Gracias a su cortometraje ‘Sorda’ (2021), codirigido con Nuria Martín, la murciana Eva Libertad obtuvo una cincuentena de premios en todo el mundo y una nominación al Goya. Ahora su largometraje ‘Sorda’, que expande la historia y la temática presentes en aquella obra predecesora, promete acabar proporcionándole triunfos parejos; de momento, llega a la cartelera tras ser galardonada por el público de la Berlinale el pasado febrero, obtener la Biznaga de Oro a la Mejor Película en el Festival de Málaga hace dos semanas y asimismo proporcionarle el premio a la Mejor Actriz en el certamen andaluz a Miriam Garlo -hermana de Libertad y aquejada de sordera desde los 7 años- por su trabajo en la piel de una joven cuya experiencia como madre se convierte en botón de muestra de las tensiones entre el mundo de los sordos y el de los oyentes. El título de la película, de hecho, no solo se refiere al personaje sino también a una sociedad que, en realidad, no siempre escucha.
Cuando la conocemos, Ángela (Garlo) es feliz con su vida. Está embarazada, y tiene una relación llena de amor y complicidad con el padre del bebé, Héctor (Álvaro Cervantes), un hombre oyente que domina el lenguaje de señas y parece sentirse plenamente integrado en el círculo de amistades sordas de ella. En el taller de cerámica donde trabaja, Ángela se siente aceptada, respetada y plenamente integrada. Es obvio que sus padres, también oyentes, son incapaces de ponerse en su lugar -así lo demuestran al insistirle una y ortra vez en que use audífonos-, pero la quieren y se preocupan por ella, y eso debería bastar.

Esa situación aparentemente idílica empieza a cambiar cuando la cuestión de las capacidades auditivas de su futura hija empieza a ser planteada. Dado que la sordera de Ángela es resultado de una condición genética congénita, las posibilidades de que la niña también esté aquejada de ella son de un 50 por ciento, y la mujer empieza a sentir dudas sobre si será capaz de conectar con la pequeña en caso contrario. Inevitablemente, eso afecta a su relación con Héctor, y ambos deberán aprender juntos a gestionar los cambios en su relación.
Cuando Ona nace, descubren que es oyente. Y de repente, en la pareja aparecen grietas que van ensanchándose poco a poco. La niña gravita naturalmente hacia Héctor, porque la comunicación con él parece ser más fácil, y Ángela se siente apartada. Durante su primera hora de metraje, ‘Sorda’ muestra con precisión impecable cómo las tensiones cotidianas se acumulan y van alimentando el miedo de Ángela a quedar descolgada de su familia a causa de su condición. Ella no puede oír a Ona cuando llora, no puede hablarle y cantarle para consolarla; siente que Héctor no la apoya lo suficiente y lo acusa, entre otras cosas, de empeorar la situación comunicándose con la niña sólo verbalmente y sin utilizar el lenguaje de señas. Por su parte, él es muy activo en la crianza del bebé y las tareas del hogar, y siente que Ángela se refugia en el trabajo para escapar de sus responsabilidades como madre.
‘Sorda’ se muestra atenta y empática ante los deseos y necesidades de Héctor, pero esta es la historia de Ángela, y de sus dificultades diarias para vivir en un mundo oyente. Libertad nos enfrenta a la agonía que para ella supone usar los audífonos, que amplifican las frecuencias altas hasta niveles insoportables; a su sensación de frustración durante reuniones en las que la gente oyente habla sin establecer contacto visual, lo que le impide leer los labios; al enfado que le causa el dependiente de un comercio de dispositivos auditivos, incapaz de entenderla; a un grupo de cretinos que se ríen de ella y sus amigos sordos cuando los ven bailar en una discoteca, y a tantas otras dificultades que afronta simplemente por tratar de existir en un mundo que constantemente ignora sus necesidades. En ese sentido, ninguna escena de ‘Sorda’ resulta tan ilustrativa como la del parto, durante la que Ángela se ve envuelta de enfermeras y doctores que se muestran ajenos o indiferentes a su sordera, y le gritan instrucciones como si ella pudiera oírlas hasta que, en un momento de pura desesperación, ella le arranca la mascarilla quirúrgica a uno de ellos solo para poder leer sus labios.

En el centro de la película, Garlo exhibe una química evidente con Cervantes, que dota la relación entre sus personajes de autenticidad, y una capacidad extraordinaria para transmitir sentimientos complejos y contradictorios. Después de todo, Ángela no quiere que su hija se vea afectada por los prejuicios, el paternalismo y la incomprensión que sufren las personas con discapacidad auditiva en un mundo que, lamentablemente, pertenece solo a los oyentes, porque la vida social cotidiana está adaptada a sus necesidades y su percepción sensorial al tiempo que ignora en gran medida cómo viven las personas con necesidades especiales.
Ese es el mundo en el que ‘Sorda’ permanece durante sus dos primeros tercios, hasta que llegado el momento se despoja de casi todo su sonido para dejar al espectador tan solo ruidos apagados y tonos agudos y penetrantes. De repente, no solo observamos la lucha de Ángela, sino que somos absorbidos por ella; experimentamos el mundo como ella lo hace. De ese modo, Libertad nos deja claros los desafíos que deben confrontar personas como Ángela sin sermonear ni resultar condescendiente, sino a través de miradas, pequeños gestos y silencios que transmiten verdad. Gracias a eso, ‘Sorda’ habla de mucho más que de tener o no capacidad auditiva. Habla del miedo a ser ignorada incluso por las personas más cercanas y a quedar relegada, y de lo frágil que puede llegar a ser la conexión entre dos seres queridos cuando la comunicación empieza a complicarse.