Además de unas cuantas creaciones memorables, (no puedo, en el mejor sentido de la palabra, ni con El Fumi de Morata, ni con El Cansino Histórico, aunque recreen una y otra vez el mismo chiste), lo que más me gusta del cómico José Mota es su capacidad para trascender su trabajo, el del humor, en un diálogo consigo mismo y con su propio arte, materializado en unos gags antológicos en los que el imitado recrea a su vez a otro personaje en un bucle genial. Es ahí donde el artefacto humorístico de Mota llega al punto máximo de sofisticación, lisa, cortante y fría como un monolito, en sus constantes autorreferencias y por ahí se cuela la maestría brillante y personal que lo define como un innovador en su oficio. Ver al rey ‘bueno’ (para los que creen que la realeza tiene como única naturaleza el puro entertainment en nuestro común constructo, Celtiberia Show), perfectamente caracterizado, haciendo una imitación de, por ejemplo, Andrés Pajares, en los tiempos muertos del discurso de Navidad, es una de las experiencias humorísticas más absurdas y delirantes -en términos arrabaleros-, que se pueden disfrutar.
¿Cómo llamaría yo a este ejercicio de humor metalingüístico? ¿Surrealistas dúos? ¿Abracadabrantes alianzas? ¿Libérrimas asociaciones?
Pues entre las fugas psicogénicas arriba mencionadas, que me chiva mi contacto en El Corte Inglés que es San Valentín y que escribo –es un decir- sobre cine, tengo terminado el artículo sin hacer nada, mira qué bien.
Aquí van unas pocas parejas como las de Mota, muy improbables en otro ámbito que no sea el de la ficción, así que no es cuestión de analizar cuáles faltan y cuáles no. Son las mías, como los principios de Groucho Marx y, además, no te creas que van a ser las típicas quijotescas estilo El Gordo y el Flaco, Fred Astaire y Ginger Rogers o Woody y Buzz Lightyear: como diría El Fumi de Morata, “no te digo que me lo mejores: iguálamelo”.
Han Solo y Chewbacca
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Han Solo y Chewbacca en una película de Star Wars.
Se ha analizado hasta el paroxismo el universo Star Wars, se ha rebuscado tanto bajo las piedras de Tatooine que, claro, se dicen cosas como que Han Solo y Chewbacca tenían una soterrada relación homoerótica. A veces, queridos cerebritos secados por Yoda, hay que deciros las cosas como son, sin dobleces ni segundas lecturas: por ejemplo, que la compleja maquinaria que lleva Darth Vader en la pechera es en realidad un portero automático para que vuestra madre os abra después del colegio y que el dúo más idiosincrático de esta saga nerd por excelencia no es más que la relación entre un cuñado -contrabandista en este caso-, y su perro, al que saca a pasear por el hiperespacio. Ah, por cierto, la mejor no es El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), sino Rogue One (Gareth Edwards, 2016). Y no me ataquéis con la espada láser de plástico, por favor.
Thelma y Louise
Un auténtico pelotazo en su momento, esta road movie aparentemente alejada del tono y temática de Ridley Scott se convirtió en paradigma del empoderamiento femenino en unos años -1991 concretamente- en los que esta palabra no estaba ni en el DRAE. Al margen de su narrativa, que funciona con la precisión de un Casio, la historia atrapa por la excelente química entre Geena Davis (Thelma) y Susan Sarandon (Louise), que lograron el tombuctú al que aspiran todas las ficciones: trascender su género y convertirse en iconos, en este caso, de la sororidad femenina. A mí me fascinó la primera vez que la vi en la gran pantalla, pero en posteriores visionados se me ha ido cayendo, cada vez más, en gran medida por su artificioso e inverosímil final.
Bud Spencer y Terence Hill
Sí, ya sé que esta es muy tosca, pero mi recuerdo esencial Inside Out me obliga a meterla porque estos dos fenómenos están dentro de mi mapa sentimental VHS. Además, forman la única pareja de la historia cuyos nombres reales, Mario Girotti (Terence) y Carlo Pedersoli (Bud), son más descacharrantes –mi amigo Fabrizio me va a matar- que los artísticos. Todas sus películas se cuentan por genialidades, o por lo menos eso me parecían de niño, perfectas cartografías del tortazo (no puñetazo, ojo) a rodabrazo: …Y si no, nos enfadamos (Marcello Fondato, 1974) y Estoy con los hipopótamos (Italo Zingarelli, 1979), son obras cumbre de obligado visionado para todos los que aman el cine.
Katherine Hepburn y Spencer Tracy
Reconozco que esta es más cursi que tocar a rancho con violín, un enorme cartel luminoso de amantes on/off del celuloide. Pero el motivo de meterla aquí es para utilizarla como ejemplo del trampantojo mercantilista que es San Valentín. Vamos, que no me la creo. Nunca me he tragado esta versión de La Bella y La Bestia: el borracho, cargado de culpa y redención católico-irlandesa y la pija retroprogre de Connecticut –el Neguri de occidente-, independiente y talentosa que eligió un guion de Paul Schrader como escaleta de vida. Anda ya. Tengo entre mi short list de libros pendientes uno de Christopher Andersen, An Affair to Remember (Planeta), un tochazo de cuatrocientas páginas que cuenta su historia y según reza la portadilla “pinta el primer e inspirado retrato de esta adorada pareja del cine norteamericano y de la vida que compartieron juntos”. A ver si me convence, aunque lo dudo. Aun así, y al margen de su amor fou de palo, este simpático dúo nos regaló clásicos magistrales: La mujer del año (George Stevens, 1942), Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967) y, sobre todo, La costilla de Adán (George Cukor, 1949).
King Kong y la rubia sin nombre
De esta bonita historia de amor se sabe más bien poco, como los amantes de Teruel, porque desde el principio estaba condenada al fracaso, básicamente por una cuestión de tamaño, que en este caso importa y mucho. Ninguna de sus muchas versiones cinematográficas ha aportado gran cosa: ni la seminal King Kong (1933) de los pioneros Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack; ni la de Jessica Lange (1976), la mono-novia más cañón para mi gusto; ni el chupito que se tomó después de comerse los anillos Peter Jackson, King Kong (2005), con Naomi Watts interpretando a una rubia más bien sosita, han profundizado en este Romeo y Julieta entre distintas especies animales. Para pasiones zoofílicas, yo me quedo con el médico Gene Wilder y su enamorada oveja en Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (Woody Allen, 1972).
Rust Cohle y Martin Hart
He dejado para el final la pareja –sin carnalidad- que más me ha impactado en los últimos años. Y me permito saltarme el eje y poner aquí no una película, sino una serie, más bien el más fiero poema en imágenes que nunca he visto. En mi opinión, la historia de Rust (Mathew McConaughey) y Martin (Woody Harrelson), porque en el fondo de eso trata True Detective, es el culmen del cine hecho para televisión, o como se llame, con permiso de Breaking Bad y The Wire. Una obra maestra de la narración fragmentada que asienta sus bases en la relación entre dos detectives totalmente imposible en cualquier plano vital, pero que viven la aventura más terrorífica -y real- que cualquier ser humano pueda imaginar. No la voy a contar. Hay que verla, más bien sentirla, porque es preciosa y cruel al mismo tiempo (solo hablo de la Temporada 1). Todos aquí estaban en estado de gracia, especialmente McConaughey en el papel de su vida (como actor y productor ejecutivo). Su creador, Nic Pizzolatto alcanzó tan pronto la gloria que se le quemaron las alas. Normal. Nunca nada le hará sombra a este Dios Sol de la ‘HBO auténtica’.
P.D. Hay muchas más parejas que me encantan y que querría poner aquí –quizá lo deje para otro San Valentín, total hay uno al año-: los amantes de ida y vuelta Mia y Sebastian, en esa maravilla llamada La La Land (Damien Chazelle, 2016); el pobre y bondadoso Eduardo Manostijeras y Kim, un amor que de los que se cuentan con los dedos de las manos; Rachael y Rick replicantes y residentes en L.A.; el otro Rick e Ilsa, la petarda de Casablanca (Michael Curtiz, 1942); los livianos como un farolillo chino Chow y Li-zhen de Deseando amar (Won Kar-Wai, 2000), próxima candidata a mejor película de la historia según Sight and Sound, o los sufrientes vaqueros Ennis y Jack de Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005). A todos ellos los podrás ver en estos días haciendo cola en Perfumerías Douglas.