Nadie esperaba una película dirigida por Paz Vega. Porque ponerse tras la cámara por primera vez a los 48 años es siempre una anomalía y porque, especialmente si consideramos la cantidad de éxitos que la actriz ha logrado desde delante de ella a lo largo de más de dos décadas, podemos estar de acuerdo en que ponerse a prueba de esa forma no le hacía ninguna falta a estas alturas. Lo ha hecho porque, como suele decirse, le salía de dentro, y por eso tiene mucho sentido que haya usado la ocasión para para recrear un mundo que recuerda personalmente, e imaginar un pasado que guarda similitudes evidentes con el suyo propio.
“He querido hablar de un momento específico en la historia de nuestro pais, durante el que afrontamos la Transición a la democracia”, explica Vega acerca de esa ópera prima, Rita, de la que también es guionista, coprotagonista y coproductora. “España se creía moderna, pero en realidad seguíamos teniendo esa visión rancia de la vida que nos había impuesto el franquismo, según la que la mujer debía estar encerrada en casa y sometida a la voluntad de su marido. No estábamos preparados para leyes como la del divorcio, que acababa de ser aprobada. Y es importante recordar esa época, porque las noticias dejan claro que esa sociedad retrógrada y patriarcal no ha sido superada del todo”.
La protagonista de Rita es Rita (Sofía Allepuz), una niña de 7 años que crece en la Sevilla de 1984 -Vega, también nacida en la capital andaluza, tenía 8 por aquel entonces-, contemplando el mundo con la mirada muy atenta y creando a su alrededor y al de su hermano menor, Lolo (Alejandro Escamilla), un luminoso paraíso imaginado. Poco a poco vamos descubriendo que su padre, José (Roberto Álamo), es un hombre incapaz de atemperar su ira si la cerveza no está suficientemente fría o si algo le impide ver el fútbol por la tele, y cada vez más agresivo a la hora de expresarla; que su madre, Mari (Vega), se siente cada vez más subordinada, asustada y desesperada por dejar a su marido ahora que le está legalmente permitido, pero tiene miedo a la reacción que pueda tener él y al qué dirán los demás, miembros de una sociedad que aún considera el divorcio como algo inmoral; y que Lolo, entretanto, sucumbe al pánico cada vez que sus padres discuten. Vamos descubriendo, dicho de otro modo, que el oasis de fantasía construido por la niña es un refugio en el que protegerse de la realidad que habitan los adultos, y de un hogar que está muy lejos de ser un lugar seguro.
La gran baza de Rita es precisamente la seguridad con la que nos mantiene inicialmente sumergidos en ese espacio utópico de la niñez hasta que, llegado el momento, decide enfrentarnos a una certeza de la que ya teníamos evidencias suficientes para ser conscientes desde el principio pero que aun así nos negábamos a reconocer. Y la eficacia de ese movimiento dramático está íntimamente relacionada con el punto de vista que Vega mantiene, firmemente asentado en la infancia.
La cámara permanece a la altura de los ojos de Rita y, sobre todo en la parte inicial del relato, permite que el plano corte a los adultos por la mitad dejando sus rostros fuera de campo. Poco a poco, sin embargo, va dejando que se cuelen dentro de él la ira y el miedo, una amenaza de la que los niños solo pueden tratar de escapar tapándose los oídos o escondiéndose en su cuarto, o en la azotea, o en esa fantasía que han creado. Pero, eso lo sabemos, la protección que la niñez nos proporciona frente a los terrores, los prejuicios y los resentimientos consustanciales al mundo real es solo provisional, y en ocasiones se nos es arrebatada con especial brutalidad.
Mientras contempla ese proceso, es cierto, Vega por momentos recurre a subrayados dramáticos algo gruesos, y no llega a lograr que su contención a la hora de escenificar ciertos giros argumentales sirva para contrarrestar el tremendismo probablemente innecesario que, por su propia naturaleza, esos giros representan. Nada de eso impide, sin embargo, que su debut como directora sorprenda por la disciplina con la que se atiene a los requisitos de su entramado conceptual, y por su confianza en la capacidad expresiva que las imágenes pueden llegar a tener por sí solas. “Actualmente, escribir y dirigir es lo único que me motiva de verdad”, sentencia ella respecto al punto de inflexión que ‘Rita’ promete suponer en su carrera. “Mi intención es usar el poder que me otorga mi trabajo frente a la cámara para poder impulsar el trabajo que quiero hacer detrás de ella”.