Un matador que se convierte en toro sonaría, para una audiencia no iniciada, a protesta contra la tauromaquia, pero en manos de la artista británica Rose Finn-Kelcey, el concepto representa un desafío abierto a las ideas preconcebidas en materia de género, poder y feminismo. Una exhibición en la galería londinense Kate MacGarry muestra estos días la visión de una de las figuras más destacadas de la performance multimedia en las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado, una creadora que se atrevió a cuestionar una industria con una marcada hegemonía masculina y que reclamó espacios tradicionalmente vetados para las mujeres.
La trayectoria de Rose Finn-Kelcey, fallecida en 2014 a los 68 años como consecuencia de una enfermedad motoneuronal, genera una renovada atracción en la actualidad, en parte gracias a la labor de los herederos de su legado, pero también por el interés de galerías y museos en una obra que indaga en la particular relación entre objetividad y perspectiva personal. Gran experimentadora de herramientas multimedia, la artista constituye uno de los referentes clave de las comunidades emergentes del arte performativo en el Reino Unido, con una marcada vocación feminista y el empleo del humor como vehículo de expresión.

‘Traje de luces’ (‘Suit of lights’), la compilación de fotografías y vídeos relacionados con universo del toreo expuestos en la galería londinense, supone una exploración de género, feminidad y folclore, con la propia Rose Finn-Kelcey como protagonista dual, asumiendo el rol de matador y transformándose en toro. En una serie de imágenes tanto en color como en blanco y negro, sencillamente denominadas ‘Torero sin título’ (‘Untitled Bullfighter’), la artista rinde homenaje a símbolos reconocibles de la tauromaquia, trazando un paralelismo simbiótico entre la artesanía del traje tradicional y el espectáculo de la corrida, con el capote como instrumento focal para revelar y ocultar, en función del deseo de la autora.
En un contexto de hipersexualización de la mujer, Rose Finn-Kelcey vestida con el traje de luces alcanza una dimensión política, al igual que la dinámica de la relación que establece entre la persona y el animal, particularmente relevante en la época actual. Su intención es manifiestamente compleja, las imágenes son poéticas e impactantes, pueden interpretarse como tributo y denuncia, una dicotomía habitual en la obra de la artista británica, que se sumerge en la cultura del macho y asume su identidad para hacer al espectador reflexionar a partir de los contrastes, del concepto de apostar con la vida y de las cuestiones de género.

En conversación con Artículo14, responsables de la galería londinense, donde la muestra puede visitarse hasta el 12 de abril, explican que Rose Finn-Kelcey “estaba interesada en la idea de las corridas de toros por esta figura del macho, de la quintaesencia masculina, pero también por cómo sería para ella habitar el matador”. “Se trataba del cliché masculino, pero también de vestirse con el traje de luces, con especial atención al capote, ya que, como artista femenina, siempre estuvo muy interesada en cuánto revelar y cuánto ocultar, cuánto de ello está dictado por la sociedad y cuánto la sociedad permite mostrar”.
La performance ‘Ojo de Toro’ (‘Bull’s Eye’), que data de 1985, la muestra, a través de vídeo, asumiendo el rol del torero, símbolo del poder del hombre, pero amplía la narrativa al convertirse en toro, recurriendo para la transición a movimientos de flamenco y con un anillo en la nariz, dejando como resultado la fusión de lo masculino, lo femenino y lo animal. Su mensaje es caleidoscópico, el homenaje al espectáculo del toreo, a los rituales y a la vestimenta se entremezcla con la crítica al desequilibrio de poder de la batalla entre el hombre y el animal, así como con la reivindicación de lo femenino, expresada a través de un escenario en forma de abanico, por ser este el objeto empleado por las mujeres.

Según nos explican en la galería Kate MacGarry, se trata de “la idea de proteger a la mujer en este mundo dominado por lo masculino”. “Siempre quería desafiar los límites de lo que una artista femenina podía exhibir, era muy franca y transgresora en este sentido. La idea de ser el torero va por ahí, el veto a las mujeres para convertirse en matador la atrajo sin duda, no necesariamente para provocar un impacto en la audiencia, sino para hacerla pensar”, mantienen los responsables de la galería, situada en Shoreditch, al este de la capital británica, un área que en los últimos años ha actuado como imán de la escena social y cultural.
Como prueba, resaltan una de sus imágenes más conocidas, ‘Divided Self’ (‘Una misma dividida’), de 1974, en la que sienta a dos versiones de sí misma en un banco de un parque, hablando entre ellas, como reflejo de la experiencia de ser mujer en una época en la que las voces femeninas apenas eran escuchadas: “Es una de las cosas más marcadamente feministas que hizo, proyectar al mundo la idea de que las artistas femeninas solo pueden hablar audiencia en sí mismas”.

De hecho, uno de los propósitos de la muestra actual es poner en valor a una creadora que “no ha recibido la representación que merece” y de la que nos destacan su “profunda atención al detalle”. “Es alguien muy conceptual, pero también con ingenio, con humor, que junto a la idea de intentar ser transgresora y desafiar los límites, hace que la gente disfrute viendo su trabajo, porque combina una seriedad que la mantiene con los pies en el suelo con elementos divertidos y conceptos culturales con los que la gente está familiarizada”, concluyen.