Las cifras son apabullantes: todos los años se quitan la vida cerca de 800.000 personas en el mundo, y los números no decrecen. Hoy en día, el suicidio es una de las primeras causas de muerte en muchos países, sin distinción del nivel de desarrollo que este tenga. Pero las cifras no son exactas, debido a la estigmatización que en muchos lugares tiene este fenómeno, por lo que se maquilla la causa de la muerte, y no figura como muerte por suicidio.
En muchas ocasiones está relacionado con trastornos mentales, suele acontecer en períodos de dolor, de crisis o ruptura. También encontramos grupos primordialmente vulnerables, especialmente las personas de alta exposición a la violencia, a los conflictos, a los abusos, a la discriminación. Analizando las estadísticas fiables, se puede afirmar que casi en todos los países del mundo el número de suicidios masculinos es mucho mayor que el de las mujeres. La tasa promedio de suicidio según sexo, en el periodo de 2017 a 2022, fue de 9.9 hombres por cada 100.000, y de 2.1 mujeres por cada 100.000.
Esta diferencia entre sexos ha sido constante. Es curioso también que suele acontecer en horario diurno: el 74,4 % de los suicidios se produce entre las 8 y las 20 horas. En las zonas rurales la mayor parte de los suicidios se llevan a cabo por la ingestión de plaguicidas y la cifra es tan importante que llega a suponer aproximadamente el 30 % del total de suicidios. Otros métodos habituales de suicidio son el ahorcamiento y las armas de fuego.
La OMS estima que los suicidios se pueden prevenir llevando a cabo medidas que incluyan la restricción del acceso a los medios más comúnmente empleados para quitarse la vida, políticas orientadas a reducir el consumo de alcohol y atención y tratamiento de personas con problemas de salud mental, enfermos crónicos y aquellas que abusan de sustancias.
Un cambio de tendencia: las poetas mujeres
Aunque las cifras nos indican la menor tendencia suicida entre las mujeres, en el ámbito de la poesía encontramos poetas muy relevantes que lamentablemente han terminado sus días quitándose la vida. Ya en la antigüedad griega, nos encontramos con Safo de Lesbos, calificada por Platón como “la décima musa”. Existe una leyenda, inspirada en la propia obra de Safo, donde se cuenta la historia de Faón, un hermoso hombre que enamoró hasta a Afrodita. Siguiendo ese mito, Safo, influida por la diosa, se lanzó al mar con ánimo de abandonar la vida, desde la roca de Léucade, al no ser correspondida por Faón. Esa célebre roca de la isla de Léucade ya tenía fama de territorio común de los enamorados para suicidarse.
Pero también hay otra interpretación de ese pasaje como metáfora de un desengaño amoroso, ya que en sus versos Safo se describe como alguien que ya ha llegado a la madurez, y es “incapaz de amar”. Ovidio hizo muy popular este asunto, transformando a Safo en una de sus Heroídas, como autora de una carta de amor dirigida a Faón. Y es también la única de esas “heroínas” que se ha comprobado que existió verdaderamente. En el siglo XIX, una Safo atormentada por el amor es una figura icónica en la pintura europea, melena al viento, apoyada en la roca.
Este año se cumple el 50 aniversario de la muerte de Anne Sexton, premio Pulitzer 1967, con el anticipador título Live or Die (Vive o muere). Es una de las poetas más imprescindibles de Estados Unidos, perteneciente a la corriente llamada “poesía confesional”. Y es también muy famosa por las memorias escritas por su hija Linda Gray Sexton, Buscando Mercy Street, ajuste de cuentas con el papel de la poeta como madre-arpía, al encontrar su hija las cintas de las sesiones de terapia de su madre, donde afirmaba “escribir es tan importante como mis hijas”, en medio de afirmaciones terribles.
50 años sin Anne Sexton
Pero vamos por el principio. Sexton, nacida en una familia acomodada de Massachusetts, tras sus estudios, se casa en 1948 y vive con su marido hasta el divorcio en 1973. Fruto de esta unión nacen dos hijas: Linda Gray Sexton en 1953 y Joyce Sexton en 1955. Al año de nacer su primera hija, se le diagnostica depresión postparto, sufriendo colapsos nerviosos que la llevaron a ser ingresada en un hospital psiquiátrico. Tras el nacimiento de su segunda hija, sufre otra crisis y vuelve a ser ingresada. Las niñas tuvieron que irse a vivir con los abuelos.
Primer intento de suicidio. Fue su médico quien la anima a escribir poesía, y en poco tiempo comienza a publicar en revistas prestigiosas: New Yorker, Harper’s Magazine o Saturday Review. Escribe un poema muy simbólico, “The Double Image”, sobre las relaciones entre madre e hija. En el taller literario de John Holmes conocerá a Maxine Kumin, otra poeta confesional, gran amiga durante toda su vida; en otro taller conoce a Sylvia Plath, quien también finalizará sus días suicidándose. Su poesía transmite esa angustia emocional que la acompañó toda su vida, y es tal vez una de las primeras poetas que introducen temas inusuales o tabú en la lírica: la drogadicción, el aborto, la menstruación; asuntos que le granjearon muchas polémicas.
En octubre de 1974, tras revisar con su amiga Maxine Kumin las galeradas de su manuscrito The Awful Rowing Toward God (El horrible remar hacia Dios), llegó a su casa, se vistió un abrigo de piel que había pertenecido a su madre, se despojó de sus anillos, y tras beber un vaso de vodka, se encerró en el garaje de su casa, encendiendo el motor de su coche, para suicidarse por inhalación del monóxido de carbono. Una ceremonia terrible para finalizar sus días atormentados.
Otra escritora paradigmática como Virginia Woolf también terminó sus días suicidándose. Toda su vida sufrió de trastorno bipolar. Tras finalizar el manuscrito de su última novela (publicada póstumamente), Entre actos, volvió a recaer en una etapa depresiva, como otras que había sufrido con anterioridad. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa de Londres tras los bombardeos, y el poco reconocimiento que había recibido su último libro publicado, la incapacitaron para seguir escribiendo, que era su motor vital. Un 28 de marzo de 1941, se puso un abrigo, llenando sus bolsillos con piedras, se acercó al río Ouse, como una Ofelia del siglo XX, y se lanzó a sus aguas. No se encontró su cuerpo hasta casi un mes después. Dejó una conmovedora nota de suicidio, dirigida a su marido, que explica su consciencia lúcida de la muerte.
En el ámbito hispánico, nos encontramos con la argentina Alfonsina Storni, considerada una de las voces poéticas más importantes en lengua española de comienzos del siglo XX. Vinculada al Modernismo, tuvo un importante eco nuestras letras. Desafió los convencionalismos a lo largo de su vida, hasta en el modo y manera de enfrentarse a la enfermedad y la muerte. Hija de emigrantes argentinos en Suiza, regresaron a su país cuando Alfonsina tenía cuatro años. Su padre era alcohólico, y al morir, la joven tuvo que ponerse a trabajar en tareas muy modestas. Pero es a partir de 1916, cuando publica su primer poemario, comienza a ser conocida, da recitales en barrios modestos, imparte conferencias y ejerce como maestra en diversos centros educativos. Sus poemas expresan también la enfermedad y reflejan su espera del final de la vida: el dolor y el miedo aparecen con frecuencia, sin dejar de hacer canto a la vida, a la importancia de la naturaleza o el requerimiento del derecho de las mujeres a ser sujetos del deseo, resaltando la necesidad de la conquista de la libertad de elegir su propio destino.
Al ser diagnosticada con un cáncer de mama, sufrió una intervención quirúrgica, pero más adelante, afrontando la enfermedad, entró en una fase depresiva, y quiso descartar cualquier tratamiento médico. Finalmente se suicidó, en Mar del Plata, arrojándose al mar en la escollera del Club Argentino de Mujeres. Para ella fue un acto elegido, de supremo libre albedrío, como lo había referido en un poema que había dedicado a su amante, el escritor Horacio Quiroga, quien también se suicidó. Todos recordamos la zamba Alfonsina y el mar, compuesta con motivo de su muerte.
Marina Tsvetáyeva, una de las poetas más singulares del siglo XX, es un caso extremo de vida concatenada por las desgracias más terribles, que provocaron su suicidio antes de los 49 años. De familia de la alta burguesía de Moscú (su padre fue el fundador del maravilloso Museo Pushkin), la Revolución Rusa fue fatal para su vida: bienes confiscados, su marido oficial del ejército ruso blanco, desaparece temporalmente, y su hija pequeña muere por no tener alimentos. Su obra no fue del gusto de Stalin y del régimen comunista. Tuvo que salir de su país, al exilio: Berlín, Praga y luego a Francia, donde permaneció 14 años, bastante deprimida y desengañada de los compatriotas emigrados. Fue madre de dos hijas, Irina y Ariadna, y de un hijo, Gueorgui. Cuando regresó a la Unión Soviética con su hijo Gueorgui para reunirse con su marido, Serguéi Efrón, quien había regresado a Rusia con su hija Ariadna en 1937, como un responsable del contraespionaje soviético, una serie de purgas del régimen soviético desembocaron en el arresto en 1941 de su marido y su hija, y en el fusilamiento del primero.
Ariadna tuvo que autoacusarse, como era habitual, y fue enviada a un gulag durante ocho años, para terminar siendo arrestada de nuevo en 1949 y enviada al destierro. Hasta 1955 no llegó su “rehabilitación”. Al comenzar la Gran Guerra Patria, con la ocupación nazi, Tsvetáyeva fue desterrada a Yelábuga, Tartaristán, donde finalmente se suicidó en 1941. Su legado poético es de los más hermosos y trágicos del siglo pasado.
La portuguesa Florbela Espanca (1894-1930), precursora del feminismo en nuestro país vecino, al igual que Rosalía de Castro, fue hija de una relación extramatrimonial, de Antónia de Conceição Lobo y del fotógrafo João Maria Espanca, uno de los pioneros que llevó el cinematógrafo al país luso. Espanca se casó tres veces, lo que le supuso un estigma social en la época, tuvo dos abortos espontáneos, y nunca fue madre, circunstancia que la marcó emocionalmente, intentando suicidarse en varias ocasiones; la primera, tras el fallecimiento de su hermano Apeles, teniente de la Marina portuguesa, en un accidente de aviación. La depresión se apoderó de la poeta, de tal manera que se quitó la vida con una sobredosis el mismo día de su cumpleaños, en 1930.
Otras poetas importantes que terminaron sus días suicidándose son la chilena Teresa Wilms Montt, Sylvia Plath, la argentina Alejandra Pizarnik o la mexicana Antonieta Rivas Mercado. De ellas hablaremos más largamente en otro momento.