Cuando eran niños, los hermanos Grimm crecieron en un bosque oscuro y profundo. Su vida hacía honor a su nombre (que puede traducirse como siniestro u horrible): su padre murió cuando eran pequeños y su madre, para sobrevivir, sacrificaba cerdos, mientras que su tía se encargaba de castrar gallos con un cuchillo. La infancia de Jacob y Wilhelm Grimm estuvo marcada por la dureza de la vida en la Alemania del siglo XIX, y más tarde, por la guerra: cuando Napoleón invadió el país, uno de los hermanos presenció pueblos arrasados, mujeres violadas y montañas de cadáveres imposibles de enterrar.
Pero su historia no terminó en tragedia. Crecieron, se convirtieron en eruditos y comenzaron a recopilar los relatos populares que darían forma a su famoso Cuentos de la infancia y del hogar. Entre esas páginas se encuentran clásicos como Blancanieves y Cenicienta, pero también historias olvidadas, como Cómo jugaron algunos niños a degollar, donde un niño asesina a otro cortándole el cuello, su hermano muere ahogado en la bañera, la madre se ahorca por la culpa y el padre fallece de pena. Un cuento infantil en su versión más macabra.
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‘Cuentos de la infancia y del hogar’, de los Hermanos Grimm
¿Qué deben contener las historias dirigidas a los más pequeños, dulzura y finales felices o sangre, sexo y brutalidad? Para los hermanos Grimm, la respuesta estaba clara: la literatura infantil no debía ocultar la oscuridad del mundo. En su versión original, los cuentos que hoy parecen inofensivos contenían escenas de abuso, incesto y violencia sexual. En algunas versiones europeas, el padre de Blancanieves intenta violarla antes de enviarla al bosque. Rapunzel, en su encierro, queda embarazada del príncipe, lo que revela su aventura clandestina. Caperucita Roja no solo es engañada por el lobo, sino que en algunas versiones el engaño tiene un componente claramente sexual: “¡Abuela, qué pelo más largo tienes!”… y lo que sigue es una violación.
Por supuesto, cuando Disney decidió convertir estos cuentos en películas para toda la familia, eliminó estos elementos. En la versión suiza de Blancanieves, la protagonista es una “zorra”, los siete enanitos son asesinados y su casa es incendiada. Algo demasiado brutal para el mundo de la animación.
¿Cuánto de oscuro debe ser un cuento para niños?
Esta pregunta sigue vigente hoy. La literatura infantil sigue generando controversias. En Reino Unido, las obras de Roald Dahl fueron censuradas para eliminar palabras como “gordo”, consideradas ofensivas. En Estados Unidos, en 2023, 17 estados intentaron prohibir más de 100 libros en bibliotecas escolares. Hay una constante pugna entre quienes creen que los cuentos deben ser meramente educativos y quienes defienden que deben entretener y reflejar el mundo tal como es.
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Antiguo cuadro del cuento de ‘Blancanieves’, de Roland Risse
Los cuentos importan porque la lectura es la primera forma de independencia de los niños. Escapar a Narnia, el País de Nunca Jamás o el País de las Maravillas es una aventura en solitario. Y lo que se aprende en esas páginas deja huella: saber que tras la puerta del armario puede haber un mundo de nieve, que comer delicias turcas puede traer problemas o que beber de botellas etiquetadas como “BÉBEME” nunca es buena idea.
Históricamente, la literatura infantil ni siquiera existía como género. Hasta el siglo XVIII, los niños leían lo mismo que los adultos. John Locke fue uno de los primeros en sugerir que los libros debían escribirse especialmente para los más pequeños, pues sus mentes eran “como el agua, fáciles de moldear”. Y añadió una observación digna de un niño de seis años: los libros debían contener “tantas ilustraciones de animales como fuera posible”. El mercado editorial tardó en ponerse al día. En el siglo XVII, The New England Primer enseñaba el abecedario a los niños con frases como “Ningún joven se libra de la muerte” y sílabas como “for-ni-ca-ción”.
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‘Las crónicas de Narnias’, de C. S. Lewis, son uno de los cuentos infantiles más leídos en todo el mundo
En comparación, la llegada de los Grimm y sus cuentos de castraciones, torturas y animales que mueren de manera espantosa fue casi una liberación. Sin embargo, los hermanos nunca pretendieron que sus relatos fueran solo para niños. Eran filólogos, no novelistas. Su intención era preservar la tradición oral alemana, en un momento en que la industrialización estaba destruyendo bosques, especies y relatos. Fueron, en cierto modo, ecologistas de la narrativa.
El equilibrio entre luz y sombra
Pese a su crudeza, los cuentos de los Grimm se convirtieron en bestsellers. No todos los lectores aceptaron su oscuridad sin resistencia: algunos criticaban el tono sombrío de las historias. Incluso los finales felices tenían un matiz ambiguo. Junto al icónico “y vivieron felices para siempre” existía otro desenlace igualmente popular: “Y si no han muerto, aún viven”.
Hoy, los libros infantiles más vendidos han cambiado de tono. En la lista de los más populares de los últimos años figuran títulos como Adivina cuánto te quiero (1994), una historia sobre una liebre que expresa su amor por otra sin sufrir ninguna muerte horrible. En Estados Unidos, el libro más vendido en una década no fue Shakespeare ni Dan Brown, sino Oh, the Places You’ll Go! de Dr. Seuss. También triunfan títulos escatológicos como El pedo que cambió el mundo.
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‘Adivina cuánto te quiero’ es uno de los cuentos infantiles más vendidos
Sin embargo, la literatura infantil sigue siendo un territorio compartido por niños y adultos. Los libros que mejor funcionan son aquellos que pueden ser disfrutados en dos niveles. Cressida Cowell, autora de Cómo entrenar a tu dragón, señala que “los mejores libros infantiles están escritos para dos públicos a la vez: el niño que escucha la historia y el adulto que la lee en voz alta”.
Las modas en la literatura infantil suelen ser pendulares. Tras periodos de extrema corrección política, a veces hay un retorno a lo macabro. En 2023, las prohibiciones de libros en Estados Unidos empezaron a caer, y la editorial Penguin, tras una ola de protestas, restauró los pasajes originales de Roald Dahl que habían sido censurados.
La literatura infantil de hoy no es tan oscura como la de los Grimm (el incesto, gracias a Dios, ha dejado de vender bien), pero sigue necesitando un equilibrio entre la luz y la sombra. Tal vez, en el futuro, los padres busquen historias que, como en los cuentos clásicos, no solo terminen en finales felices, sino que también incluyan lobos feroces, niñas astutas y un poquito de peligro. Para que los niños puedan entender algo de la vida real.