Todos los expertos, las estadísticas y estudios de los últimos años coinciden en que el género de crimen real es el favorito hoy de las mujeres. Ya sea en formato libro, revista o programa de televisión, en documental, reportaje, podcast o serie, las historias de auténticos crímenes y criminales, generalmente varones y, más todavía, si se trata de asesinos sexuales, psicópatas y violadores, arrastran en al menos un setenta por ciento más a lectoras y espectadoras que a sus contrapartidas masculinas. Yo mismo, tras la publicación de mi libro Pyschokillers. Anatomía del asesino en serie (Temas de hoy, 1998), tuve ocasión de comprobarlo. Psicólogos y sociólogos ofrecen varias explicaciones que, la verdad, resultan bastante de sentido común.
Por un lado, como apunta la historiadora Rebeca Martín en el prólogo de su estupendo libro Crímenes pregonados (Contraseña, 2024), dedicado a las “causas célebres” españolas de los siglos XVIII y XIX, es decir, el directo antecedente del actual true crime: “La atracción por las historias de crímenes es tan antigua como la noción misma de crimen y como el gusto por contar y disfrutar de los relatos orales”.
Entre otros motivos de fascinación, Martín añade el “…placer que nos proporcionan las narraciones dramáticas y de suspense que tienen el aliciente de la facticidad, pero con las que al mismo tiempo sentimos el alivio de sentirnos a salvo”. O sea: menos mal que no soy yo. Pero también “… el consuelo que proporciona compartir un «oscuro conocimiento» sobre la violencia que se nos ha infligido o han sufrido las personas a las que queremos.”
La naturaleza empática
Todo esto, que puede aplicarse no sólo a las mujeres, el criminólogo Scott Bonn lo lleva al terreno del sexo femenino tras constatar que el 80% de quienes asisten a sus seminarios y conferencias sobre asesinos en serie pertenecen al mismo, destacando que todas las “fuerzas contradictorias que pone en juego el universo del crimen real atraen especialmente a las mujeres debido a su naturaleza empática”. Una empatía que se aplica no solo a las víctimas, tantas veces también mujeres, sino a los victimarios. Es bien conocido el fenómeno de las mujeres que se escriben con asesinos encarcelados, llegando a contraer matrimonio con ellos.
Este “ellos” incluye personajes como el necrófilo, caníbal y violador Ted Bundy; Richard Ramírez, asesino en serie y agresor sexual conocido como El Acosador Nocturno; Kenneth Bianchi y Angelo Buono Jr., los Estranguladores de Hillside; y el mismísimo Charles Manson. Todos se casaron estando encerrados de por vida o condenados a muerte, con mujeres que les escribían y visitaban en prisión, que conocían sus crímenes y aún así, presas de lo que los psicólogos denominan hybristophilia, se sintieron atraídas sexual y sentimentalmente por ellos no a pesar de sus hazañas criminales, sino precisamente por ellas.
Unas, pensando en redimirlos; otras, para convertirse en famosas; algunas por instinto maternal y hasta por la seguridad de una pareja fiel tras las rejas. Pero no nos engañemos, también por simpatía por el diablo: Tracey Bottomley, casada con el asesino en serie Ernest Otto Smith, reconocía que podía llegar el día en que él la matara, pero, añadía, “de algo hay que morir” y prefiere que sea entre sus manos. Una buena amiga se escribió durante años con el malogrado Michael Alig —véase Party Monster (2003)—, asesino convicto del camello neoyorquino Angel Melendez, porque sus cartas eran divertidas e inteligentes. Aunque existen hombres que se casan con mujeres encarceladas por asesinato, ocurre en menos ocasiones.
Cierta pulsión sadomasoquista
Naturalmente, hay un mundo entre la pasión por el “crimen real” en cine, series, libros o Internet, y llegar al extremo de cortejar a un auténtico asesino. Pero ambos aspectos comparten rasgos que, según afirma el citado Scott Bonn, están conectados con la empatía, mucho más consolidada biológicamente en la naturaleza femenina. Pero, ¿hasta dónde y de dónde llega esa empatía? Tiene algo también, sin duda, de instinto de conservación, de mecanismo evolutivo de defensa: ser la pareja del macho alfa más temible y temido. Lo que no carece de romanticismo: estar dispuesta a compartirlo todo, incluso el crimen, con el hombre amado. De ahí esa folie à deux que no resulta raro encontrar en los anales policiales.
La afición al true crime conlleva cierta pulsión sadomasoquista, entre Eros y Tánatos, que atrae vicariamente tanto a quienes temen la violencia como a quienes temen ejercerla, sabiendo que muchos, si no todos, la llevamos dentro. En el siglo XXI, cuando la mujer vive un proceso de empoderamiento sin igual, también esta pulsión participa del cambio. Recordemos cómo tras el éxito de la serie CSI cientos de chicas se lanzaron a estudiar carreras hasta entonces tan poco “femeninas” como medicina forense o criminalística. Al fin y al cabo, la persona que más asesinatos ha cometido en la historia es una mujer: Agatha Christie. Por supuesto, en la ficción.