La historia del programa Mercury 13 es un capítulo fascinante y a menudo olvidado en la narrativa de la carrera espacial de Estados Unidos. Este grupo de mujeres extraordinarias fue sometido a las mismas pruebas rigurosas que los primeros astronautas masculinos de la NASA, con la esperanza de abrir camino para las mujeres en el espacio. Sin embargo, a pesar de sus impresionantes logros, nunca tuvieron la oportunidad de volar.
El origen del programa Mercury 13
El programa Mercury 13 comenzó en 1960 bajo la dirección del Dr. William Randolph Lovelace II, un médico que había diseñado las pruebas físicas y psicológicas para los astronautas de la NASA. Lovelace, junto con la pionera de la aviación Jackie Cochran, decidió financiar y organizar un programa para evaluar a mujeres pilotos. Se basó en la hipótesis de que podrían ser incluso más aptas para el vuelo espacial que los hombres debido a su menor peso y estatura.
La primera en someterse a estas pruebas fue Jerrie Cobb, una piloto con más de 10.000 horas de vuelo. Cobb no solo superó las pruebas, sino que en muchos casos obtuvo mejores resultados que sus homólogos masculinos, los famosos Mercury 7. Lovelace y Cochran reclutaron a otras doce mujeres, todas ellas con destacadas carreras en la aviación, quienes pasaron por pruebas exhaustivas de resistencia física y mental.
¿Cuáles fueron los desafíos a los que se enfrentó el Mercury 13?
Las pruebas a las que se sometieron las Mercury 13 incluían ejercicios extremos, como tragar tubos de goma para medir el ácido estomacal, soportar vertiginosas simulaciones de vuelo y someterse a aislamiento sensorial completo. Estas mujeres demostraron poseer una notable resistencia y capacidad, con Jerrie Cobb destacando al completar todas las fases de las pruebas. Algo que solo unos pocos de los astronautas masculinos habían logrado, por cierto.
A pesar de estos éxitos, el programa Mercury 13 se enfrentó a obstáculos insuperables. Aunque las pruebas eran rigurosas y completas, no contaban con el respaldo oficial de la NASA. En 1961, cuando las Mercury 13 estaban listas para comenzar la fase final de pruebas en instalaciones militares en Pensacola, la Marina de los Estados Unidos canceló las pruebas. Por lo visto, la NASA no había solicitado oficialmente la evaluación de mujeres astronautas.
El impacto de la política y la sociedad tras lo sucedido en la NASA
En 1962, Jerrie Cobb y Jane Hart, otra miembro del Mercury 13, testificaron ante un subcomité de la Cámara de Representantes. Argumentaron que las mujeres merecían un lugar en el programa espacial estadounidense. A pesar de su convincente testimonio y la cobertura mediática, se encontraron con la resistencia de figuras prominentes de la NASA y del gobierno estadounidense, incluido el vicepresidente Lyndon B. Johnson, quien no apoyó sus esfuerzos.
John Glenn, el primer estadounidense en orbitar la Tierra, también testificó en contra de la inclusión de mujeres en el programa espacial. Alegó que la estructura social del momento no lo permitía. Esta actitud refleja las barreras sociales y de género de la época, donde la posibilidad de que las mujeres participaran en misiones espaciales era vista como una distracción del objetivo principal de poner un hombre en la Luna antes del final de la década.
El legado del Mercury 13 y su reconocimiento tardío
Aunque las Mercury 13 nunca volaron al espacio, su lucha no fue en vano. Su determinación y sus logros sentaron las bases para futuras generaciones de mujeres astronautas. En 1978, la NASA finalmente aceptó a sus primeras mujeres astronautas, y en 1995, Eileen Collins se convirtió en la primera mujer piloto del transbordador espacial.
El legado de las Mercury 13 ha sido reconocido de diversas formas, desde libros hasta documentales y series de televisión. En 2018, Netflix estrenó un documental titulado Mercury 13, que narra la historia de estas valientes mujeres y su lucha por la igualdad en el espacio. Además, en 2021, Wally Funk, la más joven de todas ellas, cumplió su sueño de viajar al espacio a bordo de una misión suborbital de Blue Origin. Otra demostración de que nunca es demasiado tarde para alcanzar las estrellas.