Adolescentes torturadas, niñas secuestradas. Monjas violadas, mujeres descuartizadas. Y no sólo el género femenino, también los colectivos más vulnerables: ellas (y ellos) son los tristes protagonistas de las series y documentales conocidas como true crime porque tratan casos de crímenes reales. Son las víctimas directas del crimen e indirectas de un nuevo fenómeno: son los contenidos más vistos en todas las plataformas y realmente es un tema ineludible en cualquier conversación.
El true crime nunca ha sido tan popular como ahora, como demuestra el asombroso número de podcasts, programas de televisión, series y documentales dedicados al género. Sin embargo, en esencia, se trata de un tipo de literatura de no ficción. Desde obras influyentes como A sangre fría (1966), de Truman Capote, hasta investigaciones actuales como I’ll Be Gone in the Dark (2018), de Michelle McNamara, o Last Call (2021), de Elon Green, este tipo de narraciones son únicas por la forma en que conectan con sus lectores, precisamente porque exploran sucesos desgarradores de la vida real que podrían ocurrirle a cualquiera.
En España han triunfado los casos de Asunta, los crímenes de Alcasser, el asesino de la Baraja o la Guardia Urbana. Realmente se produce un efecto extraño cuando el espectador se enfrenta a una de estas docuseries: al exponer detalles y testimonios de crímenes impactantes, generan una mezcla de emociones que van desde la intriga y la fascinación hasta el horror y la conmoción. En muchos casos, los espectadores pueden sentirse atraídos por la morbosidad de los crímenes y el deseo de conocer los detalles más macabros. Sin embargo, también pueden experimentar empatía por las víctimas y sus familias (y en ocasiones, incluso por los asesinos), lo que genera una conexión emocional con la historia.
Un 80 % de mujeres
Aunque las mujeres no son las consumidoras habituales de contenidos violentos (ya se trate de cine bélico, deportes extremos o el género de terror y gore), sí lo son, en cambio, de true crimes. Los estudios y mediciones de audiencia arrojan un dato esclarecedor: entre el 80 y el 85 de los espectadores de contenidos recogidos bajo el paraguas del true crime son mujeres. Y más curioso aún: en el centro de estas narraciones están los feminicidios, normalmente tratados sin perspectiva de género.
¿A qué se debe este fenómeno? Para María del Pino Smith, directora de desarrollo de contenidos de Lantia Films, se trata de una cuestión de necesidad: “En general, son las personas con mayores grados de ansiedad las que más disfrutan este tipo de contenidos, porque ya saben cómo van a acabar. Les tranquiliza ir descubriendo los factores y conocer de antemano el desenlace”, declara a Artículo14.
En el caso de Lupe de la Vallina, artista y crítica cultural, además de gran consumidora de este tipo de contenidos, se trata de “una catarsis”: “En estas series veo legitimadas y recogidas experiencias que yo he tenido a un nivel mucho menor. Ante la sensación de inseguridad o de una cierta vulnerabilidad te consuela saber que es racional tener miedo; por eso, en momentos de mayor amenaza me da la certeza de que es un miedo real, de que otras mujeres lo sienten, lo han vivido”.
El principal culpable de que las mujeres consuman true crime es el patriarcado. Ficcionar la realidad permite filtrar la manera de reflejar la violencia machista y evita repensarla en términos políticos, a la vez que reproduce los marcos de poder en los que nos llevamos moviendo siglos: los true crimes no tienen perspectiva de género, no se realizan para hacer justicia a las miles de mujeres asesinadas cada año, sino que se realiza una radiografía de asesino (en su mayoría, hombre) y víctima (en su mayoría, mujer) y se reproducen en ellos los sesgos patriarcales.
Entonces, ¿por qué gusta a las mujeres? De la Vallina da las claves: “En mis momentos de mayor vulnerabilidad me ha dado tranquilidad, porque he podido poner ese miedo en una historia mayor que la mía. Y sentir que tiene sentido y que hay personas que pasan por esa vulnerabilidad, que no estoy sola”, añade, poniendo en valor una sororidad diluida, incluso compartida a través de una pantalla.
Identificación con el rol de víctima
“Aunque no seamos víctimas de nada, encajamos, porque en las historias de violencia nuestro rol es el de víctima. Y es muy fácil que nos identifiquemos con sentirnos vulnerables, porque así se nos narra. Todas tenemos esa sensación de miedo latente, y es algo que no está presente en la vida de los hombres. Ese terror vago, transversal y constante pero de baja intensidad se convierte en liberador cuando ves una historia de gran violencia donde lo que está latente sale a la luz”, concluye.
Muchas mujeres encuentran en el true crime una forma de detectar posibles métodos de supervivencia ante potenciales agresores. Y esta necesidad es real si miramos las cifras de agresiones sufridas por mujeres. Según el informe Atrapadas por el true crime: por qué las mujeres se sienten atraídas hacia historias de violaciones, asesinatos y asesinos en serie (2010), que analiza el apogeo de este estilo en el mercado literario estadounidense, las consumidoras son mujeres que se identifican con los relatos y buscan formas de evitar convertirse en víctimas.
Por ello el gran problema está en narrar la historia desde el punto de vista del asesino, del agresor, y no de la víctima. Es lo que opina Alexia Guillot, productora audiovisual y prescriptora de cine, además de codirectora de Las Entendidas: “¿Qué está pasando con los true crimes? Creo que a la gente le encanta el tratamiento del psicópata y se olvida mucho a la víctima. Así, los asesinos se convierten en fenómenos de la cultura pop con mucha facilidad”, recalca.
En el caso de Jeffrey Dahmer incidieron el racismo, el clasismo y la homofobia. Asesinó a 17 hombres, la mayoría negros, hispanos y asiáticos. Netflix hizo un true crime sobre él en 2022. Fue el tercer producto más visto en toda la historia de la plataforma. “Hay una línea muy fina entre la denuncia, la visibilización de una violencia, y el regodearse en la violencia o en el victimismo”, resume Lupe de la Vallina.
La explicación psicológica: liberar tensiones y lidiar con emociones
Detrás de los datos que arrojan las plataformas hay también una explicación psicológica, como descubren desde el centro Psicopartner. El auge del true crime se explica por nuestra necesidad de comprender: “Los crímenes, en particular los violentos o inexplicables, representan una desviación extrema del comportamiento social aceptable, lo que despierta un interés lógico y natural en entender las motivaciones y circunstancias que llevan a tales actos”. Por otro lado, la catarsis que producen nos permite experimentar y procesar emociones intensas como el miedo, la ira o la tristeza de una manera controlada y segura, en la historia de otros. “Esto puede ayudar a liberar tensiones y a lidiar con emociones reprimidas”.
Según la teoría del aprendizaje social, las personas aprenden comportamientos y actitudes observando a los demás. “Al ver cómo se resuelven los casos de crímenes y cómo se lleva a los culpables ante la justicia, los espectadores pueden reforzar sus propias creencias sobre la moralidad, la justicia, las convenciones sobre las que viven y las consecuencias de los actos ilegales”, explican desde Psicopartner, donde también destacan la falsa sensación de control.
Las consideraciones éticas y morales merecerían un reportaje aparte. Por ello, mientras no haya límites a esta espectacularización de la violencia, víctimas y familiares se ven expuestas a lidiar con el fenómeno. La madre de Gabriel, Patricia Ramírez, se ha visto obligada a pedir en reiteradas ocasiones que ningún productor utilice el asesinato de su hijo para hacer caja. Habrá que ver si alguien se resiste al asegurado éxito de producir una serie así.