Black Mirror siempre ha jugado con las percepciones. Ha retorcido la tecnología, la identidad, la moral, el tiempo, incluso el propio espectador. Pero la séptima temporada, ya disponible en Netflix, ha dado un paso más allá. Ahora no solo se juega con los personajes, sino también con nosotros. El segundo episodio de esta nueva tanda de capítulos, titulado Bête Noire, esconde un truco tan inquietante como brillante. Y no, no lo imaginarás si no lo has vivido por ti mismo.
El efecto Mandela en ‘Black Mirror’
Desde su estreno, los fans de Black Mirror comenzaron a advertir algo insólito. Detalles fundamentales de la trama de Bête Noire no coincidían entre espectadores. Como si dos personas hubieran visto versiones distintas del mismo relato. La discusión se propagó por redes sociales, comparaciones de capturas de pantalla incluidas.
Algunos pensaban que se trataba de un error técnico. Otros, que estaban sufriendo un déjà vu colectivo. La verdad es más desconcertante: Netflix reproduce al azar dos versiones distintas de ese mismo episodio de Black Mirror, sin previo aviso.
Esta decisión creativa ha llevado la premisa del capítulo mucho más allá de la pantalla. Porque lo que le ocurre a María, la protagonista, empieza a suceder también a quienes la ven. La ficción invade la realidad en una estrategia deliberada de confusión.
Un episodio que cuestiona la memoria
En el universo de Black Mirror, nada es lo que parece. Y Bête Noire no es la excepción. La historia comienza de forma aparentemente anodina. María, una empleada ejemplar, ve cómo su vida se tambalea con la llegada de una antigua compañera de instituto a su empresa. Esta nueva presencia parece detectar conductas extrañas en María que nadie más percibe. Muy pronto, el papel de “rara” empieza a girar. Y la protagonista comienza a cuestionar su propia percepción del mundo.
Uno de los momentos clave gira en torno al nombre de una hamburguesería donde trabajaba la exnovia de María. Mientras ella recuerda perfectamente que el local se llamaba Barnies, todo a su alrededor —desde los buscadores hasta sus compañeros— insiste en que era Bernies. La diferencia parece mínima, pero encierra una grieta profunda en la narrativa personal de María. ¿Y si estuviera equivocada? ¿Y si su recuerdo no es más que un eco defectuoso?

Aquí es donde Black Mirror se convierte en algo más que una serie. En la primera escena del episodio —un plano aparentemente inocente de una gorra en una estantería— se encuentra la clave. Esa gorra lleva bordado el nombre del restaurante: Barnies o Bernies, según la versión que veas. Pero Netflix no ofrece ninguna pista al espectador. Simplemente lanza una u otra versión al azar. No hay elección, ni botón interactivo como en Bandersnatch. Solo el caos.
De este modo, cada espectador experimenta la historia desde una verdad diferente. Y si después conversa con alguien más que haya visto el mismo episodio de Black Mirror, el desconcierto está servido. Porque la escena inicial —la que debería resolver la duda de María— se ha convertido en un espejo roto de la propia memoria colectiva.