Desde su inauguración en junio de 2011, Lourdes Moreno es la máxima responsable de programación, contenidos curatoriales, educativos y formativos del Museo Carmen Thyssen, en Málaga. Gestiona el presupuesto y coordina el equipo del área artística. Desde diciembre de 2006 hasta junio de 2011 fue directora-gerente de la Fundación Pablo Ruiz Picasso-Museo Casa Natal, y entre 1990 y 2006 fue responsable de adquisición y formación de la Colección de la Casa Natal. Ha colaborado en el comisariado de exposiciones, publicado artículos, dado conferencias y participado en numerosas publicaciones.
Por la inauguración de la exposición ‘Modernidad latente’ en el Museo Carmen Thyssen, Artículo14 se desplaza hasta Málaga para entrevistar a su directora y desentrañar este periodo, explicado a través de más de sesenta pinturas, procedentes en su mayoría de la Colección Telefónica. Esta exposición relata un episodio del arte español especialmente determinado por el período histórico en que se enmarca. Las promesas de vanguardia anteriores a la guerra civil (1936-1939), alentadas sobre todo por el arte nuevo de los años veinte y treinta, se vieron drásticamente interrumpidas con la instauración del régimen de Franco (1939-1975), entrando la modernidad en un largo período de letargo. Y, pese a todo, una figuración resiliente mantuvo el hilo de la renovación que permitiría, a partir de los años cincuenta, pasadas la posguerra y la autarquía, dar comienzo a otros movimientos innovadores como el informalismo abstracto.
Desde los primeros años del siglo xx los artistas españoles comenzaron a ensayar vías diversas para romper con la tradición decimonónica. Los más intrépidos se marcharon en su juventud a París: allí alumbró Picasso el cubismo —la más revolucionaria e influyente de las vanguardias históricas—, al que dieron un giro trascendental en los años diez Juan Gris y María Blanchard. A lo largo de los veinte, se trasladaron también a París los principales representantes del arte nuevo español (Bores, Cossío, Peinado, Viñes y González de la Serna), que exploraron otras posibilidades plásticas, entre el neocubismo y una figuración lírica. Finalizada la guerra civil, varios exiliados se unirían a esta escisión parisina de la vanguardia española.
Los ecos de los ismos con epicentro en París se fueron filtrando también en quienes se comprometieron con la renovación desde España, que tuvo en los realismos de «vuelta al orden» de los veinte y treinta su manifestación más original. La figuración, como muestra más contundente de aquella modernidad, fue también la opción artística más persistente tras la brecha ocasionada por la guerra. Ambos momentos compartieron a algunos de sus protagonistas (Solana, Vázquez Díaz, Palencia), con los que la figuración renovadora transitó entre dos etapas bien diferentes: inédita, audaz y cosmopolita la prebélica; silenciosa, contenida y ensimismada la que tuvo que adaptarse a un contexto muy poco propicio para la transgresión y aun la mera novedad.
¿Cómo nació la idea de la exposición ‘Modernidad latente’? ¿Hubo un primer deseo de renovación, pero se vio opacado?
Sí, quedó en un segundo plano por la dificultad que suponía, pero se mantuvo mientras convivía con los vanguardistas.
¿Ve un paralelismo con la época actual? ¿Hemos perdido la capacidad de creer en el futuro?
Puede ser, pero no como en esa época. La gran pérdida entonces era la libertad de expresión, que no es algo que falte hoy. Hay límites, pero no tienen nada que ver con los de entonces; de hecho, la libertad de expresión está protegida. Vivimos una época de desesperanza, de pérdida de creencia en un futuro mejor, pero no es una ausencia. Aunque sí se produce una gran paradoja: podemos decir más que nunca pero hay un linchamiento social si vas contra la corriente dominante, y hay grupos de opinión que intentan arrastrar a los demás. Siempre hay “temas de época” que se instalan y deben ser creídos a pies juntillas.
Los artistas eran los encargados de desafiar esos “límites”, de poner en duda las grandes verdades, de generar una pregunta… aun a riesgo de perder su libertad, o incluso su vida.
En el caso de esta exposición, expresan su decepción con el tiempo que les tocó vivir. Realmente cada tiempo histórico atraviesa una gran decepción; en el Barroco, por ejemplo, era la finitud de la vida. Hoy hemos perdido la esperanza, vivimos aquejados por guerras y sin objetivo. El grupo de pintores de inicios del siglo XX luchaban por algo: por la libertad, por poder expresarse, aunque muchos de ellos no pudieron verlo cumplido. ¿Cuál es nuestro objetivo como generación? No lo tenemos claro. Tenemos más información que nunca y quizá precisamente por ello nos sentimos más perdidos que nunca. Es un periodo peligroso.
Dentro de este grupo de artistas, y para ser la época que es, hay una gran representación femenina. ¿A qué se debe?
Ellas trabajaron en dificultad de condiciones. Hubo una mayor libertad en la época de la República, aunque luego acabó mal, pero se creó en 1915 la Residencia de Estudiantes y en 1926, el Lyceum Club. Delhy Tejero perteneció a ambos. Sin embargo, es inexacto decir que se les prohibió a las mujeres pintar. Es cierto que fue una época en la que se pusieron en pie ciertos prototipos y tópicos de la mujer en casa y el hombre proveedor, con lo cual las mujeres lo tuvieron aún más difícil –para una mujer era aún más complicado ir contracorriente–, pero no había ninguna prohibición tácita.
¿Quiénes fueron esas mujeres, cómo lograron saltarse las convenciones de su época? ¿Eran admiradas?
El caso de María Blanchard es particular. Ella se aferró al arte como un medio de supervivencia. Fue muy respetada y defendida por artistas como Jean Messenguer y Lipchitz, que la admiraba mucho, y también por Juan Gris. Pero ella tuvo que moverse en un mundo absolutamente masculino: los años 10 fueron muy duros para las mujeres, si bien en los años 20 comienza un pequeño respiro (quien mejor lo representa quizá es la diseñadora Coco Chanel, que empieza a usar pantalones, se corta el pelo y defiende una nueva feminidad: era moderna, pero incorporaba aspectos masculinos para incorporarse al mundo del trabajo). En el mundo del arte, así como en su vida personal, María Blanchard estuvo muy sola; sin embargo, algunos pintores reputados sí le mostraron su apoyo… el poco que podían darle. Pero dentro de todo su contexto, Blanchard fue excepcional: su creatividad, el hecho de dotar de color al cubismo, su mundo cercano a la abstracción, tan lírico y hermoso… En este aspecto, fue casi la más avanzada del grupo, junto a Lipchitz. Y, por supuesto, una valiente, en el sentido de que estaba ya tan fuera de lo que se esperaba de la vida de una mujer en ese momento, que fue precisamente su arte lo que la ató a la vida.
¿Y el resto de mujeres, como Carmen Laffón, Menchu Gal, Delhy Tejero…?
Son autoras que trabajan, como Juana Francés en el informalismo, en un mundo de hombres, pero que son conscientes de que es un medio en el que saben expresarse, que es algo que necesitan como el aire para vivir. No ha existido en ninguna otra tradición una presencia así.
Hay dos corrientes: una que defiende que por haberlo tenido difícil hay que reivindicarlas más, y otra que cree que tener siempre en la boca a “las mujeres” tiene un punto condescendiente. ¿Cree que sigue siendo necesario “rescatar” los nombres femeninos de la historia del arte?
Desde luego. Hay que destacar sobre todo su valentía, porque en ese tiempo fueron creadoras sin apoyo de nadie. Hoy, en cambio, podemos decir que hay apoyos, e incluso que la sociedad tiene una mirada más abierta e inclusiva, y en algunos aspectos puede incluso favorecerte ser mujer. Creo que lo mejor es un equilibrio: comprender que en el pasado no se apoyaba a las mujeres en ciertas tareas porque se consideraba que su papel en la sociedad era el doméstico, el cuidado del hogar y la crianza de los hijos, y eso ha sido así hasta el siglo XX; y a la vez, hubo otras mujeres en el mundo del arte que en el pasado, incluso en el Barroco, se incorporaron al arte, aunque en la mayoría de los casos era porque sus familias tenían talleres (y eran comprensivas con su sensibilidad). Así, sin apoyo de la época, han entrado algunas pintoras en la historia del arte universal. En la actualidad, y desde mi visión personal, esa forma de “proteger” no ayuda a las mujeres; tenemos que reclamar una verdadera igualdad, una capacidad para desarrollar nuestras aptitudes en igualdad de condiciones. Queremos tener todas las posibilidades y todos los medios en nuestras manos, y desde ahí, destacar si hay una aportación especial. El mero hecho de ser mujer no debería ser un valor diferenciador; nos hacen un flaco favor.
“Tenemos que reclamar una verdadera igualdad, una capacidad para desarrollar nuestras aptitudes en igualdad de condiciones”
¿Entonces acabamos con las exposiciones centradas en mujeres?
Si el único factor por el que son seleccionadas es su género, entonces no le veo el valor. En París hubo una exposición sobre mujeres que estudiaron en la Academia, pero ¿alguna aportó algo novedoso, alguna tuvo un valor en sí misma? No pasa nada, es verdad que ha habido épocas (muchas) en las que no había mujeres en el mundo del arte. Y a la vez, también es verdad que las mujeres han vivido a la sombra de “los genios”, una palabra muy vinculada al mundo masculino. Hemos vivido bajo esa sombra, pero ¿quién ha epatado a Miguel Ángel Buonarroti en todos estos siglos? Contar historias de mujeres sí, pero siempre y cuando hayan aportado algo interesante en su disciplina.
¿Cómo ha vivido y vive usted ser una de las pocas mujeres al frente de una institución museística?
No es común que haya una mujer al frente de un museo. Creo que es un tema de educación, al que se suma que las mujeres tenemos que llevar a cabo el trabajo doméstico a la vez que nos desarrollamos profesionalmente. Eso para mí es lo más difícil, pero creo que las nuevas generaciones están alcanzando, poco a poco, la plena igualdad. Dicho esto, creo que hay menos mujeres en puestos de responsabilidad porque no renuncian a su maternidad. En mi caso siempre he sido libre, nadie me ha perseguido ni nadie me ha obligado a nada, y he podido desarrollar mi maternidad como yo he querido, aunque haciendo sacrificios que los hombres no han tenido que hacer. Creo que es un tema de libertad individual. Ser madre también es un privilegio, y yo lo he ejercido con muchísimo orgullo. Es, probablemente, lo mejor que he hecho en mi vida.
¿Cuál cree que es el valor diferencial de tener a una mujer al frente de un museo?
Las mujeres tienen muchos valores que aportar al trabajo; el más importante, en mi opinión, es el de la gestión de equipos. Las mujeres, en general, tienen cierta manera de gestionar equipos humanos donde la empatía tiene mucho mayor peso. La empatía es la clave del liderazgo: la escucha, la comprensión, la ayuda, el acompañamiento. Puede ser por naturaleza, por educación, por función social… Pero hay algo innato, que nace de la naturaleza.
Y detrás de una institución como el Museo Carmen Thyssen está, precisamente, la Baronesa Thyssen, Carmen Cervera, una mujer cuya presencia, gusto y criterio son incontestables en el mundo del arte.
Ella tiene un gran valor, tengo mucha suerte de tenerla cerca. Sobre todo, Carmen Cervera tiene una gran fortaleza, es un ser humano excepcionalmente fuerte. Ha sabido conducir su vida hacia el objetivo que ella se había marcado. Es muy habilidosa y muy inteligente, además de tener grandes capacidades sociales. Parece que su vida es fácil, pero no es fácil ser quien es: tiene una gran responsabilidad, es muy trabajadora y debe mantener todo el significado de su apellido, algo de lo que ella es muy consciente; mantenerlo y, a la vez, seguir construyéndolo, para lo que necesita una gran fortaleza, humana y mental. Eso es muy admirable.
¿Cuánto se implica ella en el devenir del museo?
En los primeros años se implicaba a diario, y ahora seguimos despachando, aunque con mayor flexibilidad. Ella es consciente de la programación del museo, opina y después se lleva al patronato del museo. Yo he aprendido muchísimo de ella, soy muy afortunada. A pesar de todos los aranceles de entrada, ella está donde está; tampoco podemos pretender revertir una tendencia que se lleva dando siglos en una década. Es muy soberbio. Hay que darle tiempo a la sociedad para que avance, y va a suceder.