‘Nada’, de Carmen Laforet, un clásico instantáneo también para el teatro

El Teatro María Guerrero de Madrid recibe esta representación de la gran novela con la que la escritora ganó el Premio Nadal

Nada es una apuesta tan arriesgada sobre papel como acertada en su ejecución. El Teatro María Guerrero de Madrid recibe esta representación de tres horas de la primera gran novela de Carmen Laforet (Premio Nadal, 1994), con adaptación de Joan Yago y dirección de Beatriz Jaén.

Andrea (Júlia Roch) llega a Barcelona tras la guerra civil, dispuesta a comerse el mundo con una mirada esperanzadora e idealista y una personalidad reservada. Nada más llegar a la casa familiar en la calle Aribau su mundo se descoloca con el desorden, el mobiliario antiguo y, sobre todo, el caos personal de unas relaciones turbulentas que sobrevienen a la ilusión de la joven.

Para empezar, la tía Angustias (Carmen Barrantes) rápidamente aclara que es responsable de su educación, marcada por la importancia de la disciplina y las formas y por guardar las apariencias. Con ella, sus tíos: Román (Peter Vives), atractivo y misterioso como la promesa de la vida soñada en Barcelona; y Juan (Manuel Minaya) y su mujer, Gloria (Laura Ferrer), sumidos en una relación marcadamente violenta y depresiva a pesar de su hijo bebé y del cuidado de la abuela (Amparo Pamplona).

Con estos mimbres, Andrea comienza a tejer una nueva vida que la lleva a desenmarañar su historia familiar cargada de dramas, traumas, complicaciones y algunos –pocos, muy pocos– momentos de ternura o felicidad. A su vez, vamos descubriendo con ella un mundo más amplio, de posibilidades, a través del entorno universitario, con el valor de la amistad, la lealtad y una esperanza compartida. Un binomio de entornos que crece, que la hacen crecer y que dialogan desde una aparente lejanía.

La adaptación asume riesgos de manera inteligente. La escenografía, efectiva, se compone de diferentes entornos superpuestos: en una esquina del escenario, el salón de la casa y una habitación; en la otra, el ambiente de clase o amistad de la universidad. Esta superposición se muestra también en la acción, de modo que a menudo cuando el peso se traslada a uno de los ambientes, la actividad se mantiene viva, en segundo plano, en el otro. Una narración visual novelesca, que no descuida las páginas que ya han pasado en el relato.

Lo mismo ocurre con la narración, socorrida y necesaria en una adaptación tan complicada. La propia voz de Andrea marca el relato de lo que sucede, de lo que piensa, de lo que siente. A su vez, esto obliga a que el espectador no caiga en un pensamiento omnisciente y favorece a esta postura: es su historia, su voz, y lo que ocurre es únicamente lo que ella ve: no conocemos nada antes que ella ni después.

La obra da un espacio privilegiado a diferentes temas como el drama de la época de posguerra, en la que la protagonista es víctima del hambre durante jornadas y, a la vez, testigo de las carencias y traumas a su alrededor. También sucede con el clasismo, muy marcado en un entorno en el que Andrea podría encajar (y a menudo encaja) a nivel intelectual con sus amistades, Ena (Julia Rubio) o Pons (Pau Escobar), pero en el que el estigma de la diferencia de clase pervive como una losa psicológica y, en ocasiones, tangible.

De fondo, junto a estas problemáticas, un ambiente asfixiante de violencia machista particularmente personificado en la figura de Juan a nivel físico, de Román a nivel psicológico y de Angustias en su educación.

Las interpretaciones son magníficas, con especial mención a Carmen Barrantes, evocadora e íntima, a una divertida Amparo Pamplona y a la encomiable complicidad violenta entre Manuel Minaya y Peter Vives.

A nivel global, en una propuesta muy armónica, que no se alarga a pesar de su duración y en la que todo funciona con lógica y mesura, la decisión de incorporar ocasionalmente una serie de proyecciones constituye el punto más débil. Las imágenes, que no terminan de aportar nada ni contribuyen al conjunto, desvían la atención de lo que es (por lo demás) una representación redonda.

En definitiva, Nada es un trabajo notable con un resultado apasionante, que nos deja sólo dos penas que lamentar: la primera es que ojalá estuviera más tiempo en cartel –o volver a las tablas tarde o temprano– para que la puedan disfrutar más espectadores, la segunda es que Carmen Laforet no pueda disfrutar con nosotros de este homenaje.

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