repaso a su obra ha comenzado con Lover (2019), uno de los más alegres y celebrados de su carrera (pero no el primero). “¡Encantada de conoceros!”, ha dicho en español al plantarse sobre el escenario ante un público cuya entrega ha reconocido inmediatamente. “¡Vaya manera de cantar y bailar, qué buena forma de empezar!”, ha exclamado tras el consabido pero no por ello menos celebrado inicio con Miss Americana y Cruel Summer. Además de la pantalla, que cubre una grada entera, la pasarela hasta el fondo de la pista, el podio ondulante, sus seis músicos y cuatro coristas, la quincena de bailarines y las pulseras de led, uno de los “trucos de magia” más divertidos de la noche han sido las múltiples trampillas por las que Taylor Swift aparece y desaparece.
Muy pocas sorpresas
La correcta (y mejoradísima) acústica del Bernabéu ha permitido que el concierto se desarrollara satisfactoriamente, no como en su vecino Metropolitano, donde la última vez que estuvo en España Ed Sheeran se enfadó tanto que prometió no volver nunca a nuestro país. En cambio, Taylor Swift ha prometido que no volverán a pasar 13 años hasta su próxima visita. Una a una ha ido pasando por todas sus etapas y canciones, desde la seminal You Belong With Me, como We Are Never Ever Getting Back Together, de su estallido pop con Red (2012), o la pegada de …Ready for it?, del oscuro Reputation (2017).
Desde sus inicios country hasta su estallido puramente pop, la primera parte del concierto ha contentado a toda una legión de fans y ha dejado, en cambio, descafeinados a los más veteranos, que han aplaudido cuando por fin ha dado comienzo la era de Folklore y Evermore, los dos elepés que son, quizá, lo mejor de su carrera. Sin hacer grandes spoilers, el escenario se ha convertido aquí en un verdadero set de cine y la de Pensilvania ha puesto en marcha recreaciones de Betty‘ o Champagne Problems, esta con ella sola al piano, el recinto preñado de tonos champán y un espontáneo y enorme aplauso final.
Entonces llegaron la sacudida de 1989 (2014), su álbum de mayor éxito, el de Style, Blank Space y, sobre todo, el de Shake it Off y Bad Blood, que no han dejado a nadie sin bailar. La gran sorpresa venía sin embargo con The Tortured Poets Department (2024): al haber sido lanzado hace tan solo un mes, este último disco no ha sido apenas interpretado en directo, por lo que tanto la puesta en escena como los temas escogidos se mantienen como incógnita. Para Madrid, Taylor Swift ha elegidoWho’s Afraid of Little Old Me? o Fortnight, aunque ha sidoI Can Do It With A Broken Heart (una canción en la que parece estar pidiendo ayuda) la más coreada, antes de entonar por sorpresa Sparks Fly, I Can Fix Him (No Really I Can), I Look In People’s Window y Snow On The Beach.
Para la periodista que escribe, la mejor era es, además de su periplo folk (qué gran pérdida que no cantara Exile, el tema que comparte con Bon Iver), la de Midnights, con la que cierra el espectáculo con clásicos recientes como Lavender Haze, Antihero o Karma. Un pop mucho más tamizado, con mensajes poderosos y cierta madurez, ha clausurado una de las noches más épicas para la música en directo, especialmente en España. Cerca de la medianoche, entonando el trabajo que así tituló, Midnights, y con un agradecimiento al público español: “Gracias por ser así, habéis hecho que este concierto parezca haber durado solo 10 minutos”, Taylor Swift se fue, entre lluvias de confeti, gritos y llantos.
Se ha mostrado de muchas maneras: vulnerable y triunfante, sexy y melancólica. Pero en ningún momento se ha salido de su personaje. La intimidad de sus canciones es lo más importante. Ella es, simplemente, una diosa moderna. “Encantada de conoceros. Excellent, Madrid”.