Una abogada se especializa en defender a presuntos violadores y agresores sexuales. Ella, fría, objetiva, positivista, se limita a “aplicar la ley”. “No es una cuestión emocional, es el juego, el juego de la ley”, dice la protagonista, Tessa Ensler. Entonces es ella quien sufre una agresión sexual. No la ve venir. Se encuentra con ella. No es del todo consciente de lo que sucede. No grita pidiendo auxilio, no patalea, no da patadas ni muerde ni araña ni sale corriendo ni llama a la Policía. Simplemente no quiere mantener esa relación sexual, pero el hombre la mantiene con ella a pesar de todo. En concreto, una violación.
El consentimiento. El deseo. El poder. Los prejuicios. Tener ganas y dejar de tenerlas. Cambiar de opinión. La influencia del patriarcado. Tessa es consciente de lo que le acaba de suceder, ¡a ella, que sabe y conoce de primera mano cientos de historias parecidas! Quiere ir a comisaría, quiere poner una denuncia, quiere contarlo. Pero ella misma desmonta su propio testimonio: sabe dónde hace aguas, sabe cómo combatirlo, conoce las triquiñuelas del sistema para desarmarlo.
Este es el argumento de Prima Facie: una abogada de éxito cuya tenacidad está al servicio del sistema judicial, en el que cree ciegamente, pues es la existencia de la duda razonable lo que hay que probar. Hasta que todo cambia y se encuentra ella misma en el lugar de cientos, de miles de mujeres. Esta obra teatral muestra con crudeza cómo el sistema no está preparado para amparar a las víctimas ni para entender la complejidad de una experiencia traumática, y pone de manifiesto lo que se exige a una víctima para ser creída y cómo no se entienden las particularidades de la agresión sexual: es difícil que se recuerde de manera lógica y nítida, pero la la ley demanda que así sea.
En este sentido, es un privilegio tener la visión insider de Suzie Miller, que trabajó durante años como abogada antes de dar salto a la dramaturgia y consolidar una exitosa carrera como escritora. Prima Facie ha tenido una primera vida como obra teatral, con una enorme repercusión en diferentes partes del mundo, muchísimos premios (como el Olivier y el Tony) y ovaciones en teatros de todo el mundo, de Nueva York a Londres pasando, por supuesto, por Madrid, donde ha girado en dos ocasiones con una obra protagonizada por la increíble Victoria Luengo.
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Victoria Luengo en la obra de teatro ‘Prima Facie’
Ahora Suzie Miller ha convertido la obra en una novela editada y publicada por Seix Barral, un relato convertido en un grito de protesta política que ofrece una mirada única sobre el backstage de la justicia y cómo esta ha sido moldeada durante siglos por la mirada masculina. Y en Artículo14 hemos tenido el privilegio de charlar con su autora.
En todo este tiempo desde que comenzó la obra, ¿hemos avanzado en el ámbito de la justicia?
Creo que tenemos que mirar el background de la ley. Hasta hace poco violar a una mujer no era un delito. El hombre tiene esos derechos adquiridos por el propio sistema legal… pero sí que ha habido cambios. El mero hecho de que estemos hablando de ello es importante: nos estamos interrogando sobre los paradigmas del pasado. Ahora las mujeres podemos actuar, más allá de reconocer que no basta con hablar del tema: tenemos que hacer algo por acabar con la desigualdad de género y seguir luchando contra la violencia contra la mujer.
Tu obra ha provocado cambios en el modo en que se tratan cuestiones en víctimas de agresión sexual. ¿Cómo se han concretado estos cambios?
Me resulta apabullante, ni siquiera me lo creo. Me han contactado jueces y juezas que han cambiado su forma de proceder tras ver la obra. Han comprendido que hay fallos en el sistema y que ahora pueden hacer algo al respecto. Si una pieza teatral ha tenido este impacto en el público, imagina en legisladores o juristas que pueden promover cambios reales. Uno de los cambios más significativos ha sido la creación de un grupo de 100 abogados que han implementado el protocolo TESSA (The Examination of Serious Sexual Assault), destinado a modificar procedimientos en casos de agresión sexual. En algunos tribunales, se ha convertido en obligación para jueces y jurados ver la obra o leer el texto antes de juzgar un caso de violación. Recuerdo que una jueza me llamó antes de una representación y temí que fuera una demanda. Sin embargo, me pidió permiso para utilizar el monólogo de Prima Facie en las instrucciones al jurado. Desde entonces, en Liverpool y otras ciudades, jueces han utilizado el discurso de la obra en sus procedimientos. Se han realizado cursos y el texto ha sido incorporado en escuelas. El arte, sin importar el género, tiene el poder de generar cambios en la sociedad. Intervine en la Conferencia Nacional de Jueces de Australia y pude decir, sin miedo, los errores que están cometiendo, porque conozco el sistema desde dentro.
Recientemente en España ha tenido lugar un caso muy polémico debido a la forma en que el juez interrogó a la víctima en el caso de Errejón. ¿La justicia trata bien a las mujeres? ¿La judicatura es machista?
Hay que analizarlo con racionalidad. La realidad es que el sistema judicial y las leyes han sido creados, durante generaciones, exclusivamente por hombres. Solo en los últimos treinta años las mujeres han comenzado a formar parte del sistema judicial. Durante siglos, la perspectiva masculina ha determinado a quién proteger y quién toma las decisiones. Al promulgar una ley se hace desde una perspectiva, y esa perspectiva ha sido la masculina. Mientras tanto, las mujeres pensamos que hay algo que no nos termina de encajar, que no nos parece justo, que no nos representa. Sólo con las primeras mujeres juezas se han podido tratar los mitos en torno a las violaciones, porque muchos vienen de la ignorancia y la falta de interés. Ahora reconocemos que preguntar “¿qué llevabas puesto?”, “¿cuánto habías bebido?” o “¿dijiste claramente que no?” en un juicio por agresión sexual es irracional y perjudicial. En un acto íntimo entre dos personas, se espera una interacción humana basada en la empatía, no en interrogatorios que culpabilicen a la víctima. Conociendo cómo funciona el deseo y entendiendo también que si uno no sabe interpretar las señales, puede preguntar: es razonable la duda, es razonable cambiar de opinión. Y a la vez, hay una contrapartida, porque hay mucha gente a la que no le interesa que se trabaje en favor de la igualdad y la justicia. Es fundamental seguir batallando porque, aunque se han logrado avances, aún existen estructuras que perpetúan la desigualdad.
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Elisa Mouliaá, durante su declaración ante el juez
¿Se sigue culpabilizando a la víctima?
Culpabilizándola, avergonzándola, humillándola… Las mujeres sienten vergüenza al relatar su agresión. Y encima, los jueces han hecho históricamente las preguntas implicando que la víctima se lo había buscado. Todo este proceso es casi más doloroso que el propio acto sexual: la vergüenza internalizada, ese trauma que no se pueden sacar de encima; muchas víctimas se automedican dejan de relacionarse… y desarrollan graves problemas psicológicos. Es obvio que vivimos en una comunidad abierta y que las hostilidades del pasado no se van a tolerar, pero tenemos que seguir luchando. Es una cuestión de educación, en la escuela y en casa, así como de acceso al porno, que se ha convertido en una herramienta educativa. ¡Tenemos que hablar de sexualidad con nuestros hijos e hijas de forma segura!
Un grupo de adolescentes que vio la obra te comentó que ni siquiera sabían que lo que habían presenciado en el escenario era una agresión sexual. ¿Cómo interpretaste esta reacción?
Fue en el preestreno en Australia. Eran estudiantes de teatro, y tras la función se acercaron a pedirme autógrafos. Me dijeron con total inocencia: “No sabíamos que eso era violación”. Ese es el problema. Si un joven de 15 años cree que lo que vio en el escenario es normal, significa que no estamos educando bien. Vivimos en una cultura que no ha sabido identificar estos problemas. Estos adolescentes estaban descubriendo los matices de la agresión sexual por primera vez. Y es ahora, cuando empiezan su vida sexual activa, cuando debemos hablar con ellos. Si no tienen claro qué es el consentimiento, pueden acabar en situaciones problemáticas sin darse cuenta, pueden destrozarse la vida y destrozársela a otros. Han venido a mí hombres en shock diciéndome que revisando su vida no podían asegurar que nunca hubieran cometido una agresión sexual. De igual forma, muchas mujeres han callado ante estas situaciones porque creían que era lo que tenían que hacer. Que no nos avergüence mirar atrás y corregirnos. Una de cada tres mujeres, ¡una de cada tres mujeres!, ha tenido una experiencia de agresión sexual.
Es una gran noticia que esta obra haya hecho que cambie la legislación, que cambie el sistema judicial, pero ¿cómo es posible? ¿En qué situación nos deja como ciudadanos si una obra de teatro tiene mayor poder de cambio que una carrera de derecho o años y años de jurisprudencia?
Durante siglos, las leyes se han diseñado desde una perspectiva masculina, sin considerar la experiencia de las mujeres. Se nos ha enseñado que si damos nuestro consentimiento una vez, este se mantiene hasta el final, pero ¿de dónde sale esa idea? ¿Quién ha decidido que una persona no puede cambiar de opinión? Es lógico que si una de las partes se siente frustrada por ello, pueda sentirse molesta, pero eso no le da derecho a continuar sin el consentimiento de la otra persona. Si alguien no se siente cómoda o segura, tiene derecho a detener la situación en cualquier momento. El acceso al cuerpo de otra persona no es un derecho, es un privilegio que se otorga de manera voluntaria. Cuando alguien expresa que ya no quiere continuar, la única respuesta posible es detenerse. Sin embargo, se ha naturalizado la idea de que el hombre no puede parar, que es incapaz de controlar sus impulsos. ¿No ocurre lo mismo ocurre en el caso de la mujer, que a veces tampoco quiere detenerse, que siente un deseo desenfrenado? Y, sin embargo, lo hace. La comunicación entre los cuerpos es clave en una relación íntima, y si uno de ellos se siente incómodo, el otro debería respetarlo sin cuestionarlo. ¿Quién quiere tener sexo con alguien que no se siente deseado ni seguro?
¿Hasta qué punto la pornografía supone gasolina en estas problemáticas?
Uno de los mayores problemas es la influencia del consumo de pornografía en los jóvenes. Muchos han aprendido sobre sexo a través de contenidos que no reflejan la realidad. A mis hijos, que tienen veinte años, les digo: cuando en una película pornográfica ella dice “no” y él sigue, eso es un guion, es ficción. En la vida real, el “no” significa detenerse. En el porno, el “no” es un elemento dramatúrgico, pero no representa la dinámica de una relación real. Debemos hablar abiertamente de esto, sin pudor ni miedo. La pornografía no es un material didáctico, y es importante que los jóvenes comprendan que el sexo en la vida real no funciona de la misma manera. De hecho, mi próxima novela abordará esta problemática desde una perspectiva distinta: la historia de una madre cuyo hijo es acusado de agresión sexual y cómo ella se enfrenta a la posibilidad de que, a pesar de creer haberle educado correctamente, su hijo pueda haber cometido un acto terrible. Esto pone sobre la mesa la necesidad de buenos modelos masculinos, mentores que enseñen a los chicos lo que significa ser un hombre en el mundo actual, no en el pasado. Es posible criar hombres que respeten a las mujeres y que se sientan orgullosos de ello.
Sin embargo, es preocupante la normalización de ciertas prácticas en las relaciones sexuales, como la asfixia. Cada vez más jóvenes la practican sin comprender sus riesgos, y hay chicas que literalmente están muriendo por ello. La ultraderecha ha intentado revivir la idea de una masculinidad dominante y agresiva, pero esto no es más que un discurso vacío y peligroso. Basta con observar figuras como Donald Trump, que alardea de su falta de respeto hacia las mujeres. Los jóvenes están expuestos a este tipo de mensajes, y si no se les ofrece una alternativa, pueden acabar adoptando una visión del mundo basada en la ira y la alienación.
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La abogada, escritora y dramaturga Suzie Miller
¿La educación es la clave?
Absolutamente. No solo debemos educar a las niñas sobre cómo protegerse, sino también a los niños para que entiendan su responsabilidad. Todas las mujeres que conozco han sentido miedo en algún momento, hayan sido víctimas de violencia o no. Cuando caminamos solas de noche, nuestro miedo no es a que nos roben, sino a que nos violen y nos maten. Es algo que llevamos en el ADN, una sensación constante de vulnerabilidad que los hombres, en su mayoría, no comprenden. Es urgente cambiar esto, porque vivir con miedo tiene consecuencias devastadoras a nivel psicológico y social. No todos los hombres son violadores, pero incluso las personas que han violado podrían no haberlo hecho si hubieran entendido que no tenían ese derecho. Todo va de educación.
A menudo, cuando se habla de violencia sexual, se ve como un problema mediático, pero en realidad es una tragedia que afecta a miles de mujeres. Muchas mujeres ni siquiera llegan a juicio porque temen el proceso, porque no tienen los recursos para pagar una abogada o porque no son lo suficientemente conocidas para que su caso sea escuchado.
El primer contacto de una víctima con el sistema judicial suele ser la policía, y en muchos casos, no están preparados para tratar estas denuncias con la sensibilidad que requieren. En Inglaterra, 3.000 oficiales vieron la obra Prima Facie y comenzaron a discutir cómo mejorar su trato hacia las víctimas. Un inspector con 30 años de experiencia reconoció que hasta entonces lo habían estado haciendo mal. Eso demuestra que el cambio es posible, pero necesitamos seguir trabajando para lograrlo. El sistema legal aún exige que la víctima demuestre no solo que fue agredida, sino que el agresor sabía que no tenía su consentimiento. Es una carga probatoria injusta. Personalmente, creo que el sistema inquisitivo, más común en Europa, permite una mejor exploración de los hechos en comparación con el sistema acusatorio anglosajón, donde las víctimas son sometidas a un escrutinio desmedido. Yo estudié Ciencias antes de pasarme a Derecho, y comprendí que eran dos mundos distintos: el de las leyes está lleno de subjetividades… No es tan puro, hay que contemplar muchas aristas. Por no hablar de otras cuestiones como la discapacidad, la discriminación por razón de sexo, las minorías… Hay muchas capas que se pasan por alto.
¿En qué medida el trauma dificulta entender y juzgar estos casos?
“Cuando me preguntan no tengo respuesta”, dice Tessa en un momento. Las mujeres que han sido atacadas entran en modo supervivencia, igual se acuerdan de lo que les hicieron, pero estaban empeñadas y concentradas en sobrevivir. Eso de la coherencia, la consistencia, es una trampa: da por sentado que si no te acuerdas, si has olvidado ciertos detalles, no es verdad o directamente estás mintiendo. Pero la consistencia no es paradigma de la verdad. Puedes estar diciendo la verdad aunque te falte algún detalle. Podemos llegar hasta donde podemos llegar. Escribir Prima Facie fue una llamada al cambio. Pero los medios de comunicación también juegan un papel crucial: informan, denuncian, y pueden influir en la opinión pública. Durante el movimiento #MeToo, los medios fueron clave para que muchas mujeres pudieran contar sus historias. Las mujeres en posiciones de poder tienen la responsabilidad de usar su voz para cambiar las cosas: pueden conseguir el cambio reconociendo que tienen una voz, un lugar en mesa de debate y pueden cambiar las cosas.
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La obra ‘Prima Facie’ de Suzie Miller, editada como novela por Seix Barral
En España han salido a la luz casos de abusos sexuales en el mundo del cine por investigaciones periodísticas. Hay mujeres que denuncian en redes sociales o cuentan su historia en medios en vez de acudir a los tribunales. ¿Cuál es tu opinión?
Creo que es fundamental centrarse en la víctima. Existen muchas formas de dar testimonio, y los medios de comunicación son una de ellas. Una persona puede contar su historia a través de un periódico, una entrevista o incluso en plataformas anónimas como Everyone’s Invited, donde las víctimas pueden compartir sus experiencias sin revelar su identidad. Si más adelante deciden llevar su caso a los tribunales, al menos quedará constancia de su testimonio. Es importante que los medios visibilicen estos relatos, pero también que ejerzan presión para que la sociedad avance hacia una mayor justicia y civilización. La violencia extrema contra las mujeres ha existido siempre, pero es el momento de escuchar estas historias y ofrecer espacios para que sean contadas. No se trata solo de documentar los casos, sino de generar un cambio, de impulsar una reforma. Los medios de comunicación son un puente entre el arte y la transformación legislativa. Contar una historia con humanidad puede hacer que alguien la relacione con su propia vida, con su hija, su madre o su hermana. Un artículo puede llegar a miles de personas y hacer que reflexionen sobre la realidad en la que vivimos. Es crucial abrir vías de comunicación, animar a que se hable sobre estos temas en las escuelas, que se enseñe qué es el consentimiento, el deseo y la educación sexual de forma abierta. Cuanto más se hable, más conciencia se generará sobre la violencia machista, los feminicidios y el riesgo que enfrentan muchas mujeres a diario.
Es alarmante que, en muchos casos, una mujer esté más insegura en su propia casa que en la calle. No creo que ningún hombre experimente esa sensación. Me rompe el alma pensar en mujeres atrapadas en relaciones violentas sin una vía de escape. Toda la violencia sexual está conectada con una estructura social que sigue respirando misoginia; es decir, toda violencia sexual está conectada porque respiramos misoginia. La mujer sigue siendo tratada como un ser humano de segunda categoría. Desde la infancia, educamos a los niños dentro de este sistema, y es nuestra responsabilidad cambiarlo. No podemos lanzar a los jóvenes a la vida adulta sin antes enseñarles sobre igualdad, respeto y la verdadera naturaleza de los roles de género en la sociedad moderna. Es necesario educar de manera consciente, protegiendo a nuestras hijas y enseñando a nuestros hijos cómo interactuar de forma sana y respetuosa, en lugar de perpetuar la misoginia que tanto daño ha causado.