La producción y la promoción del remake de acción real del clásico de Disney ‘Blancanieves y los siete enanitos’ (1937) -titulado simplemente ‘Blancanieves’- han estado marcadas por problemas y controversias que uno casi habría deseado que siquiera una quinta parte de todo ese drama se hubiera manifestado de forma explícita en el producto final. Primero, la actriz Rachel Zegler fue vapuleada por atreverse a declarar que la película original había envejecido mal, e inmediatamente su elección en el papel protagonista fue atacada en redes por una turba racista.
Algunos fans culparon a Disney de haber echado a perder sus recuerdos de infancia simplemente al atreverse a producir la nueva versión, y otros cuestionaron si una película que caricaturizaba a la gente aquejada de enanismo era aceptable en estos tiempos. Entretanto, Rachel Zegler expresó opiniones políticas que enfurecieron a los partidarios de la causa israelí, y su compañera de reparto Gal Gadot expresó opiniones políticas que provocaron protestas de los partidarios de la causa palestina. Y resulta de lo más llamativo que una película tan capaz de cabrear a tanta gente haya acabado siendo tan blanda y tan nimia. Lo único que esta ‘Blancanieves’ tiene de verdaderamente irritante es la insistencia con la que usa su metraje para darse a sí misma palmaditas en la espalda por su progresismo ideológico mientras se contenta con ser de lo más conservadora a un nivel puramente cinematográfico.

La actriz Gal Gadot interpreta a la madrastra en la nueva `Blancanieves´. EFE/Disney
En efecto, la nueva película corrige la visión retrógrada de las mujeres exhibida por su modelo al retratar a su protagonista no como una sirviente doméstica simplona y necesitada de alguien que la salve sino como una líder rebelde fuerte y virtuosa preocupada por la justicia y la equidad. Y, aunque adecuado sobre el papel, el cambio sitúa ‘Blancanieves’ en una incómoda tierra de nadie, entre su vocación de homenaje a la magia lúdica de los clásicos de Disney y su voluntad de contar una historia centrada en temas de coraje revolucionario y empoderamiento que en realidad no tienen nada que ver ni con el cuento original de los hermanos Grimm ni con la película de 1937. Y, entretanto, el director Marc Webb no solo añade más complicaciones argumentales al relato central sino que también lo adereza con más números musicales, la mayoría de ellos olvidables y algunos directamente sonrojantes.
La base narrativa, en todo caso, no cambia. Una princesa nace y se gana la adoración general del reino. La muerte de su madre provoca la entrada en escena de una madrastra malvada que, tras la enigmática desaparición del rey, se declara reina y condena a la princesa a una vida de encierro y servidumbre eterna. Sin embargo, si en su primera encarnación la joven tenía poco en mente aparte de escapar de la venganza de su madrastra, añorar a su príncipe azul a pesar de no haberlo visto más que una vez y mantener pulcra y ordenada una cabaña habitada por siete hombres pequeños, la nueva Blancanieves aspira a ser la princesa del pueblo para restaurar la justicia y la prosperidad aniquiladas para una gobernante fascista. Pese haber sido borrados del título, los enanos son un componente destacado de la historia -la palabra “enano”, eso sí, no se menciona en toda la película-, por lo que no hay forma de mantenerse indiferente ante su aberrante diseño.

Escena de la película `Blancanieves´ acompañada de los enanos creados con CGI
Desde Disney han declarado que la decisión de convertirlos en personajes generados por ordenador respondió a un intento de romper con estereotipos, pero eso de ningún modo explica que dichos personajes tengan el inquietante aspecto de gnomos de jardín que inexplicablemente han cobrado vida. De hecho, buena parte de la película se ve lastrada por una estridente fealdad cortesía de su imaginería digital.
Rachel Zegler, decimos, en su día fue insultada con crueldad por supuestos fans de Disney que se oponían a su elección como Blancanieves, pero lo cierto es que ella es la única miembro del reparto que da muestras de haber entendido lo que la película necesitaba de ella. En la piel de la Reina Malvada, Gal Gadot se muestra incapaz de decidir si el personaje debería ser un ‘cartoon’ o alguien genuinamente aterradora, y por tanto acaba no siendo ni una cosa ni la otra; su agarrotada interpretación es la personificación perfecta del despiste general que aqueja la película en su conjunto, plagada como está de incongruencias visuales y espaciales y personajes que aparecen y desaparecen de forma aparentemente azarosa. Pese a transcurrir en un mundo fantástico poblado por espejos parlantes y poderosos hechizos, además, es una ficción tediosamente prosaica, en buena medida porque las canciones que trufan su metraje son tan anodinas como las piedras de río.
En suma, si la película de 1937 sigue siendo una obra asombrosa y cautivadora casi nueve décadas después, este remake únicamente es memorable en cuanto que ejemplo de lo que puede llegar a pasar si una mala idea es ejecutada de forma deficiente y de cómo, a veces, intentar agradar a todos y ofender lo menos posible es el método perfecto para no satisfacer a casi nadie.