Cuenta Karen Blixen en su libro Memorias de África que el mundo no existiría sin las calles de Nairobi. Yo añadiría: Y sin el hotel Norfolk, fundamental en el legado histórico de la capital africana que nació con la llegada del ferrocarril. Tras su marcha de Kenia, los ingleses dejaron en la sociedad keniana la herencia del idioma, la conducción por la izquierda, el sistema de educación, la tradición por los clubes y el té, pero, sobre todo, el regalo de una de las mayores leyendas hoteleras del mundo.
Con su veranda de piedra, su frondoso jardín, su personal sonriente e impecable y su reluciente suelo de mármol, el Norfolk ha sido durante 120 años escenario de historias legendarias de aventuras y un sueño para los amantes de los hoteles con historia. Un símbolo del estilo de vida colonial en África, el club social que unió el mundo victoriano con el africano.
Cuando uno sube por primera vez la escalinata y cruza las blancas puertas del Norfolk de Nairobi siente que una gran aventura está por llegar. Aquel viejo hotel de piedra y madera lleno de historias posee un encanto y cualidades únicas, que te hacen sentir que todo empieza y que estás a punto de vivir algo memorable.
Regentado en la actualidad por la cadena hotelera de lujo Fairmont Hotels & Resorts, el hotel sigue siendo un símbolo de la África colonial británica, pero sobre todo es aquel lugar donde uno, irremediablemente, comienza a enamorarse de Kenia.
Supongo que algo así le sucedió a la joven Isak Dinesen (Karen Blixen) cuando se sentaba en su terraza mientras almorzaba o tomaba un whisky tibio o a Hemingway, escritor, aventurero y -en opinión de Denys Finch-Hatton – mediocre cazador, que dio buena cuenta del icónico bar del hotel en los años 30. Tanto Blixen como Finch-Hatton se hicieron mundialmente famosos cuando el director Sydney Pollack llevó al cine su maravillosa historia de amor en Memorias de África interpretada por Meryl Streep y Robert Redford.
Entre sus más ilustres huéspedes también se encuentran Theodore Roosevelt y Winston Churchill, quien también visitó el hotel junto con una larga lista de escritores, colonos y exploradores que pasaron por el hotel Norfolk atraídos por la sociedad de las élites británicas y sus animadas tertulias.
Jan Hemsing escribió un libro en su honor, Then and Now Narobi´s Hotel, en el que cuenta que era punto de partida de cazadores, aventureros, nómadas, misioneros, aristócratas, artistas, reyes y reinas, hombres de negocios y todo tipo de personajes que lo consideraron con cariño como su casa lejos de su hogar.
Natalie H. de Saint Phalle también lo relata en su magnífico libro sobre hoteles literarios: “A consecuencia de la construcción del Uganda Railway, -the Gateway to British East Africa-, viajeros y emigrantes desembarcan en Mombassa y se internan en ferrocarril por las tierras kenianas, tierras que las tribus guerreras hubieron de ceder a las tribus de agricultores. Hoy el Norkolk, punto de partida de emigrantes que a menudo vivieron en Kenia hasta su último día, así como de los viajeros llegados para hacer un safari, sigue siendo un símbolo de una África colonial británica y de las huellas de civilizaciones que, en otras partes, lentamente, vuelven a la naturaleza”.
Un poco de historia
El hotel Norfolk abrió sus puertas el día de Navidad de 1904, como un pequeño establecimiento de 40 habitaciones fundado por el General C.G.R. Ringer y su hermano Bertram y financiado por Lord Delamere, un personaje fundamental en la historia de Kenia. En aquella época, Nairobi era poco más que una estación ferroviaria en la línea Mombasa-Kampala y el hotel, desde su apertura, mucho más que un lugar para alojarse. Muy rápido se convirtió en el corazón de una ciudad en crecimiento, atrayendo a exploradores, colonos y administradores del Imperio británico que darían forma al futuro político de Kenia.
Sus salones y terrazas se convirtieron en lugares de reunión informales donde se tomaron las primeras decisiones sobre el gobierno de la colonia, estableciendo su papel como actor clave en el desarrollo de Nairobi y en 1909, el ex presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, se hospedó en este ya mítico hotel antes de embarcarse en su safari de un año de duración en África Oriental.
Aquella visita fue clave para la historia del hotel y elevó su estatus como destino principal para dignatarios, celebridades y figuras prominentes de todo el mundo y puso a Nairobi en el mapa de los grandes viajeros de todo el mundo.
Durante la Primera Guerra Mundial, el hotel se convirtió en punto de reunión de la alta sociedad llegada de Europa. El Norfolk era entonces un centro de planificación y socialización mientras Kenia pasaba de ser de protectorado a colonia británica. Estos años fueron fundamentales para implantar el control británico sobre el país, y el hotel estuvo siempre en el centro de estos acontecimientos, siendo testigo de la formación de políticas que afectarían al futuro de Kenia.
Las décadas de 1920 y 1930 vieron la llegada de los vehículos de motor y la aviación, lo que atrajo aún más visitantes a Nairobi. El Norfolk jugó un papel central a la hora de acoger a estos nuevos viajeros, ofreciéndoles alojamiento de lujo y una visión de la naturaleza salvaje de Kenia. Sin embargo, estos años también supusieron el comienzo de la tensión política entre los colonos europeos y la población indígena africana donde el hotel fue testigo de debates y acontecimientos clave ante las crecientes demandas de independencia de los líderes africanos, como Jomo Kenyatta, quien más tarde se convertiría en el primer presidente de Kenia.
A medida que Kenia se acercaba a la independencia en 1963, el hotel Norfolk pasó de ser un símbolo del poder colonial a un lugar donde se reunían los líderes de la nueva nación. El Norfolk se convirtió en sinónimo de lujo y elegancia, atrayendo a celebridades, realeza y turistas de primer nivel. Tras la independencia de Kenia, el Norfolk se adaptó al nuevo panorama político y acogió a la flamante élite keniana y fue sede de reuniones gubernamentales, funciones estatales y negociaciones políticas durante los años de formación de la nueva república.
En la víspera de Año Nuevo de 1980, Norfolk sufrió un atentado terrorista, un ataque que conmocionó al país. Una bomba provocó la trágica pérdida de numerosas pérdidas humanas, el hotel sufrió grandes daños y el incidente marcó un oscuro capítulo en la memoria colectiva de Nairobi. A pesar de la devastación, el Norfolk fue reconstruido y reabierto, manteniendo toda su esencia y convirtiéndose en un símbolo de resistencia. En 2004, fue adquirido por la cadena Fairmont Hotels and Resorts, que incorporó al establecimiento en una red global de propiedades de lujo y lo gestiona en la actualidad.
Hoy en día, el hotel permanece siendo un testimonio vivo de la transformación de la ciudad de Nairobi y un factor clave en el proceso que lo llevó de ser una parada ferroviaria a una gran y bulliciosa metrópolis, sede de Naciones Unidas en África. El peso de la historia es algo tangible en sus espacios. Como un testigo que observa tus pasos mientras cruzas los salones de columnas victorianas y blancos suelos mármol antes de adentrarte en el verdor de su jardín histórico, que te engulle y te protege. Entre sus brazos, uno se olvida del mundo y sólo quiere despertar a los cánticos Masáis y al renacer en la naturaleza, en la quietud de un refugio aislado del mundo, en la bulliciosa y entrañable ciudad de 5 millones de habitantes en la que todo el mundo sonríe y camina.