Quisiera escribir sobre ‘El árbol de la vida’, pero no me sale

El 16 de septiembre de hace trece años se estrenaba en España la película 'El árbol de la vida'. Desde entonces hasta ahora, un pestañeo de Dios

Película 'El árbol de la vida', dirigida por Terrence Malick
Película 'El árbol de la vida', dirigida por Terrence Malick

Quisiera escribir, por ejemplo, que enfrentarme a esta hoja en blanco me produce la misma sensación que intentar aparcar en agosto en el centro de Madrid: hay demasiado sitio, colapso, me atropello a mí mismo y, al final, aparco mal. Cuanto más, peor. Inaparcable. Inabarcable.

Pero no me sale.

Quisiera escribir, además, que trece años de vida es poco tiempo para tomar distancia con ella, meterla en la nevera hasta que se enfríe, volverla a sacar, retroceder unos pasos y poder contemplarla desde el fordiano horizonte. Demasiado poco. Algo similar me sucede con 2001: Una odisea del espacio: la empecé a ver con dieciséis años y aún no la he terminado. Pienso también que ambas películas tienen vasos comunicantes y el mismo andar, pesado y denso, del que quiere viajar a lo inexplorado, diálogo sordo con el Creador: fría como un monolito una, candente como un volcán otra.

Pero no me sale.

Quisiera escribir y quisiera explicar por qué El árbol de la vida es una poesía. No es que “tenga hondura y vuelo poético” o “lirismo visual y sonoro”, como dicen por ahí los pros y como otras tantas obras de Malick –Malas tierras (1973), Días del cielo (1978), La delgada línea roja (1998)–. Ella es TODA poesía. Por su abstracción narrativa, por su radicalidad conceptual, por tomar lo minúsculo para explicar lo mayúsculo. Por aludir al TODO, desde el Big Bang hasta el fin del tiempo.

Pero no me sale. Porque no soy capaz de escribir sobre poesía.

Jessica Chastain y Brad Pitt protagonizan 'El árbol de la vida'

Jessica Chastain y Brad Pitt protagonizan ‘El árbol de la vida’

Quisiera escribir sobre la homilía que dio el cura de un pequeño pueblo marinero de Huelva el día de la Asunción de Nuestra Señora: contaba la historia de una mujer que rezaba a una imagen de la Virgen; pasó un hermano protestante y protestó (es lo que suelen hacer los protestantes) por el fervor con el que los católicos sacralizamos a María. La mujer le respondió mirando al crucifijo que él llevaba: “Cállate que estoy hablando con tu madre”. Al momento mi mente caprichosa cambió de pantalla (es lo que suelen hacer las mentes) y formó la imagen de Jessica Chastain como transfiguración de la Virgen (aunque dudo bastante de que María, hija de Joaquín y Ana, oriunda de Nazaret, tuviera el pelo de fuego, los ojos atlánticos y el óvalo caucásico de la Chastain): la Sra. O’Brien de El árbol de la vida, mujer, madre desde la primera luz, pureza, ternura, metáfora del amor (“Si no sabes amar, la vida pasará como un destello”), de la abnegación (“Nadie que ama el camino divino acabará mal”, dice la voz en off ante el mayor dolor que una madre puede sufrir en vida), de la luz con la que Malick la ilumina para susurrarnos quién es, espejo de la Virgen María (“Me hablabas a través de ella”).

Pero no me sale.

Quisiera escribir también sobre el humanismo cristiano que riega de savia cada fotograma –la cámara pegada a la tierra como solo Malick sabe hacerlo–, imperfecto, carnal, contradictorio: es así como yo veo a María. Y a la Sra. O’Brien. Y a Jesús. Y al Sr. O’Brien. También lo veía así Scorsese en su obra maestra La última tentación de Cristo (1988) que adapta la novela de Nikos Kazantzakis: “La tentación más fuerte que puede tener un hombre es la de ser un hombre común”. Al primero le dieron unas cuantas obleas en forma de cócteles molotov en varias proyecciones; al segundo directamente lo excomulgaron. Siempre ha habido clases.

Pero no me sale.

Jessica Chastain interpreta a la Señora O'Brien en 'El árbol de la vida'

Jessica Chastain interpreta a la Señora O’Brien en ‘El árbol de la vida’

Quisiera escribir que aquella frase de Gloria Swanson/Norma Desmond en Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) “Yo soy grande, son las películas las que se hacen pequeñas”, no estaba pensada para El árbol de la vida: crece en cada contemplación, cada brizna de su luz es una nueva luz, cada gesto, cada susurro de Chastain explica algo mejor el mundo, cada mirada severa de Pitt explica algo mejor la sublime violencia de la primera explosión.

Pero no me sale.

Quisiera escribir un poco sobre la paternidad. La primera vez que la contemplé no era padre. Y Brad Pitt/Sr. O’Brien me provocó un fuerte rechazo. Furor atávico frente a pureza virginal. Luego comprendí, ya padre. No justifiqué, pero comprendí. La más honda, veraz y áspera visión de las aristas y contradicciones de la paternidad: “No tuve la oportunidad de pedirle perdón (…), pobre hijo. Pobre hijo”.

Pero no me sale.

Brad Pitt como el señor O'Brien en 'El árbol de la vida'

Brad Pitt como el señor O’Brien en ‘El árbol de la vida’

Quisiera escribir sobre cómo Malick baja la cámara y escribe con ella los versos de la infancia, ese jardín al que todos queremos volver y darnos un manguerazo: no hay verbo, puro viaje de luz.

Pero no me sale.

Quisiera escribir por último sobre la imperfección en El árbol de la vida. Nadie tiene que decirme a estas alturas que le sobra toda la parte del Jack adulto (Sean Penn), que hay planos de anuncio de colonia New Age y que desborda impostación y autoindulgencia en muchos planos. Qué más dará. Su mirada rompeolas en plena era del relativismo cuantitativo convierte el defecto en virtud: imperfecta, sí, en armónico metalenguaje con lo que nos quiere contar; es decir, universo roto, siempre cambiante, siempre contradictorio, inescrutable. Así es el todo, la familia O’Brien le pertenece (“¿Quiénes somos para ti? Contéstame”), y nosotros también: incluido el jurado de Cannes que le dio la Palma de Oro.

Pero no me sale.

A lo mejor dentro de trece años quiero escribir algo. Y me sale.

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