Después de toda una vida consagrada al periodismo –más lo que le queda–, Rosa Díez-Urrestarazu (Donostia, 1963) se zambulló en el ejercicio de la literatura con el propósito de escribir un “relato emocional de la crueldad de una guerra”, en este caso, la Guerra Civil Española, “vista desde una perspectiva femenina, ajena a militancias e ideologías”. Esta profesora asociada en la Universidad de Deusto, colaboradora habitual de opinión en El Diario Vasco y, sobre todo, perita en el ecosistema informativo audiovisual vasco –ha sido directora de Euskadi Irratia y, en la actualidad, trabaja en los servicios informativos de ETB–, acaba de publicar Deja escribir al tiempo (La Esfera de los Libros, 2024), una novela que es un artefacto literario efectivo, magnético, emotivo y emocionante, en el que narra la huida de su protagonista, Magdalena Epalza, quien disfrutaba de una acomodada vida con su marido y su hija en un palacete por la playa de Ondarreta, hasta que su mundo, con el conflicto cainita y sangriento, se fue al garete. Entrevistamos a su autora en Artículo 14:
P: Rosa, ¿suele usted dejar escribir al tiempo?
R: Sin duda, porque es la mejor forma de que ver las cosas con una perspectiva más reposada, aunque a veces las circunstancias nos obliguen a gestionar con rapidez en el día a día. Depende de qué se trate. Pero sí, suelo acostumbrar a dejar escribir al tiempo.
P: Y el tiempo, ¿qué es lo que suele escribir?
R: Que nada sucede por casualidad.
P: Escribe que su novela es un “relato emocional de la crueldad de una guerra vista desde una perspectiva femenina”. ¿Cómo es esa perspectiva? ¿Cuán diferente es de la masculina?
R: Buena parte de las mujeres, quizá, tengamos una visión más emocional de las cosas. Nos fijamos más en los sentimientos, en el mundo afectivo y lo prioricemos sobre otras cuestiones. En ese caso, me interesaba ponerme en la piel de aquellas a las que la guerra les pilló por sorpresa, y no se decantaron por ninguna ideología. Simplemente vivieron el dolor, el sufrimiento, las vidas rotas. Quería reflejar esa tragedia personal que vivieron miles de mujeres que tuvieron que luchar solas por sobrevivir y sacar adelante sus familias. Sin el apoyo del marido, el padre o los hijos que murieron en la contienda.
P: También cuenta que es un homenaje a su amona Natividad Goyeneche, quien “no sabía de ideologías ni militancias”, sino “de las atrocidades que se sucedían cada día”. Cuénteme sobre ella.
R: Mi amona (abuela) fue una mujer extraordinaria. Muy interesante. Recibió una educación esmerada con las monjas francesas que tenían un colegio en Bera de Bidasoa. Tuvo la oportunidad de conocer a Pío Baroja durante los años que éste vivió en Itzea antes de que estallara la guerra, de quien destacaba su conversación y simpatía a pesar de la fama de huraño que tuvo. La guerra cambió su destino. Pocos días después de que estallara la guerra, a finales de julio de 1936, simplemente por miedo, por el horror que le produjo lo que veía alrededor, huyó de madrugada a Francia en un barco que partió de la bahía de la Concha sin conocer el destino. Con mi madre recién nacida, que apenas tenía 40 días, y mi tía de tres años, mientras mi abuelo que ocupaba un puesto de responsabilidad en la fábrica municipal de gas, se quedó en la ciudad. Un año después, pudo refugiarse en el caserío de sus padres en Bera, después de atravesar buena parte de Francia y la frontera por monte a pie con una bebé, mi madre, que todavía no andaba. Creo que yo no hubiera tenido esa fortaleza, ese coraje para salir adelante. Me hubiera muerto en el camino.
P: ¿Cuánto se parecen entre sí Coro y Maialen?
R: Ambas tienen una personalidad fuerte, una resiliencia fuera de común, ante dos destinos complicados que ambas son capaces de superar. De reinventarse y aceptar la realidad tal como viene.
P: ¿Y cuánto se parecen a usted?
R: Quizá en la capacidad de luchar ante la adversidad para salir adelante y en esa sensibilidad que aflora en los momentos difíciles pero que convive con esa fortaleza necesaria para superar situaciones complejas. En ellas dos, hay parte de mí.
P: Maialen es una mujer culta, que “destacó por unas excelentes notas”, a la que le ilusionaba votar y que leía novelas rosas en las que “se podía apreciar un mensaje libertario”. ¿Encarna Maialen un prototipo de mujer?
R: No, al menos en su época, cuando no era común que las mujeres estudiaran. Solo aquellas que nacían en familias adineradas accedían a una educación esmerada. Ella es curiosa por naturaleza, en el mejor sentido de la palabra. Cuando Jacinta, la muchacha de servicio, le habla de aquellas novelas rosas que encerraban cierto mensaje libertario que ella desconocía, no duda en pedírselas para leerlas.
P: Por otro lado, escribe: “En su cerebro retumbaba la frase recurrente con la que su madre le respondió: ‘Dejarle hacer y que termine rápido’, o peor aún: ‘Él es quien tiene que quedar satisfecho’”. ¿Cómo conjuga la vivencia de su sexualidad con el corsé moralista de la época?
R: Es una mujer que se forma en la moral de la época. Esto es importante contextualizarlo. Su madre la educa desde una sexualidad en la que se prioriza el placer del hombre sobre la mujer, donde la voz femenina no cuenta para nada. Por eso cuando vive su segunda experiencia, descubre una pasión que la hará inmensamente feliz, algo que no había experimentado en su matrimonio.
P: En un momento de la novela, escribe que Maialen “ya no tenía lágrimas con las que llorar, ni dolor que sentir”: “Porque su alma quedó herida de muerte, al ver cómo se llevaron a Juanito de aquella manera tan ruin”. ¿Cómo ha construido, psicológica y sentimentalmente, a un personaje tan destruido?
R: Conocí a una anciana, hace muchos años, que vivió esta experiencia. Me contó que aquella madrugada se desgarró para siempre, al ver cómo se llevaban a su marido detenido. No volvió a verlo, ni vivo, ni muerto. Habían pasado cincuenta años y todavía lloraba, se le entrecortaba la voz. Su testimonio, desgarrador, quedó grabado en mi memoria. Entre otras cosas, porque su esposo no pertenecía a ninguna afiliación política ni tomó partido durante la guerra. Una denuncia falsa provocó que lo asesinaran en el paseo de los fueros de San Sebastián.
P: ¿Y cómo abordó su historia de superación o, si lo prefiere, de supervivencia?
R: Antes de comenzar a escribir la novela, ya tenía a Maialen en mi cerebro. Conocía muchas historias de familias que lo perdieron todo a las que en algunos casos también les expoliaron su patrimonio. Quería que fuera una mujer fuerte, capaz de superar las distintas tragedias que irá viviendo. Y sobre todo también deseaba reflejar la evolución de una mujer que nace muy rica y a la que la guerra le arrastra hasta la más absoluta pobreza. He querido plasmar esa fuerza, esa energía para reinventarse, crearse una nueva identidad y salir adelante.
P: Vamos acabando, Rosa. Los padres de Maialen, Teodoro y Juliana, se autodefinían como “españoles de raza vasca”. ¿Qué había detrás de esa expresión?
R: Es una frase que pronunció Silvia Baleztena, ya fallecida, una de las hijas de Ignacio Baleztena, destacado carlista navarro que conspiró contra la república, aunque luego tuvo serias discrepancias con el dictador. Fue un gran amante y defensor de la cultura vasca y el euskera. Una lengua que amaba. Se sentía navarro, español y, por supuesto, vasco por los cuatro costados. Detrás de esa expresión que pronuncia Juliana, la madre de Maialen en la novela, hay un sentimiento de amor por sus raíces, por su tierra que es la vasca, por su lengua que es el euskera, que cohabita con absoluta normalidad en su mundo afectivo con esa españolidad. El euskera es la lengua preindoeuropea más antigua del viejo continente, y como tal todo el país debiera de estar orgulloso de ello. Y, desgraciadamente hay mucha gente que desde la más absoluta ignorancia la desprecia o la asocia a una ideología. Es un patrimonio del que todos debieran estar orgullosos. De hecho, el Rey Felipe VI, en su discurso de coronación, habló de la riqueza cultural que significa tener más de una lengua en el país.
P: Cuénteme sobre el hombre del farol, un tipo que existió realmente.
R: Claro que existió. En Bera, que fue la localidad navarra donde más fusilamientos se produjeron durante la Guerra Civil Española, todavía hay ancianas que lo recuerdan. Me hablaron de él cuando presenté la novela allí, por cierto, con mucho éxito de público. Parte de sus descendientes siguen viviendo en el pueblo. Fue un hombre, como tantos, que, por miedo, ambición o simplemente por sumarse al carro de los vencedores, cambió de bando, porque hasta que estalló la guerra fue republicano y tenía responsabilidad municipal. Pero, sobre todo, me impresionó esa maldad extrema, esa sangre fría para participar en la matanza que se llevaba cabo periódicamente en la cantera del pueblo. Con la luz de su farol, guiaba cada madrugada el camino hacia muerte e iluminaba los rostros ensangrentados de las víctimas, hombres que llevaban en camiones desde la cárcel de Ondarreta de San Sebastián.
P: ¿Qué ha aprendido mientras escribía Deja escribir al tiempo?
R: Lo importante que es no olvidar nuestro pasado, porque solo si lo conocemos bien, podremos trabajar para que no se repitan atrocidades que marcaron la existencia de toda una generación. Hay que leer más y perder menos el tiempo en las redes sociales, donde los bulos están a la orden del día.
P: ¿Y qué ha aprendido de usted misma?
R: Que soy capaz de levantarme a las seis de la mañana para escribir en silencio, cuando la ciudad duerme todavía. He descubierto también lo gratificante que resulta ver cómo los personajes que voy perfilando en mi cabeza cobran vida propia en la historia que desarrollo, en ese mundo imaginario que, para mí, es como una película que he ido creando secuencia a secuencia. Como si estuviera viendo mi novela en una pantalla. De hecho, muchas personas que la han leído, me han dicho que es muy audiovisual. Será, quizá porque yo trabajo en televisión.