Crítica

‘Nadie quiere esto’: Cuando ya basta con mostrar a un hombre decente

Netflix nos sumerge en una tierna, inteligente y madura comedia romántica titulada 'Nadie quiere esto'. ¿O quizás sí?

Nadie quiere esto en Netflix - Cultura
Fotograma de la serie 'Nadie quiere esto' protagonizada por Kristen Bell y Adam Brody Netflix

Nadie quiere esto es una magnífica comedia romántica que apunta a clásico del género. Sólo me da algo de pena que parte de su sensacional éxito esté relacionado con algo tan prosaico como presentar a un personaje masculino medio decente en el mismo planeta en el que Dominique Pélicot y sus amigos se dan codazos cómplices de camino al juzgado.

No hablamos de la típica Peli de Tarde en la que una joven profesional de Nueva York tiene un accidente en una otoñal Connecticut para que un mecánico local le enseñe todo lo que se ha perdido en la vida y se pierda en su frondosidad pectoral. Hablamos de una serie fantástica con alma y algo que decir que cuenta como protagonista con Kristen Bell, una de mis actrices favoritas. Casi por problemas de agenda generacional me perdí Verónica Mars, pero protagonizó una de mis series preferidas de los últimos años (The Good Place), y tiene un personaje fundamental en mi comedia romántica predilecta (Forgetting Sarah Marshall o Paso de ti).

Sin embargo, no engaño a nadie si digo que el éxito masivo de la serie se debe a recuperar a un Adam Brody cuarentón. Es un actor que ha trabajado mucho —incluso llevó traje de superhéroe en Shazam—, pero que no ha tenido grandísimos éxitos desde que enamoró a millones de mujeres, incluidas la mía, por su papel protagonista en The OC. Su Seth Cohen era, por encima de todo, un buen tipo. Y en Nadie quiere esto su principal atractivo no es sólo que sea un rabino cañón, sino que mantiene esa marca característica de tipo decente y nada tóxico.

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Lo del rabino es fundamental, dado que la historia no deja de ser la reescritura de la vida de Erin Foster, la creadora de la serie, que vivió una situación parecida. Puede ser un poco complicado para algunos espectadores que miramos con preocupación a la situación en Oriente Próximo, pero si nos lo hubiesen planteado exactamente igual hace una década probablemente no habríamos torcido el gesto. Y, por supuesto, es algo que no se plantea en la serie. De hecho, apenas se habla de cosas como el judaísmo reformista de Abraham Geiger. No es el tema principal, si bien recurre a tópicos de la ficción como la resistencia de la mujer judía a la afición de los hombres por las shiksas. Si os interesa este tema en particular, no os perdáis este artículo de Jessica Grose al respecto en el NYT.

Foster nos presenta a Joanne, una presentadora de podcast que, junto con su hermana Morgan, tiene un cierto éxito profesional como influencer picantona que habla de sus relaciones, y que espera ser adquirida por una gran plataforma. Por otro lado tenemos a Noah, un rabino recién separado que busca un amor algo más genuino.

El hombre perfecto

Si la serie ha sido un éxito es porque nos presenta a un hombre que es perfecto no porque tenga tremendos abdominales, dos lambos y un monedero a reventar. Entiendo que a muchas mujeres les parece perfecto porque es capaz de aceptar al personaje de Joanne sin preocuparse por su trabajo, por sus relaciones anteriores, por el hecho de que haya hablado en público de las mismas o por nada, en realidad. Tiene seguridad en sí mismo, apego saludable y, más allá de que le convendría convertir a Joanne al judaísmo para que encajase mejor en su vida, no tiene muchas pegas.

Es una serie en la que el protagonista masculino tiene dudas y conflictos, con un arco y una evolución personal. Pero todo en él tiene que ver con la tolerancia, la paciencia, la templanza… Desde el principio tenemos claro que está completamente a bordo con la idea de pasar el resto de su vida con una mujer mucho más complicada, inteligente y con tanto pasado como futuro.

Póster de Nadie quiere esto - Cultura

El póster oficial de la serie ‘Nadie quiere esto’ | Netflix

En una entrevista concedida a The Wrap, la propia Foster señalaba: “Somos una generación de mujeres fuertes que a veces somos duras por fuera pero que estamos divididas y nos preguntamos si somos demasiado o deberíamos ser menos. Nos han dicho que tenemos que elegir entre un alfa tóxico o un beta saludable, pero no nos gustan esas dos alternativas. Cuando empecé con mi marido me asusté. Estaba tan nerviosa por estar con un tipo decente que pensaba que no sería capaz de manejarme. Y en lugar de hacer todo lo que otros habían hecho cuando me he asustado, su instinto fue permanecer fuerte y seguro de sí mismo y decir: ‘Tienes que parar. No voy a ninguna parte. Sé lo que estás haciendo pero no tiene nada que ver conmigo’. Nunca me habían agitado así, nunca me habían dejado esta asustada. Se me permitía estar nerviosa, e incluso dudar de mi relación, y la persona que tenía a mi lado iba a seguir estando ahí para mí. No sabía si alguien más iba a sentirse atraída por algo así, o querer algo así, pero fue un momento realmente importante para mí”.

Esto podría hacer que la serie fuese un poco plana, de no ser porque tiene a Justine Lupe soberbia en el papel de Morgan —lo que no deja de ser muy gracioso, dado que en The Marvelous Ms. Maisel era ella la conversa— y a Timothy Simons como Sasha, el hermano de Noah. Puntos para los dos, pero reconozco que echaba mucho de menos a Simons desde el final de Veep. Y su improbable amistad, rozando el fuera de juego, le da algo de morbo a la historia. Especialmente porque no puedo evitar que me caiga bien la mujer de Sasha, Esther (Jackie Tohn, que estaba genial en Glow).

Hace unos días, mi hija me dijo que había estado haciendo un ciclo de películas del género, empezando con Mean Girls y Clueless. Me dijo algo curioso: “Papá, es que tú me pones series y pelis buenísimas, pero te has dejado otro tipo de películas buenísimas que no son buenísimas, no sé si me explico”. Se explicó tanto que le mandaré esta reseña. Porque si hay un título injusto, visto su éxito, es Nadie quiere esto.

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