“La obra es el exceso del proceso”. Juanma y Ester se conocen desde hace años, pero desde hace poco se juntan para hacer música. Esa indagación, esa exploración, es lo que se solidifica en su nuevo proyecto. “Nos juntamos y sale algo bonito, pero lo importante es que nos juntamos”, explican a Artículo14. Se juntan ellos, haciendo saltar por los aires los tiempos y las exigencias de una industria, la musical, dominada por algoritmos, prisas y la mentalidad del consumo.
Hablamos con Ester Rodríguez, quien antes ha formado parte de Amigos Imaginarios, entre otras formaciones, y Juanma Latorre, guitarrista y compositor de Vetusta Morla. Juntos forman Soleado y presentan su primer disco con el mismo nombre, una amalgama de sonidos tradicionales conjugados con una producción contemporánea en la que el folk y la música popular española se dan la mano con la música electrónica. Y una ventana a mirar de nuevo de dónde venimos, a entender nuestra tradición, para saber no sólo a dónde vamos, sino quiénes somos.
Acabáis de lanzar vuestro primer disco, que se llama también Soleado. ¿Cómo os sentís después de lanzarlo al mundo?
En un proyecto como el nuestro se ve la reacción a largo plazo y se ve sobre todo en los en los directos, cuando tocas delante de de la gente y puedes compartir las canciones de una manera más vis a vis. Nuestro público nuestro no es tanto de participar en redes sociales, pero en una escucha del disco en primicia que hicimos en el estudio y el otro día tocando unas canciones en una tienda de discos hemos podido ver la buena acogida. Estamos muy satisfechos con el trabajo de estudio, y ahora toca rodarlo y presentarlo. En principio las palabras que recibimos son bonitas y nos dicen que el disco les suena honesto. Solamente por eso ya ha merecido la pena.
Es un disco “soleado”, que deja ese regusto de la alegría de vivir…
Ojalá le genere eso a todo el mundo. Nuestra idea es tratar de dar un rayito de esperanza, de luz o de calma; si no tienes sosiego porque la vida no te lo da o porque tu momento no es ese, que te produzca un poquito de paz.
¿De ahí viene vuestro nombre?
Sí, pero lo puedes explicar como quieras, puede ser ese deseo invernal de que te alcance un rayito de luz y que te reconforte, o también la abundancia del sol y la alegría. Como una sopita en invierno o una cervecilla en verano; o sea, darte una alegría o ceder al autocuidado.
¿Vosotros sois amigos de la vida o de la música? ¿O es lo mismo?
De la mala vida [risas]. Empezamos a hacer canciones juntos de forma consciente y premeditada. En un principio nos juntó un amigo para hacer una remezcla de una canción que tenía grabada Ester en un disco que se llama Café de Chinitas, con versiones de coplas, y mezclamos Ay pena. Ahí es donde vimos que había piedra para para picar y que salían brillantes. Cuando ya nos juntamos con unas cuantas piedras brillantes decidimos ponerlas en un collar. Es bonito también porque le otorga al proceso la importancia que tiene, que es toda, absolutamente toda. Nos juntamos y sale algo interesante, pero lo importante es que nos juntamos.
Dice Ernesto Artillo, que es performer, que la obra es exceso del proceso.
Así es. El proceso es todo. Comulgamos al cien por cien con esto. Lo que te sobra de todo el proceso es lo que en lo que se convierte en la obra, pero no tiene ni por qué haber obra en un momento dado.
¿Por qué el tema de Amores perros? El amor es el gran tema del arte, de la música… ¿O lo es el desamor?
Pretendía ser chistoso Hay un verso que dice: “Si hasta los perros merecen amar, ¿cómo no vamos tú y yo a bailar?”. De ahí salió el título. Pero además, los amores pueden ser muy perros… Esta canción habla del amor desde un punto de vista de celebración y de aprovechar el momento, y también de afirmarse a uno mismo como merecedor del amor. Es decir, todos nos merecemos una pareja de baile. Todos nos merecemos ternura. Todos nos merecemos aprovechar el momento.
Otros grandes temas del disco con la búsqueda de la identidad, la nostalgia, el perdón… ¿Es la música un lugar privilegiado para mirarlos a la cara?
Tú tendrás una interpretación de cada una de las cosas que te lleguen en el momento personal que te lleguen, y eso también es muy guay. El momento en el que tú sueltas las canciones, ya no son tuyas: tú lo puedes sentir de otra forma y eso también es bonito y también es parte de tu proceso. El oyente completa la música. Si no, no haríamos discos. También tú eres la mirada del otro. Tú tocando, tú interpretando, eres cómo te está viendo el de fuera. Eso es precioso, pero está ocurriendo en el momento en el que tú lo estás transmitiendo y le está llegando. a otros. La música es comunicación, es un lenguaje. Las canciones no son acertijos o exámenes en los que hay una respuesta correcta o incorrecta.
Sin embargo, a veces los artistas tienen una idea muy cerrada o muy preconcebida de lo que quieren hacer y lo que quieren comunicar… Poseen tanto su proyecto que no lo terminan de soltar.
Para nosotros eso ocurre antes, durante la grabación del disco, durante todo el proceso de de hacer la maqueta. Pero una vez que editas el disco ya entras en otra fase, es otro tipo de comunicación. Es algo precioso y también es parte de un todo.
En un momento en el que parece que todo consiste en lanzar temas singles, fijar algoritmos, grabar reels, viralizar tiktoks… ¿Qué supone para vosotros, con vuestra trayectoria, parar y pensar un disco completo?
Nosotros, todo lo que hemos hecho tanto juntos como por separado, lo hemos hecho así. Hemos tenido la inmensa fortuna de poder hacerlo así. Y cada vez que hemos intentado hacerlo de otra manera, no nos ha resultado. No sabríamos hacerlo de otra manera. Lo hemos hecho siempre a nuestra manera, para bien o para mal. No es una manera de hacer las cosas que tenga que ver con lo superficial, con lo estilístico, con lo contingente. Es una cosa que tiene que ver con lo esencial, con la manera que tienes de de relacionarte con el mundo. Lejos de querer cambiarlo, en todo caso querríamos hacernos más radicales todavía en este proceso de cambio; en el caso de movernos de nuestra posición sería para para radicalizarnos, o sea, para ser extremistas. Para ser puretas.
No se trata de algo contingente, decís, sino de algo esencial. ¿Volver a lo tradicional no es sólo una cuestión de tendencia, o estilística, sino también esencial?
Es necesario a todos los niveles. Lo que pasa es que desde nuestro pequeño universo paralelo esta es nuestra forma de pensar y de existir y de vivir. Obviamente sí tenemos una parte tradicional que forma parte de nuestra esencia, pero no es una moda: es necesario recuperar lo tradicional y llevarlo al presente y que forme parte del día a día, con todas sus competencias. Volver a los orígenes de la música tradicional nos permite saber quiénes somos.
Más allá de que vosotros detectéis esa necesidad, ¿creéis que es algo universal, constitutivo del ser humano, el hecho de volver a sus raíces?
Absolutamente sí. Hay una una tendencia, no en el sentido de moda, sino en el sentido de que lo folclórico aporta cosas que nos estaban faltando. Por eso hay artistas interesados en ello y por eso hay un público, porque apela a cosas como pueden ser la identidad colectiva, el cuidado mutuo, la identidad personal, la trascendencia… Cosas que estaban desatendidas en lo que entendemos como música popular. Al final, ¿para qué rayos queremos la música? Pues esa la pregunta. En un sistema muy dominado por lo industrial y por el entender la música como un bien de consumo queda totalmente desdibujada. Si hacemos música para obtener likes o popularidad, podríamos hacer cualquier otra cosa menos compleja: es un rollo, hay que estudiar, hacer ruido, se tarda mucho, los instrumentos pesan… [risas].
¿Está la música muy dominada por lo industrial?
Juanma: A mí el algoritmo me sitúa como un tipo que hace música, me mandan publicidad para comprar una serie de acordes: tú compras los acordes y los reordenas como quieras para hacer una canción como quien monta un mueble de Ikea. Y de repente te das cuenta de que el proceso, que para nosotros lo es todo, deja de tener sentido. Solo importa la obra, porque lo que importa no es vivir, sino producir. Esto no sólo se aplica a la música, sino que se está aplicando absolutamente a todos los aspectos de la vida. Hay que producir y, cuando acabas, tienes que producir lo siguiente. No importa cómo lo hagas. Cuanto más, mejor. No tienes tiempo ni para reflexionar. Yo creo que eso en los seres humanos está creando un vacío lleno de espinas que nos duele. Y por eso, cuando aparece una una copla popular de Teruel y tú eres de Lugo y de repente te toca… algo cambia. Podemos intelectualizar esto, pero ese es el punto: que te toca el corazón. Tiene que ver con algo mucho más ancestral, con compartir, con la tribu, con juntarse a cantar, con algo que tiene que ver mucho con la esencia misma de la música.
Y de las personas. Ese sentimiento de tribu, de comunión, es lo que más engancha de los conciertos…
Sí, sí, totalmente. Como que existe una alegría por compartir en común, que no es comparable a conectar dos auriculares por Bluetooth al mismo Spotify.
Hay una cosa que me encanta que hacéis los músicos cuando tenéis paciencia y cuando os preguntamos bien: explicar esas tonalidades de la música que generan distintas sensaciones.
Juanma: Es un proceso intuitivo, como podría ser para cualquier persona. Creo que hay que intentar desmitificar la música; ponerle todo el valor a la música, porque es algo que tiene mucho valor, que hay que valorar, que cuesta esfuerzo, pero al mismo tiempo hay que desmitificarla y que no sea algo místico e inalcanzable. No es un arcano, no es una cosa para elegidos. A la hora de entender cómo se traducen las distintas emociones y los distintos matices con instrumentos, en mi caso es probar, probar y probar. Es totalmente intuitivo y visceral. Yo no he estudiado música, por ejemplo. Yo lo he hecho todo a mi manera. Y a veces lamento no haber estudiado música porque hubiera tenido otras herramientas, pero otras veces me alegro porque la música académica está tan cuadriculada…
El hecho de mezclar lo tradicional con lo actual, el folklore con la electrónica, ¿no genera reparos?
Hay que ser pureta, no purista. Este grupo de Palencia que admiramos mucho, El Naán, en una canción tiene una frase preciosa que dice que “toda pureza es una mezcla olvidada”. ¡Qué bonito! Y es totalmente cierto. Toda pureza es una mezcla olvidada. Pero nos confesamos desconcertados con el momento musical que nos ha tocado vivir. No sabemos por dónde nos sopla el viento, pero al mismo tiempo manejamos de manera totalmente inconsciente e imprudente un optimismo inquebrantable. No entendemos nada y a la vez salimos adelante. Pensamos constantemente qué es lo importante, lo esencial; qué nos mueve. Y aunque está completamente desviado el foco, retomamos la pregunta: ¿Qué es lo que nos motiva? ¿Qué es lo que nos alimenta? ¿Qué es lo que nos define? Esperamos que llegue el momento en el que la gente se dé cuenta de que los productos culturales que la industria provee no funcionan, no sirven, no llenan… y demande otra cosa. Por eso somos optimistas.
¿Nos hemos convertido en consumidores de productos culturales?
Absolutamente. Consumimos. Coleccionamos experiencias. Es como ir al Burger King. Consumimos la cultura y pasa por nosotros, y no deja rastro ninguno en nuestro organismo ni en nuestra alma. Nos preguntamos cómo va a estar en crisis la cultura, si los festivales están llenos, los teatros están llenos, te quedas sin entrada para cualquier cosa. Hemos alcanzado unas cotas de locura alucinantes. ¿Y qué tiene de malo? Pues hay algo ahí que es enfermizo, ultraplanificado, antinatural. Ese es el momento en el que nos encontramos. Pero saldremos de esta.