Francisca Ballesteros era una joven introvertida, criada en Valencia en un entorno humilde y con un padre alcohólico. Abandonó el hogar en cuanto cumplió la mayoría de edad y meses después se casó con Antonio, un funcionario de aduanas con quien compartía vida en Melilla.
La tragedia no tardó en golpear el hogar: su primera hija Florinda fallece con tan sólo 6 meses de edad. Su muerte fue atribuida a un coma diabético. El padre entró en una fuerte depresión. ¡Era un bebé tan deseado! Los amigos y familiares estaban sorprendidos de la entereza de la madre, que logró continuar con su vida como si nada hubiera pasado. Pronto llegó otra hija al matrimonio, Sandra, a la que después siguió un chico, Antonio. La familia estaba completa y vivían sin mayores sobresaltos.
Francisca empezó a introducirse en el mundo de internet. Comenzó a chatear en su ordenador, cada vez más horas al día. Utilizaba el nick Paqui la Fogosa y así conoció a Cesáreo, un joven residente en Canarias. Le ha contado que es viuda y perdió a sus hijos en un terrible accidente de tráfico. Francisca no duda en ir a las islas a conocerle y surge un amor que no podía esperar. Hablan de boda y deciden que ella abandonaría Melilla para vivir junto a él. La familia de Francisca comienza a ser un estorbo para sus planes.
Un maquiavélico plan
Francisca urdió un plan para irse a vivir con su amante a Canarias: deshacerse de su familia, cobrar el seguro de vida y vender la casa. Comenzaría por asesinar a su marido, envenenándolo. Francisca compró pequeñas cantidades de Colme, un medicamento utilizado para tratar el alcoholismo. También adquirió cianina, un veneno letal, casi indetectable y con efectos devastadores en el cuerpo humano. Ataca el sistema nervioso, provoca caída del cabello, vómitos, dolor abdominal y, finalmente, insuficiencia cardíaca.
Paqui la Fogosa comenzó a espolvorear estas sustancias en los platos que ofrecía a su marido. Pronto comienzan los síntomas y Francisca se excusa atribuyéndolo a una reciente fumigación de la vivienda. Insiste en que con sus cuidados estará mejor y le convence para no acudir al médico. Le administra también somníferos para evitar que hable con familiares y pida ayuda. Hasta que consigue su objetivo: Antonio fallece tras semanas de agonía.
Francisca decide seguir adelante con su plan y acabar con Sandra y Antonio, de 13 y 15 años. Seguiría con el mismo modus operandi: había funcionado sin que nadie sospechara nada.
Los hermanos comenzaron a encontrarse mal. Sufrían constantes vómitos. Permanecían en la cama, a ratos inconscientes e incapaces de hablar. Francisca no acudió al hospital y aisló a sus hijos. Logró tejer un entramado de mentiras para evitar que nadie los visitara; un infierno que se prolongó durante meses.
Atrapada por sus errores
Por macabro que sea un plan, un pequeño detalle puede estropearlo todo. Un día Juan, el carnicero del barrio, acudió a la vivienda a cobrar una deuda. Francisca le dice que no ha podido pagarle porque sus hijos están enfermos, y le hace pasar para que compruebe su argumento. La escena que relata el hombre es dantesca: “me encontré a la niña rodeada de excrementos, sin responder, con los labios morados, agonizando”. Juan llamó a una ambulancia. La determinación de la madre en acabar con sus hijos es tal que estando los servicios médicos atendiendo a Sandra, les oculta el estado similar de su otro vástago. La joven es llevada a un hospital con grave insuficiencia respiratoria, cianosis en las extremidades e infestación por hongos. Fallece media hora después; ya era demasiado tarde.
Al día siguiente, su hermano Antonio ingresaba en el hospital con los mismos síntomas. Por suerte los facultativos logran salvarle la vida. Ante la similitud de síntomas entre los hermanos, a Sandra le realizan una autopsia y se ordena exhumar el cadáver del padre de familia. En ambos cuerpos se encontraron restos de las sustancias que habían terminado con su vida.
Francisca es detenida y confiesa haber envenenado a su marido y tres hijos. “Mi familia era un estorbo para empezar mi vida con Cesáreo, mi amor“. Aquel canario al que conoció en internet y que entró en shock cuando la policía le desveló lo que su prometida había sido capaz de hacer. Durante la preparación del juicio se consideró exhumar los cadáveres de los padres y hermanos de Francisca, fallecidos prematuramente. Finalmente se desechó la idea ya que habían transcurridos demasiados años para que el veneno pudiera ser detectado.
El juicio contó con el testimonio de Antonio, el hijo que había logrado salvar la vida. Durante su declaración y la de familiares y amigos, Francisca mantuvo el rostro impasible, sin la más mínima muestra de sentimientos o arrepentimiento. Fue condenada a 84 años de prisión, dejando tras de sí una historia que todavía estremece a quienes la conocen. Sus crímenes son un recordatorio de cómo el mal puede esconderse tras la apariencia de una mujer común. La “envenenadora de Melilla” dejó una huella indeleble en la historia criminal de España.