María Meneses, la voz que dio nombre a una generación con Tenía tanto que darte, ha vuelto a emerger. Pero no lo ha hecho con fuegos artificiales ni frases grandilocuentes: ha vuelto envuelta en una escafandra. Su séptimo álbum de estudio, titulado precisamente así —La Escafandra—, es mucho más que un compendio de canciones sobre el amor. Es un manifiesto emocional. Un ejercicio de honestidad brutal sobre la búsqueda de sentido en el caos romántico, sobre los naufragios sentimentales que aún duelen cuando ya ha pasado la tormenta. Y, sobre todo, sobre cómo uno puede aprender a respirar en lo hondo.
María sabe bien de qué habla. Durante años se sostuvo sobre un frágil equilibrio: éxito abrumador a los veinte, una voz dulce que sonaba en todas partes, mientras por dentro crecía una sombra hecha de drogas, de alcohol, de una impostura que no la dejaba reconocerse. Llegó a creerse mentira. Llegó a pensar que todo era una fachada que podía venirse abajo en cualquier momento. Y sin embargo, aquí está. Vuelve con un disco que se parece mucho a una confesión y a una liberación, en partes iguales.
La Escafandra es un mapa sentimental, una narrativa en vinilo que recorre todas las fases del amor romántico: la idealización, el deseo, la decepción, la torpeza, la rendición. Pero también es una declaración de principios: María Meneses ya no canta para gustar, ni para cumplir expectativas, ni para encajar. Canta para contar. Canta para liberarse. Y en ese gesto, profundamente humano, encuentra su nueva fuerza.
Quizá el viaje más profundo no sea el que se hace hacia fuera, sino el que te obliga a mirar al fondo, al lugar exacto donde ya no puedes fingir. Y allí abajo, donde el amor se confunde con la soledad y la memoria, canta Nena Daconte.

Acabas de lanzar Escafandra, tu séptimo álbum de estudio. ¿Qué vamos a encontrar en él?
Es mi último disco, y le puse el título para hacer una especie de metáfora entre esa coraza que nos ponemos para que no nos hagan daño, que nos protege… pero no nos deja respirar. Cuando de pronto nos enamoramos de alguien, en el fondo lo que queremos es que nos rescaten de las profundidades en las que estemos, nos rompan la coraza y nos hagan vulnerables. Buscamos a alguien que nos provoque un sentimiento tan fuerte que nos haga tirarnos al abismo sin pensar.
¿Realmente estamos deseando que “nos rompan la escafandra”?
Por un lado no queremos que nos rompa nadie los esquemas ni nos desordene la vida, pero existe esa contradicción. Al final ese amor tan impulsivo, ese enamoramiento tan adolescente, que nos rompe los cimientos y nos trae el caos a la vida… también lo queremos.
¿Reivindicas el amor como lo que nos mueve y nos hace mejores, como punto de salvación?
Yo diferenciaría entre el amor romántico, pasional, y el amor más profundo, más duradero, que yo, por ejemplo, he encontrado en mis hijos, en mi familia más nuclear, en mis amigos. Ahí sí yo encuentro más fácil desarrollar ese amor sanador. El otro es una montaña rusa, algo que te descoloca y te lleva a la locura.
En el disco, de hecho, relatas las diferentes etapas del amor. ¿Por qué has decidido estructurarlo así?
Me di cuenta de que estaba contando una historia cronológicamente: conforme iban pasando las cosas, me iban saliendo las canciones.
Entonces me di cuenta de que había una fase de idealización, en la que piensas que la otra persona es perfecta, se amolda completamente a tus ideales. Pero de pronto caes en la realidad y te das cuenta de que esa persona no tiene nada que ver con lo que tú anhelas en el fondo. Ahí es cuando le das la vuelta al vinilo, literal y metafóricamente: a nivel artístico quise que unas canciones estuvieran en un lado del vinilo y otras en el otro, porque son los dos tipos de amor. El cambio se produce a partir de Sueño, la colaboración con Iván Ferreiro: ahí me doy cuenta de que es un amor imposible.
¿La colaboración con Iván Ferreiro en Sueño representa ese amor más realista, menos idealizado?
Iván para mí es un poeta urbano, sarcástico, con un punto de de realidad, ¿no? que nos pone los pies en la tierra. Igual que el último disco de Leiva, que me ha gustado mucho, y que creo que refleja una visión más masculina. En cambio, yo me veo más soñadora.
¿Crees que las mujeres somos más soñadoras?
No, no las mujeres en general, sino yo en particular. Creo que depende de la personalidad de cada uno. También hay muchos hombres que son muy soñadores y algunos que viven en su mundo de fantasía. A mí en general me cuesta encontrar hombres más sensibles. De cada diez hombres, a lo mejor hay dos que tienen desarrollada su sensibilidad femenina, su energía femenina. El resto me da la sensación de que son bastante arcaicos. Son como muy físicos también; nosotras lo somos, pero ellos buscan mucha inmediatez y nosotras buscamos algo más, aunque sea solo una noche. Buscamos un tipo de conexión diferente. Aunque no se puede generalizar, pero el hombre de mi disco sí que es muy arcaico, busca sólo lo físico y al final, en la última canción, yo me doy cuenta, y escribo con ironía Discúlpeme, señor, en la que canto: “Se te está cayendo todo el rato una expectativa del pantalón”.
¿Crees que los artistas, por su trabajo, por dedicarse al arte, sí han desarrollado esa sensibilidad, esa introspección? ¿O es una “trampa”?
Creo que es verdad que el artista tiene una mayor sensibilidad. A mí me gustan los eneatipos de la personalidad, y los artistas artistas somos el cuatro, que tiene el defecto de autoanalizarse constantemente. Al cabo de, yo qué sé, 40 años autoanalizándote, pues vas llegando a a conclusiones cada vez más certeras. Pero también conforme vas avanzando en la vida, cada vez hay menos etiquetas. La vida son etapas.
Tú te has reinventado en múltiples ocasiones. ¿Crees que cada etapa tiene su inicio y su fin, su cierre de ciclo?
Sí que es verdad que yo tengo esa contradicción: yo hago música por necesidad de expresarme, pero a la vez es mi trabajo. En ese sentido voy evolucionando porque hay cosas que me aburren, y no me refiero a Tenía tanto que darte o a En qué estrella estará. Ahora mismo estoy preparando el directo de este año y quería darle una vuelta a los arreglos de los temas, porque después de haber estado haciendo las mismas canciones toda la vida, quiero que todo el mundo se lo vuelva a pasar bien en el escenario, pero a la vez imprimes lo que estás escuchando, que es actual, en tu show. No me gustaría quedarme encasillada toda la vida en el pop rock de los 90. Quiero evolucionar. No soy la Nena Daconte de los 2000.
De hecho, tú lo has pasado fatal sobre el escenario. ¿Cómo afrontas ahora la vuelta a los directos?
He pasado de pasarlo fatal a trabajarlo por encima de todas las cosas, con mucha obsesión. Ahora solo me lo quiero pasar bien. He aprendido a meditar, y cuando vienen pensamientos intrusivos por lo menos soy capaz de ser consciente de que están ahí y dejarlos pasar. Ahora los controlo bastante y en el escenario intento disfrutar, o sea, jugar. Un amigo me dijo: “Dentro de 100 años, todos los que estamos aquí estaremos muertos”. Esta frase me ayuda mucho: nada es tan importante, nada es tan relevante. No importa meter la pata, da igual. Y si no le gusta Nena Daconte a la gente, qué vamos a hacer. Yo voy a la discoteca a pasarlo bien, no voy a que me vean.
¿Crees que conectamos con un artista cuando es auténtico, o es una etiqueta que también pesa? ¿A ti te pesa esa exigencia de autenticidad?
A ti te gusta un artista no porque el sonido esté perfecto o porque no se equivoque en nada. Hacer un disco es algo más reflexivo, más interior, porque además la gente lo suele escuchar a solas: es más introspectivo. En cambio, el concierto es un momento de ocio para que todos nos unamos a través de la música y lo pasemos bien una hora. Eso me quita mucha presión. Todos queremos que vengan a nuestro cumpleaños y se lo pasen bien…
¿Tú has sentido más presión por el público, por las expectativas, o por ti misma?
Creo que por mí misma. Cuando eres muy autoexigente y muy perfeccionista, te machacas mucho porque quieres ser perfecta. Y cuando saqué mi disco anterior, lo titulé Casi perfecto porque por fin había llegado a la conclusión de que no tenía que esperar a a ser perfecta para quererme, que podía quererme aunque fuera solo casi perfecta. Y eso es una liberación. Equivocarse tampoco es tan grave. Y cuando te quitas ese peso, joder, se te libera todo el cuerpo.
¿Te ha pesado mucho la imagen que la gente tenía de ti? ¿El hecho de ser tan querida en España?
Es horrible. Es de las cosas que peor llevaba porque como yo me conozco muy bien, me conozco todos mis luces y todas mis sombras –sobre todo las sombras que la gente normalmente no ve–, me sentía una impostora. Sobre todo al principio cuando empecé a ser más popular, de pronto yo misma quería cumplir las expectativas de todo el mundo. Y la gente tendía a pensar que yo era muy buena, y yo quería estar a la altura, quería mostrar esa faceta de mí. Lo intentaba a toda costa. ¡Pero es que yo no soy eso! Yo soy un montón de contradicciones y un montón de oscuridades y un montón de cosas que no tengo por qué contarle a la gente. Porque tenga una voz dulce, no significa que sea dulce.
Dices que ya eres “mayor”, que ya no puedes competir con las artistas jóvenes de 20 y 25 años. ¿Esto es un peso también?
Desde luego. Aunque no tengo ni idea, porque yo por dentro me siento como si tuviera todavía 15 o 16 años. Es difícil ir cuadrando la imagen exterior o lo que se supone que debe ser tu papel en el mundo con cómo tú te sientes por dentro. Ahora estoy trabajando mucho la voz: ¿qué voz tiene la persona que soy? A veces te acostumbras a a poner una voz o a tener una voz para gustar a los demás, aunque sea inconscientemente.
De hecho, en Estados Unidos se puso de moda la ‘fundy baby voice’, la voz dulce que performan las mujeres para que los hombres sientan que pueden y deben protegerlas.
Pues es que aunque yo tengo una voz dulce, soy todo lo contrario. Tengo un carácter horrible. Y tras mi separación, no quiero estar ya con nadie, nunca más en mi vida. No me gusta nada hacer las cosas que se supone que tengo que hacer. Yo soy muy cuidadora, pero si me sale a mí, no porque tú esperes que yo vaya a cuidarte. Lo odio.
¿Sigues sintiendo la presión y las exigencias de la juventud y la belleza?
Sí, las exigencias de juventud, de belleza, de esa perfección de la que hablábamos antes —que abarca muchas cosas, pero también la física— están muy presentes. En el pop hay mucho juego de seducción; puedes acercarte más al público, independientemente de tu edad, si eres capaz de gustarte a ti misma. Eso se proyecta. Pero es difícil, porque la sociedad impone un canon de belleza donde la edad no existe. Para el hombre, en cambio, sí: la barba, las canas… parece que los hace más atractivos. En cambio, una mujer envejece y es como: “Te has hecho vieja, chao”. Está ese dicho de “la gallina vieja da buen caldo”, pero incluso eso tiene un matiz peyorativo, siempre desde una mirada masculina, de objeto. Yo intento trabajarlo desde ahí: gustarme, quererme a mí misma. Es lo único que realmente puedo hacer.
También has hablado de la conciliación y de cómo cambió tu vida con la maternidad. ¿Sigues encontrando muchas diferencias entre hombres y mujeres?
Sí, y creo que ahí entra también un aspecto cultural. Algunos me han discutido si no era biológico, pero yo creo que es cultural que una mujer sienta culpa por dejar a su bebé en la guardería con cuatro meses. Aunque es verdad que el cuerpo te pide estar con él todo el rato, el hombre normalmente no experimenta ese mismo remordimiento. Claro que hay casos distintos: tengo amigas cuyos compañeros son los más implicados, los que más cambian pañales y se encargan de todo. Pero lo habitual es que el hombre se desentienda un poco. Durante mi segundo embarazo, por ejemplo, engordé muchísimo y me veía al espejo diciendo: “Qué guapa estoy”. Me veía fenomenal. Luego, al dar a luz, todo eso bajó de golpe y pensaba: “Pero, alma de cántaro…”. Me gusta comer, y vivimos en una época donde muchas modelos están anoréxicas. Nosotras tenemos eso dentro, y en cuanto comes un poco más, ya te estás machacando. Yo al final intento equilibrar: como lo que me gusta y hago deporte, pero sin obsesionarme. Hay veces que me veo más gordita, pero ya no pienso en los términos de los años 90 o 2000, cuando había que estar esquelética. Soy feliz. Y me parece de lo más positivo que ahora se visibilicen diferentes tipos de cuerpos de mujer como cuerpos deseables. Cuerpos, experiencias… eso sí que es importante.
El último siempre es el mejor disco de un artista, pero ¿por qué La Escafandra es tu mejor disco?
Porque es mi disco más poético y más consciente. En los anteriores, juntaba canciones que había ido escribiendo, sin un hilo conductor claro. Pero en este caso estaba completamente obsesionada con un tema concreto. Ni siquiera pensaba sacar un disco con esas canciones. Hace nueve meses le dije a Sergio, mi productor: “Yo creo que este disco no lo vamos a sacar”. Y él se quedó a cuadros. Pero me parecía muy personal, son mis cosas. ¿Cómo explico esto luego?. Pensé en escribir en tercera persona para tomar distancia, como si eso ayudara. Pero no nos engañemos… Aun así, eso también es bonito: imaginar cuánto de uno mismo hay en cada canción. Y sí, muchos artistas hablan de sí mismos el 90 % de las veces. Y está bien que sea así.