No se podía levantar de la cama. Todos los días eran iguales. Tumbada en el sofá, mirando el techo, se imaginaba cómo sería morir, dormirse y no despertarse nunca más. Una depresión profunda arraigó en el fondo de su alma; como ella misma cuenta, la depresión no es algo que te sucede, sino que tú te conviertes en la depresión.
Ana Ribera narró con todo lujo de detalles en su libro Los días iguales (Next Door Publishers, ilustrado por Luis Ruiz del Árbol) lo que es permanecer durante dos años en el agujero negro de la depresión, una enfermedad que, en el 15 % de los casos, acaba en suicidio.
En el Día Mundial de la Prevención del Suicidio Artículo14 entrevista a esta escritora y divulgadora para “acercar” esta terrible consecuencia de la enfermedad más incapacitante del mundo: el suicidio no afecta sólo a aquellos que lo intentan, sino también a aquellos para quienes la idea de desaparecer se les hace compañera de camino.
Es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. ¿Pensamos que los pensamientos suicidas son menos comunes de lo que son en realidad?
Yo nunca pensé en suicidarme, pero siempre pensé en cómo sería estar muerta. Quería desaparecer, quitarme de en medio, no sufrir más. En lo peor de la depresión, cuando no tenía fuerzas par nada, me levantaba para llevar a mis hijas al colegio (entonces tenían 10 y 8 años) y volvía inmediatamente a la cama. Después volvía a levantarme y disimulaba cuando volvían, pero en cuanto podía me tumbaba en el sofá y no conseguía levantarme durante horas. En esos tiempos muertos me preguntaba cómo sería suicidarme, de qué forma lo haría. Pero me daba cuenta de que la depresión la sufría yo, y si muriera sufriría mi familia. No quería traspasar mi dolor a nadie. Yo estaba fatal pero era capaz de estar allí.
¿Es más difícil entender el suicidio cuando no se ha atravesado una depresión?
Uno no tiene ni idea de lo que es una depresión hasta que la sufre. Es inimaginable. De hecho, yo no entendía a la gente que se suicidaba, porque pensaba que siempre hay una esperanza. Pero cuando estás enfermo no te acuerdas de cómo era la vida antes y crees que nunca vas a salir de ahí, a pesar de que acudas al psiquiatra, de que tomes medicación o de que sepas que el 70 por ciento de la gente se cura… Pero piensas que tú no te vas a curar nunca. Estás mal, y ante ese nivel de sufrimiento extremo prefieres morirte. Ahora, cuando conozco a alguien que ha atravesado una depresión o que ha intentado suicidarse, pienso en el infierno que ha atravesado. Es muy cansado; cansado mental y físicamente.
Sin embargo, las consecuencias de la depresión son devastadoras: entre el 10 y el 15 % de quienes la padecen se suicidan. Es decir, no todos los que la padecen se suicidan, pero sí la mayoría de los que se suicidan la padecen.
Ahí entran muchas cosas. El nivel de desesperación y sufrimiento puede ser el mismo, pero tiene mucho que ver el soporte que tengas. Tú puedes estar muy enfermo y no tener preocupaciones psicológicas, ni económicas, y aún así darte cuenta de que no puedes más. Es decir: la depresión es algo que nos iguala a todos.
¿Le puede pasar a cualquiera?
Le puede pasar a cualquiera. ¡A cualquiera! Recuerdo aquella campaña británica que compartía fotos de personas justo antes de suicidarse. Nunca puedes saber por lo que está pasando una persona: hay quienes hacen esfuerzos sobrehumanos por salir de la cama; yo, gracias a mi situación, pude estar de baja. Pero de hecho yo me di cuenta del estado en el que estaba yendo a trabajar: fui al trabajo sin haber dormido nada en toda la noche, solo 45 minutos. Me levanté con un ataque de ansiedad brutal y aún así me fui a trabajar, hasta Toledo, cien kilómetros. Conduje llorando todo el trayecto, aullando de dolor y de ansiedad. Me senté frente al ordenador sin parar de llorar. Entonces llamé a mi amiga Mónica García (diputada en la Asamblea de Madrid por Más Madrid) porque además de amiga es médico, y ella me dijo: ‘No estás triste, estás enferma. Ve al médico’. Lo hice y estuve 25 minutos llorando frente a mi doctora de cabecera”. Ahí empecé un tratamiento que me tuvo 16 meses de baja y medicada.
En 2023 murieron por suicidio en España 4.227 personas, casi un 20 % más que cinco años antes. Pero esta cifra, preocupante, no refleja la complejidad de cada tragedia. Según los estudios, el 85 % los fallecidos tiene un trastorno mental diagnosticado. ¿Es difícil acudir al médico y recibir un diagnóstico?
Es algo que ha cambiado mucho en esta década. Ahora todo el mundo va al médico y dice que tiene ansiedad, que es otro temazo. Es decir, hoy hay menos miedo a reconocer que estás mal, pero uno siempre cree que no necesita ir al médico, que no necesita ir a terapia… Cuesta mucho dar el paso. Tienes que llegar a un punto en el que no puedes más. Lo que sucede es que cuando te das cuenta, ya estás muy metido en la depresión, y es muy difícil. Yo cuando he “recaído” he sabido reconocer a tiempo los síntomas y he podido frenarlo a tiempo, antes de que fuera incapacitante.
¿En qué momento uno deja de pensar que está triste o atravesando una mala racha y decide ir al médico? ¿No existe también ahora una exageración en este sentido?
Escribí hace poco un texto titulado “no todo es salud mental”. Ahora hemos pasado al otro extremo. Cuando yo antes decía que tenía depresión, me preguntaban si no me daba vergüenza; sin embargo, ahora parece que todo el mundo tiene ansiedad. Toleramos mal el malestar. Tengo compañeros maravillosos pero a los que les agobia cualquier cosa, y en seguida tienen la palabra ansiedad en la boca. No todo es un trastorno mental. Una depresión es una cosa muy incapacitante, muy heavy. Una cosa es la ansiedad y otra la depresión. La depresión te desconecta de tu vida; llegas a un nivel de anhedonia (incapacidad para experimentar placer, pérdida de interés o satisfacción en casi todas las actividades) tan extremo que todo te da igual: lo que comes, lo que ves, tus seres queridos… La ansiedad se suma a tu vida, la depresión te quita tu vida. Por eso hay gente que sufre tanto que solo quiere que se acabe. Lo entiendo. Ahora entiendo el suicidio.
Tras la divulgación, las charlas, las conferencias, el libro… ¿Te alegras de haber compartido tu experiencia? ¿Has sentido el peso de la responsabilidad?
Yo nunca pensé que iba a escribir un libro sobre la depresión. Me lo propuso mi editor y dije que no. Pero de repente tuve una idea y a él le encantó. Me enredé y escribí a mano, en cuadernos, porque me desconcentraba si utilizaba pantallas. Pero sinceramente, no he sido capaz de releerlo, aunque sí que me alegro de haberlo escrito, porque todas las semanas recibo algún mensaje dándome las gracias. Si el infierno que atravesé puede ayudar a alguien… De todas formas, los mensajes que más me alegran son los que me dicen que gracias a mi libro han podido entender mejor a un ser querido que sufre.
¿Qué pasos recomiendas a quienes se encuentran en esta situación?
Muy sencillo: apoyo social, médico, terapia, medicación si se receta y mucha, muchísima paciencia. Todo pasa.